¿No hay nadie con dos dedos de frente?
Un residente en Vladivostok explicaba en Twitter que un viaje desde Tokio hasta su ciudad solía durar unas dos horas y que ahora se tarda dos días en completar el recorrido, que pasa por hacer escala en Qatar y en Moscú. El ejemplo ilustra perfectamente para qué sirven las sanciones, básicamente para complicar la vida a la gente y encarecerlo todo. Por mucho que enfaticen que son para evitar que se financie la guerra, en realidad el objetivo final de las sanciones es provocar tal malestar que la gente termine por echar al Gobierno ruso. Ya lo dijo bien claro Joe Biden en su última visita a Europa, tan claro que desde la Casa Blanca tuvieron que matizar sus palabras. Y así lo señaló el ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, cuando dijo textualmente: «Vamos a provocar el colapso de la economía rusa». Y colapsar una economía significa destruir la producción y el comercio para provocar penuria, hambre, la destrucción de los servicios públicos esenciales de un país y la muerte de los más débiles.
Un programa verdaderamente siniestro que no es nuevo para los dirigentes europeos. El filósofo camerunés Achille Mbembe llamó necropolítica a esa capacidad de decidir quién puede vivir y quién debe morir. Y nos la encontramos a cada paso. Los portavoces europeos pueden perfectamente llamar a los soldados rusos a desertar, al mismo tiempo que no acepta a los desertores ucranianos en territorio europeo. Cualquier programa social que salva vidas debe pasar por el cedazo de las normas fiscales de Bruselas, pero para comprar armas a Ucrania no existe ninguna restricción financiera. Se promueve la acogida de refugiados ucranianos mientras otros siguen ahogándose en el Mediterráneo, al menos cien la semana pasada. Amnistía Internacional ha denunciado recientemente que en 2021 las grandes farmacéuticas han ganado 54.000 millones gracias, entre otras cosas, a que la Unión Europea ha bloqueado en la OMC cualquier intento de liberar las licencias de las vacunas. Una posición que ha provocado un enorme coste de vidas en muchos países con poca capacidad de compra. A pesar de ello, Europa y EEUU todavía tienen la desfachatez de amenazar a esos países porque se niegan a secundar su política de sanciones contra Rusia.
Ayer la Eurocámara pidió un embargo «total» al petróleo, carbón, combustible nuclear y gas rusos. Una decisión imposible si no se quiere paralizar la economía europea, pero Europa sigue embistiendo el capote que ha preparado EEUU. Ya lo dijo Biden en su última visita: «Cortar el gas ruso dañará a Europa, pero ese es el precio que ‘estoy’ dispuesto a pagar». No fue un lapsus, sino una descripción exacta de la relación de vasallaje, como en la Edad Media, que tiene Europa hacia EEUU. Con el Viejo Continente bien enzarzado con Rusia, esta semana Washington ha hecho público que va a desarrollar armas hipersónicas con sus socios de Aukus. Vaya, de repente parece que Europa y la OTAN ya no son los socios preferentes de Washington. ¿Es que no hay nadie con dos dedos de frente en Europa? Hay que sacudirse esa dependencia y ponerse a trabajar por la desescalada y la firma de la paz.