Víctor Esquirol
Crítico de cine

El mártir, el monstruo y la música del maestro

El equipo del filme de los hermanos D'Innocenzo en Venecia. (Marco BERTORELLO | AFP)
El equipo del filme de los hermanos D'Innocenzo en Venecia. (Marco BERTORELLO | AFP)

La 78ª edición del Festival de Cine de Venecia se va despidiendo con una desigual selección de títulos para su penúltima jornada competitiva. Jan P. Matuszynski se consagra con la denuncia de ‘Leave No Traces’, los hermanos D’Innocenzo se hunden en ‘America Latina’ y Giuseppe Tornatore nos recuerda el eterno y vibrante legado de Ennio Morricone.

Esto se va terminando. La 78ª edición de la Mostra ha dado algunos de sus últimos coletazos, como esa bestia que sabe que le quedan pocos momentos de vida. Hoy en el Lido se ha detectado cierta confusión, un poco de desesperación... y también la voluntad de ir despidiendo la fiesta con la mayor dignidad posible. Por partes.

Para empezar, la competición nos dio una de cal y otra de arena. O sea, que al León de Oro le salió un pretendiente a tener muy en cuenta, y otro que nos hizo perder el tiempo a todos. Primero apareció el polaco Jan P. Matuszyński. El hombre venía de haber presentado en Locarno, allá por el año 2016, su primer largometraje, ‘The Last Family’, un impresionante biopic dedicado a la familia del pintor Zdzislaw Beksinski. Después de aquel primer contacto, evidentemente había muchas ganas de ver cuál iba a ser el siguiente paso en la carrera de un cineasta que claramente iba sobrado de ambición. Pues bien, la respuesta estuvo a la altura de las altas expectativas.

‘Leave No Traces’, que así se titula su nuevo proyecto, podría traducirse como ‘No dejes marcas’, aunque todo en él estaba diseñado para dejar huella, para remover, para herir. De lo que se trataba aquí, a lo largo de más de dos horas y media de metraje (casi nada), era de reconstruir milimétricamente el caso Grzegorz Przemyk de 1983, en el que un joven aspirante a poeta fue asesinado a manos de la Policía de Polonia. Un chaval quedaba con un amigo y charlaban, y paseaban, y se reían... hasta que en un abrir y cerrar de ojos, y sin saber por qué, caía sobre ellos la brutal violencia de un aparato represivo enemigo de la juventud, de la alegría, de la vida.

A veces, todo es así de simple; de flagrante. Con este convencimiento, Matuszyński firmó un potente y prácticamente impecable ejercicio de reconstrucción histórica apoyado en los mecanismos tanto del thriller político como del de espías en su vertiente más –justificadamente– paranoide. La terrible actuación policial que lo dispararía todo, se produjo a lo mejor a los diez minutos de película. O sea, que todavía faltaba un largo (y penoso) trecho por recorrer. ‘Leave No Traces’ lució como lo que prometía su ficha técnica: como una película ardua, exigente, pero también perfectamente solidarizada con las necesidades y exigencias de ese gran público al que se debe llegar.

En este sentido, la película lució buena parte de las virtudes de los films de la mejor época del ilustre Costa-Gavras, maestro de la denuncia política. Narración nítida y atención detallística a cada gesto, a cada declaración, a cada –siniestro– personaje al mando de esas cloacas en las que el Estado (el que sea) opera con un sentido de la impunidad que efectivamente espanta. La estupenda factura del film nos recordaba constantemente que aquello era una época lejana (casi cuarenta años han pasado desde aquella barbaridad), pero su milimétrica descripción de los aparatos represores nos invitó a no bajar la guardia ante un presente en el que, por desgracia, perviven muchos de estos tics inhumanos.

Y como no podían ser todo buenas noticias, Venecia se apresuró a sacar la peor película vista este año en el certamen. Los hermanos D’Innocenzo presentaron ‘America Latina’, una nueva fábula en su –extraño– repertorio; un cuento infecto que pretendía sumergirnos (hasta ahogarnos) en una mente perturbada. Un próspero propietario de un consultorio dental disfrutaba de su plácida y acomodada vida, en una casa en la que cualquier extraño se perdería fácilmente. Dicho y hecho: paseando por su propio hogar, el hombre daba con un sótano con el que no contaba, entraba... y allí mismo descubría a una chica maniatada, magullada, secuestrada.

Confusión total en el ambiente, y también mucho miedo. ¿Cómo había llegado ella allí? ¿Quién le había hecho esto? ¿Por qué? Todas las respuestas llegaron sin ningún respeto por el misterio con el que habían sido planteadas. El presunto thriller psicológico degeneró (en el peor de los sentidos) en una crónica negra aderezada con un gusto malsano por la peor cara del ser humano. Los D’Innocenzo nos bombardearon con gritos, con golpes, con insultos y desprecios, en una ensalada de malas vibraciones indigesta, insufrible, intolerable.

Por último, quedó el siempre fiable refugio del Fuera de Competición. Allí, Giuseppe Tornatore presentó ‘Ennio: The Maestro’, formulaico pero efectivo documental dedicado a la célebre figura de Ennio Morricone, uno de los compositores más importantes del siglo XX. Vida, obra e incontables milagros orquestados repasados de forma cronológica (sin liarse, vaya), y en la inmejorable compañía de cineastas, músicos y otros genios. Una impresionante constelación de estrellas invocada para celebrar la obra inmortal del maestro, del demiurgo del pentagrama, creador de esas melodías, de esos coros y de esos arreglos sin los que el cine no sería tal y como lo conocemos hoy. Tornatore no decepcionó en aquello que se le pedía: homenajear unas partituras capaces de elevar a cualquier obra, a este documental incluido.