El PNV rebaja las tensiones de la sucesión enfadándose con el resto
La búsqueda de enemigos externos genera unidad interna. El PNV la necesita, porque está inmerso en un proceso de sucesión marcado por la forma de dirigir de Iñigo Urkullu y por un cambio generacional.
El PNV está extrañamente cabreado. Es incomprensible ver la forma en la que sus dirigentes pierden el control y se ponen como basiliscos, en un momento en el que acaparan casi todo el poder institucional y tienen la estabilidad garantizada. No es normal la virulencia con la que atacan al resto de fuerzas, en especial a EH Bildu, pero también a sus socios del PSOE o a Pablo Iglesias. Las formas, la indignación más o menos fingida y las faltas de respeto se reproducen de trifulca en trifulca. Siempre hay algún adversario que es tachado de sinvergüenza, de caradura, de incoherente… Los dirigentes jeltzales aparecen enfadados, insultando y arrogantes.
Es cierto que la pandemia desgasta muchísimo, que gestionar esta situación te puede superar. Pero de puro burda, esta forma de actuar apunta a estrategia y tiene un primer efecto visible: el constante enfrentamiento está generando unidad entre sus filas. En su peor versión personal y política, pero conjurada.
Para los jeltzales el partido es lo primero, pero eso no quita que tengan visiones distintas. Las dinámicas que promueven para mantenerse en el poder les afectan. Por ejemplo, el provincialismo les pasa factura. La polémica porque EiTB suspendiese la programación especial tras ganar la Real la Copa refleja bien esas tensiones.
A pesar de ser el territorio donde la alianza entre abertzales sería mejor vista, los dirigentes jeltzales de Gipuzkoa son muy beligerantes. Resulta impactante ver a Arantxa Tapia menospreciar a Nagore Alkorta, la alcaldesa de Azpeitia, a cuenta de Corrugados. ¿Eneko Goia criticando la consulta de Durango? Sí, eso ha pasado. El municipalismo es un potencial de EH Bildu y por eso los jeltzales segmentan, marcan y acosan. Incluso se ha activado un enjambre de trolls jeltzales en redes.
En Gipuzkoa, la herida ha cicatrizado mal. Lo que tuvo que hacer el PNV para recuperar las instituciones ha degenerado las relaciones entre abertzales hasta niveles inauditos. Claro que si no hubiesen logrado volver al poder entonces, probablemente los acuerdos alcanzados entre Joseba Egibar, Andoni Ortuzar e Iñigo Urkullu hubiesen decaído. A cambio, la posibilidad de articular la mayoría abertzale del herrialde para hacer política se ha hecho casi inviable.
En 2012 Egibar postuló a Xabier Barandiaran para el EBB. Lo han logrado ahora, pero el juego ya es otro. Para los gipuzcoanos, es la esperanza de mantener algo de línea política. Para la estructura, es de primero de Sun Tzu: bajo la disciplina central la libertad de jugar a otro juego se limita. Y, en el PNV, nadie tiene espíritu de agente doble.
Precisamente, la renovación del EBB da algunas pistas sobre el diseño de esta transición. Andoni Ortuzar ha aceptado seguir al mando, pero no se le ve cómodo. No parece estar en forma, en las entrevistas comete errores y no da el nivel habitual. Parece que sigue a pesar suyo, porque nadie más puede mantener la cohesión en este momento. Nadie más puede controlar que los intereses de las familias, de las provincias y de las generaciones no se impongan a los intereses del partido. Cuentan que algo parecido le pasó a Xabier Arzalluz.
Eso sí, Ortuzar marca línea y es el que ha llevado al paroxismo la idea del enemigo exterior. No hay que retrotraerse a la «borroka mozkorra». La entrevista en el Grupo Noticias a cuenta del Aberri Eguna es un buen ejemplo. Plantear que EH Bildu está vendida en Madrid a cuenta de lograr que se cumplan los derechos de los presos, cuando el PNV lleva una década diciendo que la manera de lograr algo en ese terreno era la discreción, es desolador.
Cuidado, quienes dudan de la ideología o sentimiento abertzale del PNV y sus militantes no los conocen. En mi opinión, lo que no tienen es otra estrategia de defensa del país que no sea que ellos gobiernen la autonomía. Y eso da para lo que da. Ese principio les obliga a hacer lo posible y lo imposible para que nadie más gobierne. El PNV es un partido de orden que ha desparramado bolsas de basura por las plazas de los pueblos.
A veces todo indica que estos movimientos e intrigas quizás no respondan a una estrategia como tal, y sean el resultante de inercias que se imponen.
En estos momentos, a nivel disciplinario y doctrinario, desde fuera se ve una voluntad de rearmar el partido. O un intento por recuperar capacidad, estabilidad y control. Existe preocupación por lo que viene, tanto en términos socioculturales como a nivel de cuadros políticos. ¿Por qué se afilia hoy en día la gente al partido? Es difícil de decir, pero es evidente que las motivaciones y disciplinas de antaño no operan en muchos cargos actuales. Tampoco es que «los Sabas» hayan ayudado a prestigiar la militancia.
Poner a Bingen Zupiria como portavoz del Ejecutivo de Gasteiz supone fortalecer la relación entre el Gobierno y el partido, que en la anterior legislatura acabó tocada. Es cierto que el escándalo de Osakidetza, con la dimisión de Jon Darpón, y el desastre de Zaldibar, con la muerte de dos obreros y sucesivas negligencias, resultó fatídico. Pero la desconexión entre partido y Lakua era patente.
Admito que no soy objetivo con Zupiria. Creo que su combinación de nivel intelectual, conocimiento del partido y disciplina son insuperables. Incluso desde el punto de vista territorial y, si se quiere, clánico, es un gipuzcoano de cultura militante vizcaína, euskaldun y con una visión de los territorios del país más amplia.
Engancha mejor con la clase de partido que transmite Itxaso Atutxa, otra de las que más alto pujan en las quinielas. No obstante, los procesos de sucesión nunca salen como se diseñan.
En el rearme ideológico merece una mención el papel de los «independientes». Una de las frases fetiche del partido es la de Manuel de Irujo, «los conversos, ¡a la cola!», y entre algunos jeltzales la pluma de Txema Montero en la redacción de reflexiones estratégicas o el protagonismo de Jonan Fernández en la pandemia son chocantes.
Otro tema dentro de la reordenación de las fuerzas jeltzales es la nueva dirección de EiTB. Andoni Aldekoa e Ibone Bengoetxea serían relevos generacionales naturales en el partido. Ponerlos al mando de la máquina de reproducción del sistema autonómico es una apuesta. Además, instalados en un contexto aparentemente más profesional, quedan algo al margen de las disputas internas. Ortuzar y Zupiria conocen ese circuito.
De todos modos, el Ente es problemático. EiTB no solo tiene su sede en Bilbo y su pulmón en el partido: no es capaz de pensar sin ser bilbaína y partidaria. Además, la política de comunicación del PNV y del Gobierno pueden minar más su credibilidad, limitándola a ser «medio gubernamental». La concatenación de cortes de cargos y voces afines es fatal desde el punto de vista periodístico. Si esa acaba siendo la forma en la que los profesionales saben que no fallan, que evitan riñas y son premiados, corren el peligro de que su pluralismo se mida por la variedad de los televidentes de los reality shows, no por la calidad de sus servicios informativos.
Si Iñigo Urkullu culmina la legislatura, habrá sido el segundo lehendakari que más tiempo ha estado en el cargo, solo por detrás de José Antonio Ardanza. «Prueba superada», piensan los que se la tienen jurada a Juan José Ibarretxe. «Perfecto, que cumpla su objetivo personal y nos deje recuperar el partido y el país», defienden los que añoran un PNV menos condicionado por las creencias y obsesiones de Urkullu. Otros piensan que ambas perspectivas están amortizadas, que los retos que tiene el país son de otra escala, y que desde luego no tienen solución partidaria.
Sea inercia, estrategia o doctrina, este enfado dificulta la cooperación y la unidad que requieren el país y el momento.