No hablamos de adivinación cuando decimos que las cartas hablan sobre nosotros. El historiador y antropólogo José Antonio Azpiazu ha escrito ‘Los naipes en Euskal Herria’, un relato histórico sobre los juegos de cartas pero contado con la firme intención de entretener.
Tal y como ha explicado el editor de Txertoa, Martin Anso, en la presentación de esta mañana, los libros de Azpiazu han tenido una acogida extraordinaria entre el público, a pesar de tratar temas históricos, y eso es gracias a ciertas particularidades como que no están dirigidos a un público especializado o que parte de pasadizos curiosos que ha encontrado en su investigación en los archivos, no publicados hasta la fecha.
Aunque creamos que poco se puede decir ya sobre la historia de Euskal Herria, Azpiazu es un experto en buscar nuevos hilos conductores que, con algo tan trivial como las naipes a modo de excusa, nos destapan curiosidades sobre el estilo de vida de nuestros antepasados. «No había clase social que se librara de dedicar tiempo a las naipes», ha subrayado sobre el libro que acaba de presentar. Los juegos de cartas servían de entretenimiento, pero también como forma de socializar entre los huéspedes de las posadas.
Pronto, el éxito de estos juegos que requerían algo tan simple como una baraja de cartas desarrolló en los participantes el afán por mostrarse más hábiles que el vecino. Cuando confluían el juego, el dinero y el sentido del honor surgía «uno de los peores vicios», lo cual daba pie a trampas y, estas, a peleas. «Las cartas eran la ruina de las familias», asegura el escritor.
«El juego de cartas se introdujo con pasmosa facilidad en la sociedad», dice Azpiazu. También en ese éxito aparecieron los jugadores profesionales en todo el mundo, los tahúres, que iban de un lado a otro buscando víctimas. «Estos jugaban con ventaja por llevar las cartas marcadas. Sobre todo se jugaba en tabernas y ventas; la Policía amenzaba a quienes aceptaran juegos en sus establecimientos», ha contado, aunque ha señalado que poco se podía hacer en su contra.
Las mujeres jugadoras de Oiartzun
Aunque generalmente eran los hombres los que apostaban en las cartas, Azpiazu ha contado que en Oiartzun, a mediados del siglo XVIII, eran las mujeres. «Eran ellas las que se jugaban el dinero, y los maridos les prohibieron las timbas. Curiosamente, ellas se enfrentaron a los hombres y a la Iglesia. ¿Se trataba de una reivindicación feminista?», ha dejado en el aire.
La fabricación de naipes era tan rentable que hasta la monarquía quería tomar parte de ella. Sin embargo, quien más éxito tuvo fue «el fenómeno Heraclio Fournier de Gasteiz». La propia Catalina de Erauso se vio envuelta en una pelea relacionada con el juego de naipes.
También los universitarios eran aficionados. «En la universidad Sancti Spiritus de Oñati el rector controlaba el juego, pero era imposible controlar todas las posadas donde había estudiantes», ha afirmado. También los mineros de Aralar protagonizaron una tragedia, al pelear por un juego de cartas.
Abadekurutz le debe su nombre a otro pasadizo similar, pues un cura que ganó cierta cantidad de dinero se dirigía de Arano a Leitza cuando fue abordado y muerto para robarle su dinero. En ese punto hay hoy en día una cruz.
El tahúr italiano de Bilbo
Entre las curiosidades que se recogen en ‘Los naipes en Euskal Herria’ hay una que Azpiazu ha querido destacar. Se trata de «un enorme pleito que ocupa cuatro legajos que nos decribe el Bilbo de finales del siglo XVIII y la burguesía de la época». El mismo trata sobre una maraña de jugadores de Bilbo y otras ciudades, y un tahúr italiano. «Se le describe como elegante, hábil con las armas y las cartas, y cautivador con las mujeres. Pero la avaricia lo perdió», ha comentado.
Según lo que se recoge en los archivos, después de una temporada viviendo en Bilbo quiso ir a Iruñea por San Fermín. Antes intentó confabularse con un jugador bilbaino y le contó sus trucos. Lo que el socio debía hacer para llevarse su parte era ganarle unas partidas a sus amigos. Pero poco antes de partir, el hombre les contó a sus amigos los planes. A algunos de ellos el tahúr ya les había robado dinero, por lo que fueron a exigirle lo «malganado». «Dos tiros hirieron de muerte al famoso tahúr; uno en el muslo y otro en el pecho», ha terminado contando brevemente solo algunas de las historietas que relata en su libro.