Han encontrado a 17 y faltan otros cuatro más. Estarán, seguro, debajo de todos los demás. Los vecinos de Berriozar los enterraron amontonados para que ocuparan menos en 1936. Como no daban crédito a que cupieran tantos en un espacio tan pequeño, corrió el rumor de que habían puesto sus ataúdes de pie. No era cierto. Hay dos torres de cadáveres. Diez en una, siete en la de dos metros más allá.
El cráneo lo traen roto. «Puede ser por efecto de la bala o por el peso de la propia tierra en estos 86 años», explica Lourdes Herrasti, de Aranzadi, a un alumno que cursa Educación Social. «A este y ese, se los rompió el balazo», prosigue la historiadora señalando a dos esqueletos con el cráneo particularmente dañado.
El viento sopla fuerte al mediodía, desplegando las banderas de una docena de afiliados de la CNT que también se han acercado. Se sabe el nombre y la filiación política de las personas enterradas. Tan solo falta casar cada cuerpo con una identidad. Hay esperanza de que en muchos casos se conseguirá.
Bastará con dar con un pariente cercano de las personas que aparecen en los listados para cotejar su ADN con el que se extraiga de las raíces de los dientes. El forense Paco Etxeberria asegura que en un 90% de las ocasiones logran aislar con éxito el ADN del desaparecido. «Y estos restos están muy bien conservados».
«A pocos los fusilaron. A la mayoría les iban dando un tiro en la cabeza y los mataban uno tras otro»
Las balas hicieron agujeros de entrada y salida. Eran de pistola. «Se suele decir siempre que eran fusilados, pero no es correcto. A pocos los fusilaron. A la mayoría les iban dando un tiro en la cabeza y los mataban uno tras otro», aclara Herrasti.
El método de ajusticiamiento no solo ahorraba munición. También tenía una misión de amedrentar, de horrorizar al resto de prisioneros del Fuerte de Ezkaba.
Muertos con zapatos
En Ezkaba, en el penal de San Cristóbal, murieron republicanos a centenares y de muchas formas: de hambre, en ejecuciones sumarísimas, de tuberculosis y durante la cacería humana en la que degeneró la fuga de 1938, el episodio histórico más conocido de esa prisión. La forma en que murieron los de la fosa no es la más habitual.
La primera gran diferencia es que ninguna de esas personas a las que reventaron la cabeza de un disparo participó en la guerra derivada del golpe de 1936. En su mayoría, eran anarquistas de distintos puntos del Estado que habían tomado parte en atracos y acciones para financiar al movimiento antes de la guerra. A todos les pilló el golpe de estado en la cárcel.
La acusación que figura en los papeles de los vencedores es que habían cometido «bandidaje». Un portavoz de la CNT manifestó durante el acto que no le gusta el término, que no se ajusta a la realidad de lo que hicieron aquellas personas, que fue luchar por la causa obrera.
La documentación dice que solo tres de las 21 personas a las que ejecutaron el 1 de noviembre de 1936 habían cumplido los 30 años. El más joven tan solo tenía 18. La mayoría de ellos no tenían ni mujer ni hijos.
Los mataron bajo la acusación (casi seguro falsa) de haber tratado de huir del penal. Esto tuvo consecuencias. La primera, que se trata de personas bien identificadas. La segunda, que fueron ejecutadas en el penal y llevadas en ataúd hasta Berriozar, donde los vecinos les dieron sepultura en aquel trocito del cementerio y conservaron el recuerdo de dónde estaban que ahora ha permitido rescatarles. La tercera, menos relevante quizá, pero muy descriptiva de aquel horror es que los cuerpos llevaban alpargatas y, en algún caso, hasta zapatos.
Los pies desnudos prueban su miseria. Sus compañeros o los propios ejecutores no podían desperdiciar un zapato.
El grueso de los cuerpos que han aparecido por las faldas del Monte Ezkaba están descalzos. Sus pies desnudos prueban la inmensa miseria en la que vivían. Sus compañeros o, en algún caso, los propios ejecutores no podían permitir siquiera que un zapato se desperdiciara. Por eso se los quitaban a los cadáveres antes de enterrarlos. Y es de suponer que el calzado que aquella gente llevaba no estaría en las mejores condiciones.
Las lecciones de Aranzadi
Uno de los elementos que hacen especiales los desenterramientos de fosas comunes en Nafarroa es la presencia de estudiantes en esta fase final. El programa Escuelas con Memoria permite que alumnado de institutos o, en el caso de ayer, de personas que se forman para ser educadores sociales, entiendan qué fue la guerra y por qué hay que buscar a los desaparecidos tantos años después.
«Mucha gente no entiende qué hacemos aquí. Al principio, incluso en la universidad no entendían por qué los desenterramos», les ha contado Etxeberria. «Tenemos que sacarlos de ahí, aunque solo sea para que no se queden donde les dejaron tirados», ha asegurado el forense.
«Eso no ocurre en todas partes. En muchos lugares se dedican únicamente a poner pegas»
Etxeberria ha afirmado que en Nafarroa la tarea para rescatar a los desaparecidos es «fácil», pues se cuenta con el apoyo del Gobierno y de los ayuntamientos donde están las fosas. «Eso no ocurre en todas partes. En muchos lugares se dedican únicamente a poner pegas».
El forense ha asegurado que, desde el año 2000, han trabajado en la exhumación de 11.000 cuerpos a lo largo del Estado español con equipos compuestos por antropólogos forenses, arqueólogos e historiadores.
Actualmente, trabajan en las minas de Río Tinto y en Asturias, donde han dado con fosas llenas de mujeres. «Como allí no dieron con los hombres, fueron a por sus esposas e hijas», ha resumido Etxeberria.