Iñigo Garcia Odiaga
Arquitecto

Arquitecturas de compromiso

Si entendemos la disciplina arquitectónica como un reflejo de la cultura del tiempo que le toca vivir, podemos asumir con cierta facilidad que no estamos hablando solo de objetos, piezas o esculturas. Incluso asumir que en ocasiones la arquitectura puede operar sobre principios o opciones morales. Ese es el caso de las actuaciones vinculadas a lo que podríamos llamar hechos catastróficos, imágenes que han quedado presentes en nuestra retina y que ahora la arquitectura intenta paliar.

En marzo de 2001, el mundo observó cómo los talibanes destruyeron dos colosales estatuas de Buda que dominaban el valle de Bamyan en Afganistán. Las estatuas, talladas hace aproximadamente 1500 años, eran consideradas las esculturas de Buda de pie más grandes del mundo y eran parte integral tanto del Budismo como de la cultura local. La imagen de su voladura por parte de los talibanes abrió los telediarios de todo el mundo, dejando claro que la barbarie de borrar la memoria y el pasado nos afecta de forma profunda.

Situada sobre la antigua ruta de la seda, Bamyan es hoy una pequeña población en la región central de Afganistán. Pero aún así es la capital de la provincia del mismo nombre y centro cultural y político de la etnia Hazára. Esa apertura histórica de la ciudad les ha supuesto durante el régimen talibán de los 90 y el actual graves problemas de persecución y limpieza étnica, que más allá del dolor humano encuentran en esta voladura de las estatuas de Buda una imagen gráfica tremendamente poderosa.

En noviembre de 2014, cuando se daba por acabado el conflicto con los talibanes, la Unesco con el soporte del gobierno de Corea del Sur promovió el concurso internacional para la construcción del Centro Cultural Bamyan. Un edificio con el objetivo de salvaguardar el patrimonio existente y promover el desarrollo social y cultural de la región. El concurso recibió 1070 propuestas de 117 países, resultando la propuesta ganadora la presentada por el estudio argentino M2R Arquitectos, y que estos días ha finalizado su construcción, en un ambiente político totalmente diferente al que la vio nacer.

Homenaje a las construcciones locales

El centro cultural busca ser un espacio social para compartir y comunicar ideas. Por lo tanto, el proyecto intenta crear, en vez de un edificio-objeto, un lugar de encuentro; un sistema de espacios donde el impresionante paisaje de los acantilados donde estaban talladas las figuras de Buda se entrelace con la rica actividad cultural que el centro albergará. El Centro Cultural  Bamyan no es algo construido en el sentido común del término sino más bien es un espacio encontrado o descubierto, un lugar excavado en el suelo. Esta estrategia arquitectónica primordial crea un edificio de mínimo impacto visual que se integra con el paisaje, y toma provecho de la inercia térmica y el aislamiento que el propio suelo le brinda. Con esta técnica común de la región, el edificio rinde además homenaje a las antiguas tradiciones constructivas locales.

Cuando los visitantes lleguen al nuevo centro cultural, en lugar de hallarse con un edificio sobre el paisaje, se encontrarán con un jardín, un parque abierto a toda la población de Bamyan. Al estar ubicado por debajo de la cota de acceso, deja las vistas panorámicas del Valle de Bamyan y sus cubiertas se transforman en un jardín. Esos techos del centro cultural conforman un conjunto de miradores donde los visitantes y los habitantes locales se pueden encontrar, contemplar el paisaje y asomarse a las actividades del centro.

Una suave rampa alineada con el nicho de la estatua del Buda Occidental guía al visitante hacía una plaza que funciona como corazón del centro. Esta plaza es un espacio abierto para actividades culturales, desde la que se accede a los tres edificios que conforman el centro cultural. Mientras que las actividades públicas del centro son albergadas en el edificio cultural, el edificio de educación contiene las actividades semi-públicas y de modo que la tercera pieza alberga todo el programa administrativo que gestiona las dos anteriores. Esta división del programa en múltiples edificios permite que cada uno funcione independientemente, reduciendo los costos de mantenimiento y calefacción.

Los espacios interiores son completamente mudos, carentes de detalles u ornamentación; por su extrema austeridad, favorecen una actitud contemplativa. Únicamente unos lucernarios estratégicamente dispuestos crean líneas de luz que se mueven acompañando el recorrido del sol, haciendo visible el paso del tiempo en el interior semienterrado del edificio. Los espacios abovedados del área de exposiciones están orientados en línea con el eje del nicho del Buda Occidental y enmarcan la visión hacia él, proveyendo un dramático fondo histórico para las manifestaciones culturales contemporáneas. Y haciendo visible la ausencia de aquella pieza monumental. En cierto modo haciendo que desde el silencio la arquitectura adopte un gran compromiso con el pasado, el presente y el futuro afgano.