El dolor liberador de mirarse al espejo
‘The Capacity of Adequate Anger’, de Vika Kirchenbauer y ‘918 Gau’, de Arantza Santesteban, elevan el ya de por sí elevado nivel competitivo del Festival Internacional de Cine Documental de Iruñea. Con estas dos propuestas, aprendemos que en el acto de contemplar nuestra propia historia, viene implícita la estimulante carga de la mirada hacia todo lo que nos rodea y moldea.
Los programas de la Sección Oficial de Punto de Vista son, por lo general, un combinado de películas en formatos distintos que, por definición, nos obliga a saltar de un punto a otro. Es un ejercicio mental estimulante, no cabe duda, en parte, por la exigencia a la que se somete el cerebro. La gracia, por supuesto, está en la negación de una zona de confort: no hay espacio posible en el que acomodarse, y cuando parece que sí, en realidad estamos a pocos minutos de tener que hacer las maletas y mudarnos a otro lugar. De un cortometraje afgano pasamos a un largometraje chino, por ejemplo.
Justo cuando empezábamos a familiarizarnos con las caras, las voces y, en definitiva, los relatos de unas determinadas gentes, nos teletransportamos a otro confín del mundo, y allí empieza otro proceso de aclimatación… con la espoleante angustia, claro está, de estar en una sala de cine. O sea, de no estar en control de la proyección. Si por un momento nos despistamos y bajamos la guardia, ya será demasiado tarde. No hay vuelta atrás, no se puede rebobinar, tampoco pausar la reproducción para coger aire. Es el agobio que inevitablemente acaba definiendo toda –buena– experiencia festivalera: el no poder parar, el ir acusando el desgaste, pero sobre todo, el irse enriqueciendo por un camino exquisitamente bien diseñado.
En este sentido, se puede decir que en la cuarta jornada de su 16ª edición, el Festival de Cine Documental de Nafarroa alcanza la perfección de su propia fórmula. Empieza la jornada con una intensidad (emocional, intelectual) impresionante, merced a un programa doble cuyas piezas, como suele suceder en este certamen, están brillantemente emparentadas. Hoy toca una sesión doble dedicada al ritual potencialmente más doloroso de todos: el consistente en mirarse fijamente al espejo; a pasar cuentas con una misma, con el pasado propio.
‘The Capacity of Adequate Anger’ (traducido: ‘La capacidad del enfado adecuado’), de Vika Kirchenbauer, es una autobiografía de apenas 15 minutos de metraje, un suspiro, a nivel de recuento de tiempo, que no obstante consigue calar hasta lo más hondo. La voz en off de la propia directora (encargada también de la fotografía, el sonido, el montaje y la producción) da forma a una serie de recuerdos ilustrados con fotografías, clips de una serie anime y, por qué no, también con pantallazos negros. Una amalgama de (no) imágenes que, sobre el papel, no guardan relación entre sí, pero que en realidad son la mejor ilustración posible de una vida llena de recuerdos.
De Magic Johnson pasamos a María Antonieta, y de ahí, a Freddie Mercury. Celebridades históricas se solapan con instantáneas sacadas de lo que parece ser un álbum familiar. Una historia lleva a otra; un sitio al siguiente: es Punto de Vista, comprimido en apenas un cuarto de hora. A todo esto, la voz omnipresente de quien mueve los hilos, nos habla de esto y de aquello otro, pero en el fondo, siempre tiene la vista puesta en su propia persona. No en actitud egocéntrica, sino justo lo contrario, entendiendo que no se puede alcanzar la esencia de una misma, si antes no se abrazan todas las partes que nos componen.
Alegrías, revelaciones, decepciones, miedos, curiosidades… somos el resultado de todo esto. Lo confirma, precisamente, el que sin lugar a dudas es el plato fuerte de la jornada. ‘918 Gau’, de la directora navarra Arantza Santesteban, otra pieza autobiográfica (ahora en formato largo, con un metraje de poco más de una hora) en la que cine político e intimista comparten el mismo espacio de reclusión. De nuevo, las memorias personales se funden con las colectivas… y al poco tiempo, se separan en dos cuerpos distintos. El cine documental luce pues como el más nítido expositor de historias, y al mismo tiempo, como un dispositivo hecho para dialogar con el misterio.
Porque hay relatos que no ofrecen resistencia con la sangre en caliente, pero que después, ya en frío, suscitan preguntas cuya respuesta para nada está garantizada. Sobre el papel, Arantza Santesteban nos habla de su –traumática– experiencia en el servicio público; de cómo su militancia en Batasuna terminó con un encarcelamiento que, como anuncia el título, se alargó hasta los tres años. Pero a la práctica, este discurso de denuncia que habla por sí solo (es decir, sin ninguna necesidad de cargar las tintas), ahonda en una esfera interior que lucha por no ser presa de la condición que el mundo le ha colgado.
Es la crónica histórica a través de la mirada que rebota en el espejo: un reflejo en el que cada vez cuesta más reconocerse. Santesteban invoca con ello un sentido poético en el que los puñetazos directos de las consignas partidistas se convierten en las fintas elusivas de las metáforas que, sin ser comprendidas de forma racional, igualmente pueden abrazarse para que de alguna manera, nos cambien por dentro. Es el poder transformador del arte: una película brillante en su turbiedad; una respuesta formulada como la más incómoda de las preguntas. Hay encrucijadas que solo se pueden resolver así.