Jaime Iglesias
Entrevue
Stéphane Brizé
Cineasta

«La voluntad política la determinan los grandes accionistas»

Nacido en Rennes en 1966, en 2016 estrenó ‘La ley del mercado’, donde hablaba sobre la precarización del mercado laboral en el Estado francés. Aquella película dio inicio a una trilogía cuya segunda entrega fue ‘En guerre’ y cuyo último episodio, ‘Un mundo nuevo’, llega ahora a los cines.

Stéphane Brizé.
Stéphane Brizé. (Nacho LÓPEZ)

Protagonizado, como los dos anteriores largometrajes del director, por Vincent Lindon, ‘Un mundo nuevo’ cambia de trinchera para ofrecernos un retrato íntimo del ejecutivo de una multinacional que libra un debate íntimo consigo mismo al estar obligado a ejecutar un plan de despido masivo.
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​‘Un mundo nuevo’ es la última entrega de una trilogía sobre el mundo de las relaciones laborales. ¿Por qué decidió darle continuidad a ese escenario que comenzó a explorar con en ‘La ley del mercado’?

Cuando rodé aquella película no tenía en mente hacer una trilogía. Digamos que cada largometraje surgió de la anterior. El rodaje de ‘La ley del mercado’ propició una serie de encuentros que me hicieron reflexionar y me llevaron a una película como ‘En Guerre’, donde retraté las luchas sindicales. Y, mientras rodaba aquella película, conocí a un ejecutivo cuya experiencia me sirvió de inspiración para ‘Un mundo nuevo’. Hay una cierta coherencia, en el modo en que estas tres películas retratan la degradación del entorno laboral. En la primera vemos a un trabajador que acaba de ser despedido, en la segunda el cierre de una fábrica y en esta tercera nos centramos en un ejecutivo que afronta la exigencia de una drástica reducción de personal.
 
¿Por qué optó por darle voz a un ejecutivo? ¿No se trata, a priori, de una elección arriesgada a la hora de llegar al espectador?

Sí y precisamente por eso quise hacer esta película. Cuando rodé ‘En Guerre’ trabajé con muchos actores no profesionales. Entre ellos había varios ejecutivos y uno de ellos me hizo notar un día que su situación no era tan simple como yo la reflejaba, que muchas veces tenía que ejecutar planes que le venían impuestos desde arriba pero que él no compartía. Yo ahí pensé, claro, estoy filmando a este tipo en el momento en que manda a la calle de cuatrocientas personas, pero seguro que tomar esa decisión le ha colocado en conflicto consigo mismo. Entonces me dije: ahí hay una película. El gran desafío fue retratar ese conflicto moral e ideológico de una manera decente. Queríamos huir de la tentación de retratar al ejecutivo como un verdugo sin que eso nos llevase, necesariamente, a convertirlo en una víctima.
 
¿Pero no cree que ese conflicto que vive el protagonista del filme se puede definir como un proceso de desclasamiento?

Bueno sí pero ese desclasamiento no obedece a una simple oposición de funciones, va mucho más allá. En el fondo, él no deja de ser un trabajador. Es cierto que se trata de un trabajador con un salario muy elevado pero esa remuneración no reconoce únicamente sus competencias laborales, sino que lleva implícito el convertirse en la cara visible de la empresa a la hora de acometer decisiones impopulares que tiene que hacer suyas con independencia de lo que les dicte su conciencia. Antes a estos ejecutivos se les contrataba atendiendo a su capacidad de gestión, ahora simplemente se les paga para que hagan el trabajo sucio, para que pongan en marcha las decisiones de otros.
 
En paralelo asistimos al relato de la descomposición que acontece en su entorno familiar. ¿Ese fracaso evidencia la pérdida de contacto con el mundo real del personaje?

Philippe, como les ocurre a tantos otros ejecutivos, es alguien que ha priorizado su vida laboral sobre su vida personal sin que eso le convierta en un adicto al trabajo. Simplemente es alguien que ha vivido para encontrar soluciones a los problemas que se le planteaban en calidad de directivo. El tema es que, con el paso de los años, ha asumido que esos problemas han dejado de ser sus problemas y esa incapacidad para encontrar soluciones que no existen ante problemas que no son sus problemas es lo que le va encerrando en una burbuja que termina por aislarle. Eso, obviamente, tiene una incidencia directa en sus relaciones familiares y no es algo que me haya inventado yo; muchos ejecutivos con los que hablé me hicieron notar el coste que tuvo para ellos esa priorización de su faceta profesional.
 
¿Aquellos ejecutivos con los que habló se han visto reflejados en la película?

Aprovechando que el estreno de la película sufrió retrasos hicimos muchas proyecciones previas ante ejecutivos de grandes empresas para testar su opinión. Al ver la película casi todos respiraron aliviados y hubo incluso quien me dijo que habíamos captado de una manera precisa y sincera todas las incertidumbres que mantenía respecto a su labor profesional. A la mayoría de estos ejecutivos, en sus respectivos trabajos, no se les permite expresar esas dudas. Por un lado se les forma para que todas sus discusiones versen sobre conceptos como competitividad, rendimiento o valor de mercado, sin atender a otras razones. Por otro, ellos mismos saben que, si en algún momento se muestran vulnerables o inseguros a la hora de llevar a cabo aquello que se les exige, tienen un pie y medio fuera de la empresa..
 
No sé hasta qué punto con estas tres películas se ha llegado a sentir un cronista de la realidad social y laboral que está aconteciendo en el Estado francés.

Bueno, lo de cronista me parece algo demasiado solemne: yo soy solo un simple cineasta que muestra la ira, la rabia y la desesperación que se dan en los entornos laborales. Como tal soy un observador de cosas que están a mi alrededor y que cualquier político podría molestarse en observar también detenidamente en aras de encontrar soluciones. Pero, desgraciadamente, la voluntad política la determinan los grandes accionistas y es difícil que esas soluciones se concreten.