Iker Fidalgo
Crítico de arte

La generación y su huella

Tras el trauma que supuso la Segunda Guerra Mundial, Europa se encontró ante una desolación que marcaría irremediablemente a las generaciones venideras. La crisis económica y social que supuso un hecho de aquellas características dieron como resultado el nacimiento de unas generaciones con una identidad estigmatizada por el suceso. Tras toda una primera parte del siglo marcada por la explosión creativa de las vanguardias artísticas y las atrocidades cometidas por el nazismo, no era para nada fácil el resurgir de movimientos culturales que asumieran la concepción de un futuro próximo. Aun y todo, un joven poeta rumano con apenas veinte años de edad llamado Isidore Isou formó, junto a Gabriel Pomerand, el primer proyecto vanguardista tras el conflicto armado. El letrismo se erigió como una idea revolucionaria que bebía directamente del surrealismo y del dadaísmo y se extendía desde la poesía o la literatura hasta la música y el cine. Un plan de vida que sentaría el precedente de la ideología situacionista desarrollada por Guy Debord y cuya memoria e influencia se ha mantenido hasta nuestros días.

Dentro de los postulados letristas, Isou defendía que el nuevo protagonismo social debería recaer sobre la juventud. La fuerza poética y política que requería el resurgir de un mundo moralmente destrozado sería asumida por la fortaleza de la renovación. Sin embargo, hay un matiz que debemos tener en cuenta. Cuando el letrismo se refería a la juventud no se incluía exclusivamente a una franja de edad concreta; más bien a todas aquellas personas que se sintieran excluidas de un sistema de vida que limitaba sus libertades. La revolución sería llevada a cabo por ellas y el arte en sus múltiples facetas sería su herramienta. El futuro del mundo estaba en un momento de crisis y el letrismo asumió la responsabilidad de decidir sobre su propio porvenir. El arte, una vez más, sería el camino y la huella de su legado.

El pasado 25 de marzo, la sala de exposiciones de la Fundación Vital Fundazioa inauguró una exposición que podrá visitarse hasta el 1 de mayo. El espacio situado en la céntrica Calle Postas, acoge un proyecto colectivo bajo el descriptivo título ‘Muestra colectiva de cuatro artistas alaveses’. El elenco protagonista está conformado por Dorleta Ortiz de Elguea, Koko Rico, Iban Arroniz y Joaquín Lara, todos ellos nombres conocidos del territorio y con un largo recorrido en la vida creativa de Gasteiz. A pesar de estar ante una exposición conjunta, no existe una línea comisarial que unifique o que plantee postulados teóricos bajo los que se agrupan. Esto que podría parecer una debilidad es, sin embargo, uno de los mayores atractivos pues cada nombre posee un espacio suficiente en el que expandir su propio espacio narrativo sin la necesidad de insertarse en un discurso concreto.

Si bien el soporte papel y la labor gráfica o pictórica podría vertebrar el recorrido, nos topamos con propuestas tan diversas como estimulantes. El grafito, la pintura, el acrílico o la sangre son algunos de los elementos elegidos para plasmar sobre las piezas cuestiones como la experiencia del paseo, la reflexión sobre el material y la propia capacidad expresiva del pigmento.

La Sala Rekalde de Bilbo sirve de escenario para la presentación de las propuestas premiadas en el programa Barriek de la Diputación Foral de Bizkaia y su programa de becas. Hasta el 29 de mayo es el turno de Mikel Erkiaga (Bilbo, 1994).

‘Amu bakoitzean (En cada cebo)’ es el título de una muestra que indaga en la relación entre la fotografía y la pintura. Ambas utilizadas como disciplinas mediante las cuales Erkiaga se expresa y desde las que intenta encontrar espacios comunes en los que ambas se funden y dialogan. Piezas pictóricas de diferentes formatos y fotografías polaroid se despliegan en la sala a través de una paleta viva y de gran expresión.