Cuando el mercado dirige (también) nuestras angustias
Mucho se ha hablado en los últimos tiempos –por diferentes motivos– del auge de los problemas sicológicos en buena parte de la población, pero sin embargo muy poco se ha tratado de indagar en la solvencia de los postulados farmaceúticos con los que se les suele hacer frente.
En el recomendable y clarificador libro escrito por el sociólogo madrileño César Rendueles, ‘Sociofobia’, exponía que no ha existido a lo largo de la historia ningún tipo de ideología, creencia o cualquier estructura de poder que haya conseguido colonizar tan profundamente todas las esferas de nuestra vida, desde las colectivas a las intimas, como lo ha logrado el capitalismo.
Una tesis que, a su manera y ligada al contexto relacionado con la salud mental, no duda en defender, tal y como se desprende de la lectura de su obra, el antropólogo social y psicoterapeuta británico James Davies, autor de ‘Sedados’ (Capitán Swing, 2022). Una publicación convertida en todo un ‘best seller’ y que desarrolla –desde una didáctica enfocada a un público más generalista– junto a otras publicaciones, conferencias y estudios de una naturaleza más académica, una mirada crítica tanto a las políticas sanitarias del gremio como a la supeditación de éstas al apuntalamiento de un sistema global, con todas sus ramificaciones pertinentes, que no tiene otro nombre sino neoliberalismo.
Tratado con el rigor científico que la cuestión merece, los muchos datos vertidos (una mayoría centrados en el entorno del Reino Unido pero fácilmente extrapolables a casi todos los rincones de Occidente), las entrevistas, el uso de una amplia bibliografía y todo el acompañamiento empírico usado es el que demanda cualquier obra en busca de refutar una hipótesis. Al margen de dicho contenido, y todavía refiriéndonos a un aspecto estrictamente formal, el libro presenta esa necesaria avalancha de información pero con la sensación de estar compartiendo con el lector el diario personal que le ha guiado en toda su investigación al autor, concediéndole así un alto grado de humanidad a las voces o casos particulares de los que se nutren las páginas, sin que eso socave su componente técnico.
En ese ‘Work in Progress’ que parece adoptar el escritor a la hora de ir edificando todo su entramado de afirmaciones y conclusiones, la fecha que señala como clave a la hora de iniciar el periplo nos ubica en la década de los años ochenta, o por transformarlo al lenguaje político, la llegada a gobiernos de representatividad planetaria de personajes como Margaret Thatcher o Ronald Reagan o la elevación de economistas como Milton Friedman al papel de gurús. Presencias que simbolizan la entrada en la fase más cruda y salvaje del ya de por sí descorazonador espíritu que acompaña al capitalismo, incrementando y asentando la defensa de las privatizaciones, la desregularización, y en definitiva, imponiendo el ánimo ultra competitivo en buena parte del globo terráqueo.
Trasladando ese ambiente al contexto en el que se desenvuelve ‘Sedados’, la óptima deriva que la psiquiatría había alcanzado en décadas pasadas a la hora de construir sus diagnósticos desde una perspectiva holística, es decir valorando no solo condicionantes individuales sino teniendo en cuenta el contexto en que se desarrollan, adoptará entonces una dinámica mucho más ‘pragmática’, revelándose como una mera expendedora de pastillas.
Una actividad, que como demuestran los muchos estudios expuestos durante la obra, en pocas ocasiones resultan una solución sino al contrario representan la extensión y agravamiento del problema, convirtiendo en crónicos desequilibrios puntuales y empeorando la salud de sus tratados. Todo un frenazo en el sector de la salud mental que todavía queda más al descubierto en cuanto a los continuos avances que en casi todas las demás ramas de la medicina se están viviendo de forma torrencial.
No es casualidad, como apunta James Davies, que sea este campo el más castigado por esa involución o por los escasos medios aplicados a su formación. Al fin y al cabo, nuestra estabilidad mental es un elemento esencial en la manera de afrontar el día a día, y no hay mejor manera de nublar nuestra visión sobre aquellas realidades que nos rodean que hacerla pasar por algún tipo de incapacidad, evitando de esta manera incitar a reflexionar sobre la forma en que ese paisaje construido en nuestro entorno es capaz de afectarnos, pudiendo llegar a la fácil conclusión de que los incontables brazos con los que la precariedad se ha acomodado en nuestra sociedad revierten en la angustia que asola a un porcentaje significativo de la población. Con la invisibilización del problema de raíz, se abre todo un abanico alternativo de incertidumbres para las que casi siempre se encuentra una misma respuesta: las pastillas; y tras ellas, una imponente industria farmacéutica que no deja de crecer al amparo de unas políticas estatales en las que cuesta a estas alturas diferenciar quién domina a quién.
La imponente industria farmacéutica no deja de crecer al amparo de unas políticas estatales en las que cuesta a estas alturas diferenciar quién domina a quién.
Si existe un escenario en el que se representa con mayor nitidez y crudeza la idiosincrasia de la que hace gala el ‘dios’ mercado es en el ámbito laboral, lugar en el que por lo tanto se va a centrar una parte considerable del ensayo. Y es que no hay actividad en la que invirtamos más tiempo los individuos ni que resulte tan definitoria a la hora de calibrar nuestro estado de ánimo. La devaluación y el retroceso sufrido en las condiciones en que desarrollan su tarea los trabajadores, como se refleja a lo largo del libro, ha disparado las peticiones de bajas e incluso de incapacitaciones, un contratiempo menor para la estructura económica dominante frente al que supondría descubrir que precisamente su naturaleza explotadora es al fin y al cabo el germen principal de esos problemas dictados con interesada premura como psiquiátricos.
Pero si la lucha descarnada por mantener nuestro status en la vida adulta se ha arrogado como un aceptado nido de conflictos y frustraciones, su presencia ya deja rastro desde nuestros primeros conatos de relación y convivencia. Por eso el ensayo abre las puertas de colegios y escuelas para revelar que su asignatura esencial, aunque sea de forma implícita, se ha convertido en la de inocular el gen de la competitividad, transformando las aulas en pequeñas zonas de prácticas donde el mérito recae en aquel que consigue llegar a la meta el primero, dejando de lado las posibles diferencias y vivencias particulares que a esas edades tan fundamentales resultan. Un tipo de enseñanza que, como no podía ser de otra manera, deriva en el aumento de casos diagnosticados clínicamente, despreciando cualquier otra valoración exógena. Las pastillas y los tratamientos farmacológicos convertidos en compañeros de viaje desde nuestras iniciáticas estaciones.
El enemigo no es una enfermedad sino la auténtica pandemia que representa el capitalismo y las innumerables afecciones que conlleva.
Puede que la lectura global de ‘Sedados’ resulte frustrante al no presentar alternativas mágicas a la situación mostrada, pero como deja claro en cada una de sus reflexiones, el problema más allá de involucrar a un estamento concreto médico reside en cada uno de los muchos tentáculos con los que el mercado ha sojuzgado nuestro modo de vida. Frente a esa situación la contienda se hace complicada, porque el enemigo no es una enfermedad sino la auténtica pandemia que representa el capitalismo y las innumerables afecciones que conlleva y que resultan inmunes a cualquier tipo de comprimido.
La actitud que solo nos puede salvar de convertirnos en seres aplacados y dóciles, tal y como se vislumbra entre las páginas de este revelador trabajo, es la toma de conciencia de que nuestros desvelos y frustraciones, al margen de las inexcusables zancadillas existenciales, residen fundamentalmente en las leyes que dictan los parlamentos, en las decisiones que se toman en los despachos de grandes empresas, en definitiva, en todo ese entramado llamado capitalismo y que pretende, poniendo una pastilla en nuestra mesilla de noche, hacernos olvidar las cadenas que cada día aprietan con más fuerza.