Aritz Intxusta
Redactor de actualidad
URTEKO AZKENETAN, DATORRENARI BEGIRA

Ciencia, deseo y realidad

La tecnología y el capitalismo han mostrado sus limitaciones para acabar con la epidemia. Las primeras vacunas desarrolladas no han sido capaces de conseguir la prometida inmunidad de grupo y la gran industria farmacéutica tampoco ha cumplido su compromiso de abastecer de vacunas a una parte aceptable del planeta (ni siquiera a la mitad), lo que hace que el virus siga multiplicándose y evolucionando.

La pandemia es una catástrofe natural y considerar que la tecnología iba a aportar una respuesta rápida y total quizá nunca fue una tesis razonable, quizá se confundieron los deseos con la realidad.

Cierra el 2021 con una situación poco clara. El virus ha sido capaz de mejorar de forma notable en tres ocasiones para aumentar su transmisión: con la variante alpha, con la variante delta y con la emergente ómicron.

Este aumento de su capacidad de transmisión ha compensado el efecto de reducción de contagios que confieren las vacunas a la población correctamente vacunada. El resultado neto que sí se puede apreciar es la reducción en la proporción de ingresos.

En lo referente a Euskal Herria, a mismos contagios, los ingresos hospitalarios son la quinta parte de los que había al inicio de la epidemia. La extensión de la tercera dosis promete bajar esta ratio en breve.

La irrupción de vacunas más efectivas a lo largo de 2021 es una posibilidad, en tanto que hay 29 candidatas en fase final de ensayos. Ya no se las compara con un placebo, sino con otras vacunas aprobadas, a las que deben superar tanto en efectos como en rédito económico potencial.

Que nuevas vacunas superen a las existentes, con suerte, puede favorecer que se liberen patentes, lo que redundaría en una mayor velocidad en la vacunación.

Más limitadas son las opciones de que lleguen tratamientos útiles contra la enfermedad más allá de los corticoides que se emplean desde el inicio, puesto que apenas hay precedentes de antivirales para enfermedades equiparables.

La tecnología puede hacer que la situación de emergencia se diluya y queda todavía potencial de mejora importante, pero la solución redonda, el final, no parece alcanzable con la pura ciencia. Esto implica que el virus se queda y obliga a un refuerzo estructural, no puntual, de la sanidad pública.