El eucalipto es un árbol «exótico», originario de Australia y el sureste asiático, del que apenas se hablaba hace un par de décadas. Ahora está en boca de todos. Científicos, madereros, asociaciones locales y gente corriente, todos hablan del árbol de la discordia. De una (falsa) elección entre lo malo y lo peor. El pino diezmado por la enfermedad de la banda marrón esta siendo sustituido por el eucalipto. En términos de rentabilidad económica, no tiene competidor. Y el sector forestal vasco, que ha vivido su particular vía crucis en forma de una severa crisis por las continuas enfermedades y el desplome del precio de la madera, parece haber encontrado la alternativa a sus males.
Pero las cosas y la conciencia popular también está cambiando. Y si antes se habló mucho sobre la enfermedad de la banda marrón que arrasaba los pinares y los riesgos de las fumigaciones con óxido de cobre para combatirla, ahora se habla ya tanto o más sobre la expansión del eucaliptal conforme los pinos desaparecen. La sustitución del pino por el eucalipto ha hecho saltar las alarmas. Y los datos confirman la escala de la amenaza. La superficie forestal del eucalipto se ha multiplicado casi por cinco en los últimos 35 años y ya ocupa un 3,5% del total de la CAV. Su descontrolada expansión es una amenaza real, especialmente en pueblos de la costa de Bizkaia, alarmante en el caso de municipios como Maruri, donde el eucalipto ya coloniza más del 50% de sus tierras.
En Bizkaia hay ya más de 20.500 hectáreas de eucaliptal, en Araba 1.350 y en Gipuzkoa 1.214. Pero ¿por qué preocuparse? ¿No son acaso todos los árboles iguales? No, sencillamente no. Aunque las compañías madereras planten un montón de árboles de eucalipto en fila, eso no hace un bosque. Al contrario, lejos de ser bosques, en realidad son enemigos del bosque dado su altísimo impacto ambiental y paisajístico.
Urge mejorar la gestión de estas plantaciones y, poco a poco, empezando por los espacios protegidos, ir eliminándolas de nuestros paisajes más singulares y frágiles. No se trata quizá de acabar con los eucaliptos, de una prohibición total y drástica, pero sí o sí, hay que fijar fronteras a la creciente e imparable expansión de esta especie tan nociva.
Rentabilidad e industria del papel
Casi exclusivamente utilizado para la industria del papel, relativamente potente en nuestro país, los propietarios de terrenos forestales optan por este árbol por su rápido crecimiento. El eucalipto se corta entre cada 13 y 15 años, desde la cepa, y vuelve a crecer de nuevo hasta que, tras tres cortes, se arrancan las raíces o se planta al lado. Nada que ver con los 35-40 años del pino, los 100 años del haya o los 130 del roble.
La madera de eucalipto se vende muy bien para la industria papelera y firmas del sector o empresas forestales, incluso de Cantabria, que están comprando suelo de bosque en Euskal Herria a precio tirado, muy, muy barato, entre diez y veinte céntimos el metro cuadrado. Plantar eucalipto, en ese sentido, reporta rentabilidad. Su explotación es altamente mecanizada, muy intensiva, se hace con procesadores y para ello se requiere construir muchas vías de saca.
Impacto en la biodiversidad
Pero no hay que confundir el valor y el precio. Sus consecuencias son manifiestamente nocivas para la naturaleza y la biodiversidad. Degradan el suelo, intensifican la pérdida de materia biológica en la tierra, ayudan a una rápida propagación del fuego en caso de incendio y dejan balances hídricos negativos. La plantación masiva de eucaliptos, sobre todo si el terreno no es el adecuado, deja efectos muy perjudiciales. Y aunque se hable menos, también otros daños colaterales en ecosistemas colindantes, sobre todo en los ríos: tras la tala de las plantaciones, los sedimentos llegan a las cuencas fluviales. Y se ha demostrado que la hojarasca del eucalipto que llega a los ríos son tóxicas para la mayoría de los animales. Es alelopática, produce compuestos bioquímicos que influyen perjudicialmente en el crecimiento, supervivencia o reproducción de otros organismos vivos. Funciona como una especie de herbicida sobre la superficie boscosa y la comunidad microbiana.
Los datos científicos sobre su impacto en la biodiversidad son abrumadores. Hay entre un 64% y un 99% menos de líquenes, la diversidad de los anfibios cae en un 50%. Hay un 65% menos de aves, un 75% menos de insectos. En los ríos, un 23% menos de invertebrados, con una diversidad de un %11 más baja, con un tamaño %37 más pequeño.
Y si se abre el zoom, se constata que en los ríos sus efectos perniciosos son múltiples y muy peligrosos. Se sabe que, en general, la hojarasca es un alimento fundamental y la madera muerta un hábitat muy importante para los ríos. Pero en el caso del eucalipto, es sabido que sus hojas son un alimento muy escaso –salvo para los koalas– y que se descomponen muy lentamente, y debido a que se talan a mata rasa, dejan muy poca madera muerta, su explotación genera muchísimo barro y eso hace para los peces, para las truchas, para los mirlos acuáticos, para los habitantes del río que el hábitat sea cada vez más degradado y hostil. El agua toma un color del chocolate, y la vida se desvanece lenta pero inexorablemente.
Toda alternativa tiene un coste
En relación al cambio climático, hay que desmontar otro mito: que un árbol crezca más rápido no significa que se hace frente mejor al calentamiento. Falta información pero la que existe es consistente y prácticamente todas las investigaciones científicas demuestran el gran impacto medioambiental que tiene el eucalipto, de manera nítida y preocupante en la biodiversidad. Hay razones para mirar con preocupación el provenir, el impacto en Euskal Herria va a ser grande y que cuanto más expansión tenga y más tiempo pase hasta que se tomen decisiones, la situación no dejará de empeorar.
Pero ¿y qué hay de aquellos propietarios de tierras forestales que simplemente quieren ganar cuanto más dinero posible en el plazo de tiempo más corto? ¿Qué respuesta se les puede dar? Podríamos decir que los bosques, y por extensión la naturaleza, no son solo de los dueños de la tierra, que es de todos y que no es de nadie. No todos los propietarios son iguales, que una cosa son las empresas madereras y otra los particulares, muchos de ellos urbanos, hijos o nietos de baserritarras, que ni siquiera saben que lo son. O que la respuesta institucional no es monolítica, que hay ayuntamientos que los han prohibido y que hay otros que dejan sus tierras. O que hay desde hace 26 años un plan forestal institucional y que, por desgracia, vale el dicho de que para no hacer nada muchas veces lo mejor es hacer un informe.
No existe ninguna alternativa al eucalipto que no tenga un coste y sin alternativa vamos de cabeza a un desastre ecológico. Cabe preguntarse, por ejemplo, si los bosques de Bertiz, donde no se corta la madera y se deja que el ciclo natural haga su camino, dan menos dinero que una explotación maderera intensiva. El tiempo libre, el esparcimiento, el conocimiento, la cultura, los espacios naturales generan un valor que no se puede pagar, incluso un dinero del que viven muchos pueblos rurales y comunidades. Lo que hacemos ahora determinará el futuro y si no hacemos nada, dentro de 50 años mirarán hacia atrás y nos preguntarán «¿Qué hicisteis?». Que nunca nadie pueda decir que al menos no lo intentamos.