«El mejor cielo de Madrid», ha dicho el alcalde José Luis Martínez-Almeida, contemplando el cielo, y ha sido tan nítido que lo han escuchado también quienes veían el acto en vivo por televisión. El comentario ha obligado al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz-Ayuso, a girar la cabeza hacia arriba y asentir. Estaban los tres y la ministra de Defensa, Margarita Robles, en el patio central del Palacio Real, esperando la ceremonia.
Un cielo claro y azul profundo, sin una nube –se nota, y mucho, la menor contaminación que ha provocado el distanciamiento social– era testigo privilegiado del reencuentro de Sánchez y Ayuso tras la declaración unilateral del estado de alarma en la CAM. Ha habido corrección política sin estridencias. Es la gran fiesta nacional española y los alfiles del régimen no le arruinarían la jornada al protagonista: el rey Felipe VI.
En el Palacio Real se han concentrado los actos oficiales en Madrid. Esta vez no ha habido desfile en el imponente Paseo de la Castellana que bifurca la ciudad desde el centro hasta el norte. Esa vena urbana ha sido este lunes territorio tomado por la extrema derecha y sus miles de militantes. Convocados por el presidente de Vox, Santiago Abascal, desde el primer minuto que el Consejo de Ministros decidió el estado de alarma para la CAM, los simpatizantes han ido saturando el Distrito Centro y el de Salamanca a partir del mediodía.
El estruendo del nacional-populismo españolista ha ido en dirección contraria al intento de austeridad y sobriedad que se ha visto en el Palacio Real. Felipe de Borbón y la reina Letizia con sus hijas han encabezado un acto en el que ha habido menos color militar que otros años. Ha habido un homenaje a enfermeros, médicos, auxiliares y bomberos que posaron junto a efectivos de guardia real y del Ejército.
Quien también ha homenajeado a su modo a los trabajadores sanitarios fue el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias. En su debut en un acto de este tipo, se ha presentado con una mascarilla azul con la consigna «sanidad pública» impresa en ella. Usándola, ha saludado al rey y ha posado para las fotos. A tono también con el lema de la ceremonia escogido por la Casa Real y Defensa: «El esfuerzo nos une».
El cruce de miradas entre el líder de Unidas Podemos y Felipe VI sucede en medio de un clima peculiar: no sólo nunca hubo en el Gobierno del Estado en los últimos 40 años un partido que expresamente apoye un referéndum para eliminar la monarquía –aunque sea un socio minoritario de la coalición– sino que varios medios progresistas de Madrid han comenzado el 12-O con una encuesta en sus portadas que muestra un apoyo del 41% de los consultados a favor de una república en un eventual reférendum, por encima del 35% que votaría por la permanencia del statu quo.
En la entrada y en la salida de las personalidades ha habido también lugar para abucheos y pitidos de algunas decenas de personas que se han acercado a la cara oriental del Palacio Real, en la bella Calle Bailén. Ha habido algunos gritos de dimisión contra el Gobierno de coalición y vivas al rey. Pero no ha sido el único momento en que la burbuja protocolar de lo que sucedía allí ha conectado con lo que sucedía en la Plaza de Colón, a tres kilómetros: ha habido un vaso comunicante gracias a los aviones de la Patrulla Águila, que han sobrevolado el cielo de Madrid pasando por encima tanto de la sede borbónica como de Castellana. Ha habido aplausos y vítores en ambos. Las redes sociales han tardado pocos minutos en destacar que el humo de color que desprendían los aviones para formar la bandera española en el cielo no ha funcionado del todo bien y la enseña ha acabado pareciéndose más a la de Austria.
La rebelión cayetana, episodio dos
El último domingo de mayo pasado, la extrema derecha tuvo su fiesta populista, masiva y a caballo del cabreo generalizado por el encierro y el confinamiento. Casi cinco meses después, la cúpula de Vox ha querido repetir el espectáculo aunque para quienes han ido a presenciar ambas, no hay duda de que esta vez ha habido menos gente.
Pero eso no significa que la de este lunes no haya vuelto a ser una preocupante muestra del músculo que puede exhibir la extrema derecha y la facilidad con la que un mar de coches con rojigualdas e himno español a todo volumen puede saturar el centro de la capital.
«Venimos porque somos españoles, no soy de ningún partido, soy apolítico. Y los problemas en este país no los resuelve un político sino un buen gestor», dice Pedro a GARA, acompañado en su van por su mujer y sus tres hijos que agitan con vehemencia las banderas. «Luchamos por nuestros hijos, porque las cosas van mal. España con desunión irá mal, la unión hace la fuerza» acota Esperanza, su esposa.
La crispación ante la prensa y los eventuales enemigos construidos –básicamente todo lo que no piense igual– es palpable. Una mujer mayor de tacones altísimos, vestida como para una fiesta, que charla con su madre sentada en el coche, se niega rotundamente a responder preguntas. «Perdona pero no hago declaraciones porque no me fío de ninguna prensa, ni la extranjera ni la nacional», afirma respetuosamente. Ese sentimiento trumpista contra los medios se repite varias veces.
La mayor concentración ha sido entre la Glorieta de Cibeles y la estatua de Colón y luego se ha ido derramando por la Castellana, con la bandera española omnipresente como un tótem venerado y capturado por la tribu que, aunque minoritaria, se apropia rabiosamente de su significado. Pero no es la única: Gianfranco pasea en su moto con la rojigualda y también la bandera de Venezuela flameando. Se le pregunta el motivo de su presencia y explica que es para alertar a los españoles «que el socialcomunismo está sacando las garras, se está imponiendo». Oriundo de Valencia, al sur de Caracas, asegura que Moncloa quiere «quebrar a Madrid» porque hay «comunidades con muchos peores datos de coronavirus».
Como no faltan las banderas (se ven decenas del sagrado corazón, de la Cruz de Borgoña y de la Legión Española franquista), tampoco podía faltar Catalunya. Debajo del puente de Rubén Darío, un grupo más organizado y con megáfono cantan «¡Catalanidad es hispanidad!» y «¡No nos engañan, Catalunya es España!». Tampoco falta el postureo: a donde se vea hay gente haciéndose selfis y posando con los famosos que participan. Ha sido el caso del periodista Carlos Cuesta, que no podía caminar dos metros sin que le pidieran una foto.
En medio del circo ha aparecido un testigo inusual: Haneem, una musulmana hija de una palestina y un jordano, emigrada a Estados Unidos. Con un hiyab que cubría su cabello, observaba la ruidosa manifestación. Ella creía que era por la Fiesta Nacional que explican los carteles colgados por el Ayuntamiento. Pero cuando se le explica quiénes estaban protestando, queda sorprendida. «Me siento decepcionada, pensé que era como el 4 de Julio en EEUU, pero no me parece raro porque de donde vengo hay un gran movimiento de extrema derecha», comenta esta estudiante de 28 años que está cursando un MBA en Madrid.
«Me parece extraño que haya una manifestación tan grande y sea de esta ideología en Madrid, que es el centro económico y una ciudad grande, uno espera que sea más cosmpolita y moderna», opina. Y no es la única.
La izquierda, en casa
El fuerte movimiento antifascista y republicano madrileño, cuyo activismo es especialmente visible en las zonas de Lavapies, Vallecas y Carabanchel, no ha tenido ningún acto central este lunes. Fuentes de una de las organizaciones vallecanas explican que se ha preferido no convocar a nada debido a la pandemia y a la gravedad de la situación epidemiológica en Madrid.
Sin embargo, sí viene habiendo una constante presión desde asociaciones de vecinos de los barrios del sur madrileño a favor de sanidad pública. Este mismo domingo hubo una concentración frente a la Asamblea de Madrid bajo el lema «Lucharemos sin parar».
De todas formas, sí ha habido una manifestación de cientos de personas en la Puerta del Sol al mediodía y convocada por la organización Enfermería de Madrid Unida. Con distancia social, usando guantes azules de hospital y muchos carteles, reclamaban por las condiciones laborales de los enfermeros. Se han escuchado cantos como «Madrid, escucha, la enfermería lucha» y ha habido un minuto de silencio.
El llamado Día de la Hispanidad suele ser la jornada de orgullo de quienes defienden el Régimen del 78 y del españolismo, cuyo epicentro es, lógicamente, la capital. No significa, por cierto, que todos sus habitantes avalen el giro trumpista y extremista de su élite, ni mucho menos. Pero tanto las encuestas (como la que publicó ‘La Razón’, en la que crece el bloque de las derechas y otorga menos escaños a la izquierda si hubiera nuevas elecciones en la CAM), como la calle y el liderazgo opositor no dan buenos augurios para el progresismo en Madrid.