Jesús Arboleya

Radiografía política para el diálogo posible en Cuba

Jesús Arboleya, exdiplomático cubano y columnista, analiza en este extenso artículo publicado en «Progreso Semanal» las manifestaciones de descontento ocurridas en Cuba y la necesidad de un diálogo nacional que sirva para articular nuevos consensos y ampliar los mecanismos democráticos existentes.

Cartel colocado este 13 de agosto en una calle de La Habana, día en que Fidel Castro, en la imagen junto a la de su hermano Raúl Castro, hubiera cumplido 95 años. (Yamil LAGUE/AFP)
Cartel colocado este 13 de agosto en una calle de La Habana, día en que Fidel Castro, en la imagen junto a la de su hermano Raúl Castro, hubiera cumplido 95 años. (Yamil LAGUE/AFP)

Desde el triunfo de la Revolución, la vida política cubana ha sido tan intensa y abarcadora que muy pocos han podido evitar colocarse en uno de los grandes conglomerados en disputa, dígase los que apoyan el sistema socialista o sus adversarios. Analicemos el balance de estas fuerzas y su posible disposición al diálogo que se propone.

Derrotada tempranamente dentro del territorio nacional, el núcleo duro de la contrarrevolución se asentó en el exterior, especialmente en Miami. Para los sectores más extremistas de esta corriente, dialogar es una mala palabra y no han sido pocos los llamados despectivamente «dialogueros», los que han sido hostigados, agredidos e incluso asesinados, por defender esta posición. Más allá de su fanatismo, hay factores objetivos que explican esta conducta: han vivido de una hostilidad alentada, protegida y muy bien remunerada por el Gobierno de EEUU.

Son promotores del caos y la intervención norteamericana en Cuba y su objetivo final es retornar al régimen neocolonial antes existente en el país. No se trata de una acusación gratuita, inspirada en fundamentalismos de izquierda, así lo expresa, de manera diáfana, la Ley Helms-Burton, instrumento legal que regula las relaciones de EEUU con Cuba (...).

Sus actividades en Cuba y en el exterior, por lo general violentas y provocadoras, tienen una resonancia internacional sobredimensionada, gracias a la atención que reciben en los grandes consorcios de la información y en las redes sociales, donde se articulan campañas, muchas veces diseñadas mediante técnicas muy sofisticadas para la manipulación. Por su naturaleza e intenciones, con esta corriente no existen posibilidades reales de diálogo, tampoco es de suponer que estarían dispuestos a aceptarlo, toda vez que conspira contra su propia existencia y sus privilegios.

Sin embargo, no todos los opositores al sistema socialista son renuentes a establecer diálogos. Para algunos, ello responde a una estrategia encaminada a lograr un «cambio de régimen por otros medios», como fue definida la apertura de Obama en las relaciones con Cuba, pero, para otros, simplemente refleja la intención de avanzar en la satisfacción de sus propios intereses sin condicionarlo al derrocamiento previo del Gobierno cubano. No es algo extraño, Cuba mantiene relaciones, más o menos armoniosas, con infinidad de gobiernos, instituciones y personas en todas partes del mundo, que se declaran contrarias al socialismo.

Conveniencia del diálogo

Al margen de sus intenciones, la conveniencia de este diálogo para Cuba es que estas posiciones son mayoritarias en la emigración, parten del reconocimiento del Estado y las instituciones cubanas con las que se proponen negociar, se encaminan a satisfacer asuntos de mutuo interés y tienden a neutralizar las opciones más agresivas, influyendo en las políticas hacia Cuba de los gobiernos de los países en que están asentados, incluido EEUU.

Esta corriente también tiene expresión dentro de Cuba, aunque no se aprecian formas de organización que la representen. Según puede inferirse del resultado del referendo constitucional de 2019, agrupa alrededor del 9% del electorado, unas 700.000 personas, que votó contra el socialismo, cifra que pudiera aumentar, si sumamos algunas abstenciones y votos nulos. Una posición significativamente minoritaria, que no se corresponde con las matrices de la propaganda contra Cuba, lo que no implica que sea justo desconocer sus derechos, ni inteligente subestimar la importancia de tenerlos en cuenta para la construcción del consenso nacional (...).

Ante la dificultad para expresarse por vías oficiales, es común que se manifiesten a través de algunas iglesias y organizaciones fraternales, con las que el Gobierno mantiene relaciones, o mediante las redes sociales. Para incrementar el diálogo con estos sectores y ampliar sus posibilidades de participación en la vida nacional, basta hacer valer lo establecido en la Constitución y que reciban la máxima protección del Estado y el resto de las instituciones políticas del país.

Paradójicamente, mucho más complejo se ha tornado establecer las agendas y la composición de los diálogos posibles dentro del conglomerado de izquierda que, desde diversas aproximaciones filosóficas y políticas, se declaran favorables al socialismo, aunque algunos pueden cuestionarse el modelo aplicado en Cuba y la gestión del gobierno.

Aunque prácticamente todos dicen estar dispuestos a participar en un diálogo nacional, difieren muchas veces en la amplitud de las convocatorias, los focos de atención y las prioridades del debate. Lograr conciliar estas posiciones resulta vital para articular la unidad del país alrededor del proyecto socialista. La historia de la nación cubana es testigo de la importancia de esta unidad para la defensa de la soberanía e independencia del país, punto de demarcación de las tendencias políticas en Cuba.

Temas en disputa

Los temas en disputa son muchos, entre ellos: la conceptualización del socialismo y su aplicación a la realidad cubana; el funcionamiento del Gobierno y la dirección de la economía; el papel de mercado y la gestión privada; los mecanismos de participación y control popular; la política informativa y cultural;  el burocratismo y el dogmatismo; el papel del partido comunista y sus métodos de trabajo; la emigración y el vínculo de la nación con los emigrados, las relaciones con EEUU y el resto del mundo.

Se trata de asuntos muy complejos, atravesados por fenómenos bastante recientes como el derrumbe de la URSS y el campo socialista europeo que habían servido de modelo al sistema cubano; la tremenda crisis económica que esto significó para el país, con su secuela de desigualdades, problemas sociales y el deterioro de valores de mucha influencia en la conducta ciudadana; el incremento de la emigración, así como la desaparición física de Fidel Castro, factor aglutinador en el plano doméstico y de influencia internacional, especialmente en la izquierda mundial.

A todo esto se suma el recrudecimiento del bloqueo en medio de una pandemia devastadora, así como el agravamiento de problemas estructurales heredados, cuya solución se complica en las actuales circunstancias. Lo extraño no es que se hayan producido manifestaciones de descontento social, sino que el sistema haya sido capaz de sobrevivir a pesar de estos inmensos inconvenientes.

En estas condiciones tan adversas ha tenido que funcionar un gobierno nuevo, que ha cometido sus propios errores. Lo que no lo exime de asumir la máxima responsabilidad de encauzar los diálogos posibles. El Gobierno cubano no siempre ha tenido la flexibilidad y amplitud que se requiere para este empeño, en parte, porque en  Cuba tiene mucho peso la necesidad real de una actitud defensiva que no admite brechas (...).

La intransigencia revolucionaria ha sido un componente esencial de la capacidad de resistencia demostrada por la Revolución y forma parte de las tradiciones de lucha del pueblo por la independencia y soberanía. El problema para el diálogo posible es cuando esta intransigencia se asume con una mal entendida radicalidad, que confunde principios con coyunturas y objetivos con métodos para alcanzarlos. Fidel Castro, el más radical de los revolucionarios cubanos, fue un mago de la dialéctica. En una ocasión le escuché decir, lo cito de memoria, «el arte de la Revolución ha sido la capacidad de convertir a enemigos en amigos».

Un tergiversado «radicalismo revolucionario»

Los momentos más conflictivos del proceso revolucionario y la causa de muchas de las peores secuelas políticas ha sido, cuando, amparados en un tergiversado «radicalismo revolucionario», se impusieron las tendencias más extremistas.

Mucha gente se vio enajenada por una lógica perversa, que los maltrató injustamente hasta convertirlos en enemigos, con lo que quedó justificado el abuso original (...). El extremismo obstaculiza el diálogo cuando se atrinchera en lo indefendible y, en nombre de la defensa de la Revolución, descalifica cualquier tipo de crítica, así como viola principios éticos de la conducta socialista, donde el fin no puede justificar los medios.

Puede resultar muy nociva cuando, como ha ocurrido en ocasiones, asume la representación de la línea oficial del partido y el Estado, monopoliza las expresiones públicas y ejerce la capacidad de reprimir a sus adversarios.

De esta manera, en los últimos años, se ha tratado de desprestigiar, incluso sancionar, a intelectuales de izquierda, en su mayoría jóvenes que, con razón o sin ella, asumen posiciones críticas respecto a ciertas concepciones y políticas gubernamentales; se han frustrado opciones de diálogo con sectores no socialistas que, al margen de grandes diferencias, han estado dispuestos a encontrar puntos de encuentro con los sectores de izquierda; incluso se ha tratado de silenciar las voces críticas de militantes revolucionarios(...).

Quizás, el principal freno al potencial de estos diálogos dispersos para contribuir al consenso nacional radica en las limitaciones de la prensa y otros medios de comunicación oficiales para difundir sus resultados e integrarlos en el quehacer político de la nación (...). Se trata de un problema mucho más profundo, relacionado con la concepción del papel de la prensa en la construcción de la hegemonía socialista y las normas para su funcionamiento, un viejo problema no resuelto (...).

La frase «es la economía, estúpido», encabezó la campaña de Bill Clinton en 1992 y fue tan descriptiva que algunos la consideran decisiva en su victoria. La misma lógica se aplica para la realidad cubana actual. Ningún diálogo podrá solucionar los impactos de esta realidad objetiva en la vida cotidiana de los cubanos, pero mucho menos puede la violencia. El diálogo es un camino para encontrar soluciones, sobre todo mediante el aprovechamiento del enorme capital humano que ha desarrollado el país; producir el bienestar de la armonía social y contribuir a la cultura política popular. En eso estriba su importancia.