Como cada año, desde hace cuatro décadas, el 29 de abril o el fin de semana contiguo a esa fecha, aficionados y profesionales de todo el mundo celebran en actos, muchas veces masivos, el Día Internacional de la Danza. El objetivo: «Fomentar la participación de la atención de la opinión pública sobre la importancia del arte y la cultura de la danza», como recordaba ayer La Fundición.
La sala ubicada en el barrio bilbaino de Deustu es precisamente una rara avis en esto de programar a compañías de danza contemporánea, tanto de aquí como de fuera. Porque en Euskal Herria sí que hay compañías, pero se programa poco.
El coreógrafo y bailarín Mikel Del Valle lo explica: «Sí que es verdad que se está apostando por la formación: están el Conservatorio Superior de Danza y también el Conservatorio de grado medio de Gasteiz, los dos grandes referentes públicos. Y luego, a nivel profesional, hay diferentes compañías que subsistimos, pero es verdad que necesitamos profesionalizarse, porque cuando he bailado fuera las condiciones han sido distintas. No te digo que pidamos algo especial, sino poder subsistir, como en cualquier trabajo. Aquí sí que hay unas buenas subvenciones, pero las compañías no viven de producir sino de distribuir, de tener funciones en los teatros. Y no se programa mucha danza en los teatros vascos».
Más años que los médicos
Está el ejemplo de Ipar Euskal Herria, con el Ballet de Biarritz de Thierry Malandain, y luego lo que está al sur del Bidasoa. «Hace años ya se hablaba del Ballet de Euskadi. Se necesitaría una compañía de 15-20 bailarines, que puede ser de autor o que vengan otros coreógrafos a crear, para que las nuevas generaciones no se tengan que ir fuera. Al final, muy poca gente aquí puede vivir de la danza sin tener luego cinco trabajos más».
Mientras, hay que seguir. El bilbaino se prepara ahora con su compañía MDV para el estreno el 12 de mayo en el Teatro Arriaga de su tercer espectáculo, un montaje titulado “Arquitectos del aire”. Son cinco bailarines sobre el escenario (Maite Ezcurra, Asier Ostolaza, Alazne Uralde, Dácil Wijkström y el propio Mikel del Valle), aunque el montaje mueve, en total, a más de una veintena de personas.
Es la siguiente parada para Del Valle tras 17 años de estudios, ‘exilio’ o viajes, o como se quiera llamar: un recorrido con estancias en Barcelona, Madrid, Sevilla (Centro Andaluz de Danza dirigido por Blanca Li) y de vuelta a Madrid (Conservatorio Superior María de Ávila). Estudiar, practicar y formarse, sin parar. Ahora anda metido en un máster de gestión cultural.
«Yo suelo decir que estudiamos más que los médicos», bromea. Agota de solo pensarlo. «Una de mis bailarinas me ha dicho que ha intentado dejar de bailar dos veces, pero no ha podido». La frase le ha removido, porque todo el mundo tiene sus altibajos, pero «la danza tiene que ser vocacional –reflexiona– y es una pasión porque lo que sientes cuando bailas no lo sientes con nada más».
Tercer montaje y estreno
«Yo intento contar diferentes problemáticas sociales a través de la danza», explica el coreógrafo. Siempre hay una historia de fondo, también en ‘Arquitectos del aire’. Con su anterior ‘Agate Deuna’, por ejemplo, relacionó la festividad de Santa Ágeda con el cáncer de mama, a través de una investigación con mujeres que lo han sufrido.
De acuerdo, ¿pero qué tiene que ver la arquitectura con la danza? «Hay coreógrafos consagrados que empezaron siendo arquitectos –advierte–. Tanto unos como otros tenemos muchas similitudes, aunque el edificio permanece y la danza es efímera».
La pulsión para este montaje le surgió en el principio de la pandemia, paseando por Bilbo y al constatar el cambio que ha dado la ciudad y lo poco que sabemos de su paisaje. Un paisaje industrial, un patrimonio como la Alhóndiga. De ahí amplió el foco a otras tres ciudad y otras tantas joyas arquitectónicas, todas ellas de la misma época, de principio del siglo XX.
‘Arquitectos del aire’ invita al espectador a seguir la evolución de estos edificios y a hacer su propio «camino emocional» en ellos. Y, de paso, a recorrer nuestra historia.
En Bilbo aquella alhóndiga de vino puede tener, pongamos, un baile suletino en su vaso de vino; en Barcelona, el edificio modernista de Caixa Forum recuerda que fue una fábrica de algodón y, en Sevilla, las icónicas Naves del Barranco traen a la memoria a los pescadores de aquella lonja de pescado.