Han pasado diez años desde aquel nefasto 11 de marzo de 2011, el día en el que Fukushima y buena parte del noreste de Japón se vieron asolados por un terremoto y un gran tsunami que además provocó un accidente nuclear. Una catástrofe de la que intenta recuperarse teniendo muy presente lo ocurrido.
Ese viernes amaneció con un intenso frío en Japón y nada hacía presagiar lo que se iba a producir en unas horas. A las 14.45, hora local, los edificios comenzaron a temblar con violencia en el noreste del país a causa de un terremoto de magnitud 9 en la escala Richter. La población sobrellevó con angustia esos minutos eternos en los que se derrumbaron viviendas y se abrieron carreteras. Pero lo peor todavía estaba por llegar.
A lo largo de kilómetros de costa, una parte de la corteza terrestre se hundió bajo otra, elevando una porción del fondo del mar, liberando una increíble energía hacia la superficie y provocando una serie de olas gigantescas.
45 minutos después, esa masa de agua desatada llegaba a la costa y arrasaba todo a su paso, segando miles de vidas, destruyendo edificios de cemento y arrastrando barcos, vehículos y escombros hasta tierra dentro.
A la catástrofe natural, se sumaba una de origen humano debido a la existencia de varias centrales nucleares en la zona. La situación se volvió especialmente crítica en la central de Fukushima. El corte de suministro eléctrico provocado por el terremoto y el tsunami recalentó los rectores y provocó la fusión. Se sucedieron las explosiones a pesar de que se intentó enfriar los reactores rociándolos con agua de mar. Hasta que uno de ellos terminó colapsando.
El mundo se estremecía ante una tragedia con dos dimensiones terribles: las más de 18.000 víctimas y las consecuencias que se podían derivar de la segunda peor crisis nuclear de la historia tras el accidente de Chernóbil de 1986.
Las secuelas de la catástrofe
Una década después, la zona afectada por la catástrofe se esfuerza por recuperar la normalidad, aunque todavía queda mucho trabajo por hacer. Sobre el terreno, a lo largo de estos años se han ido levantando muchos edificios y se han reparado cuantiosos daños, aunque la reconstrucción completa no llegará hasta 2031, según las previsiones del Gobierno japonés.
De hecho, unas 2.000 personas continúan residiendo en alojamientos temporales, del total de aproximadamente 36.000 que siguen sin regresar a sus hogares por diversos motivos.
En este plano más personal, destaca el profundo dolor por las numerosas pérdidas humanas. Como relata Makoto Saito, de 50 años y cuyo hijo de 5 años pereció en el desastre, «la recuperación y la reconstrucción de los afligidos sentimientos de las familias que perdieron a alguien no han progresado como se esperaba por la desbordante tristeza».
Por su parte, Shoji Sato, de 71 años, antiguo residente del pueblo de Yamada, en la prefectura de Iwate, que fue engullido por el tsunami y donde perdió a once seres queridos, recuerda que «para los familiares es una sensación extraña: diez años son mucho y poco tiempo a la vez».
A estas secuelas se suman las vinculadas directamente al accidente de la central nuclear. Los científicos siguen hallando en la zona nuevas partículas altamente radiactivas que podrían revestir una gran peligrosidad para la población. Sin embargo, el Comité Científico de la ONU para el Estudio de los Efectos de las Radiaciones Atómicas sostiene que no existen indicios suficientes para corroborar que el desastre de Fukushima haya provocado un aumento del riesgo de padecer cáncer entre la población japonesa.
Además, a diferencia del accidente de Chernóbil, las partículas liberadas en Fukushima fueron vertidas principalmente al mar y no a la atmósfera, lo que podría disminuir considerablemente el riesgo sanitario.
No obstante, esto ha hecho del sector pesquero una de las principales víctimas de la catástrofe en términos económicos y laborales. Cientos de pescadores de la zona esperan que, con la primavera, vuelva la normalidad y la industria pueda recuperarse finalmente del duro varapalo. El primer año tras el seísmo más de la mitad de los ejemplares pescados presentaban altos niveles de un isótopo radiactivo del cesio y excedían el baremo fijado a nivel estatal.
Las pescaderías locales esperan este año reanudar finalmente sus operaciones a gran escala, especialmente a partir del próximo mes de abril y a pesar de que numerosos miembros de la industria han expresado su preocupación al respecto. Los residuos radiactivos no ayudan: el Gobierno tiene previsto liberar más de un millón de toneladas de residuos tratados al mar.
Lecciones aprendidas
El desastre vivido por Japón hace una década también ha dejado algunas lecciones relevantes, especialmente desde el punto de vista del accidente nuclear. El director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), Rafael Grossi, ha destacado que el desastre nuclear ha permitido tomar medidas a nivel mundial para avanzar hacia una mayor seguridad. «Una de las principales lecciones de Fukushima es que aquellos que regulan el uso de esta energía deben actuar de forma independiente y contar con los recursos adecuados», ha manifestado.
Las nuevas medidas de seguridad ya han comenzado a implementarse en un intento de eliminar cualquier posibilidad de que se produzca algún tipo de vertido o fuga a causa de incidentes similares. En palabras de Javier Yllera, alto cargo de Seguridad Nuclear de la AIEA, las nuevas plantas están diseñadas, precisamente, «para contrarrestar la posibilidad de que se produzcan graves accidentes».
En este sentido, el primer ministro de Japón, Yoshihide Suga, dentro de los actos conmemorativos del décimo aniversario de la catástrofe, se ha comprometido a «reexaminar las medidas de prevención de desastres y protocolos de mitigación» de los mismos, y ha considerado que su país «tiene la obligación aplicar las lecciones acumuladas de este terremoto y consecuentes desastres» para compartirlas con todo el mundo.
Esa actitud ha sido alabada por el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, quien ha aplaudido la iniciativa del Gobierno nipón de aumentar la inversión con la vista puesta en evitar posibles desastres similares. «El país ha invertido mucho en prevención durante los últimos diez años y ha compartido su aprendizaje con el mundo de cara al futuro», ha afirmado.
«Para prevenir y gestionar adecuadamente este tipo de desastres, los países necesitan planificar, invertir y emitir alertas tempranas, además de educar sobre ello», ha señalado Guterres a modo de conclusión como la principal lección que ha dejado un desastre que hace diez años conmocionó al mundo.