La violencia de una línea divisoria
En ‘Norte salvaje’ promesas y negaciones de una vida mejor se erigen como sendos diálogos y monólogos entre el Norte y el Sur, y nos sirven para entender mejor la manera con la que nos relacionamos con el drama de la inmigración.
Estás sentado en un autobús, o en un tren, poco importa. Disfrutas cómodamente de un viaje que te llevará de un país a otro, y te dejas llevar por el paisaje cambiante; dejas que tu mente se pierda ahí, en la lejanía del horizonte, porque en este momento de tránsito, no tienes que preocuparte de nada. El horario pactado se está cumpliendo, y el equipaje se ha facturado debidamente. Hasta que se produce una parada imprevista. Al cruzar la frontera, la policía detiene el vehículo, y un puñado de agentes se sube en él, y estos inspeccionan a cada uno de los pasajeros… y su mirada te pasa de largo, porque justo detrás está lo que buscaban.
Esa persona que tanto les inquietaba, y cuya identificación se ha llevado a cabo sin necesidad de pedir ningún tipo de documento; solo prestando atención al color de su piel. «Ustedes pueden seguir, usted acompáñenos afuera, por favor.» ¿Cuántas veces te has visto en esta situación? Yo, por desgracia, demasiadas. Una vez, dos… ocho. Poco importa el número exacto, menos aún cuando esto, más que ser una excepción, en realidad es el deshonroso síntoma de un sistema que, quizás por aquello de marcar territorio, nos muestra sin ningún reparo su peor cara.
El caso es que una vez más, topamos con la actualidad. Nos estampamos en ella, o esta nos atropella de forma violenta. Tanto monta, monta tanto. Mientras nos decidimos, el Festival de Cine y Derechos Humanos de Donostia sigue reivindicando la importancia de su programa indagando en aquellos lugares y personas a través de las cuales podemos entender mejor tanto el mundo que hemos heredado, como aquel que podemos legar para las siguientes generaciones. En la quinta jornada de la 19ª edición de dicho certamen, toma protagonismo ‘Norte salvaje’, documental firmado a seis manos entre Paula Iglesias, Marta Gómez y Ana Serna.
De lo que se trata aquí es de instalarse, durante hora y media de metraje, en dos de los puntos mundialmente más caldeados, sobre todo a la hora de entender el carácter desafortunadamente universal que tienen las divisiones entre norte y sur. Y es que poco importa si el marco lo pone una nación, una región de esta o si ampliamos la panorámica hasta abarcar varios continentes. Pongamos que hablamos de África y Europa; pongamos que justo después nos trasladamos allá donde geopolíticamente convergen las «dos Américas».
Tanto en un caso como en el otro, seguimos a riadas interminables de gente. A personas empujadas por circunstancias dispares, pero siempre dramáticas, y que también se ponen de acuerdo en seguir la misma dirección. De abajo para arriba: porque no queda otra. Ahora estamos en Oñati, y en un abrir y cerrar de ojos, nos encontramos en Tijuana. ¿Qué es lo que une un punto con el otro? Su condición de enclaves fronterizos, es decir, que hasta allí se desplazan docenas, centenares, miles de personas para intentar llegar a otro sitio.
Estados Unidos y el norte de Europa como esas eternas promesas de una vida mejor; como la posibilidad irrenunciable de dejar atrás el hambre, la violencia, la intolerancia, la censura, la destrucción… el horror. El trío de directoras se sumerge en dos de los grandes flujos migratorios a escala planetaria, lo hacen con espíritu poético, pero también con una conciencia cinematográfica discretamente apabullante. De ahí, brota un sentido humanista que conmueve y que, en tiempos marcados por una ultra-derecha pujante que se nutre del sufrimiento «ajeno», debe ser defendido con todas nuestras fuerzas.
Una puerta plantada en medio de un paraje rural; un marco que de madera que retiene nuestra mirada, allí donde esta debería respirar con total facilidad. Un plano aéreo que nos otorga una mirada privilegiada sobre esas líneas divisorias cuyo propósito parece ser incidir en la desgracia de los desfavorecidos por el destino. Lo que podría haberse convertido en un ejercicio de frivolidad (como le pasó, por ejemplo, al activista Ai Weiwei en ‘Marea humana – Human Flow’), aquí luce como un meditado y empático estudio sobre la deshumanización con la que normalmente suele despacharse el tema.
Un espeluznante travelling lateral que sigue uno de los muchos muros de la vergüenza (esas barreras que señalan la pobreza moral de quien materialmente puede considerarse rico) descubre y al mismo tiempo tapa la línea de meta que aguarda al otro lado, esa salvación que tanto se resiste. ‘Norte salvaje’ habla con los que quieren llegar allí, y con los que intentan ayudar, y tanto unos como otros quedan a menudo reducidos a la condición de la voz en off; a esa distancia con la que el dolor de los demás no duele tanto. Paula Iglesias, Marta Gómez y Ana Serna, por suerte, se sitúan al lado de aquellos y aquellas cuya historia merece ser escuchada, exponiendo así la violencia insoportable que hay detrás de las delimitaciones trazadas en un mapa.