Daniel   Galvalizi
Periodista

El PP arrasa en Andalucía al deglutir a C’s y convertirse en voto útil contra Vox

El presidente Juanma Moreno obtiene una histórica mayoría absoluta y deja noqueadas a las izquierdas, que pagan cara su división. El resultado potencia el nuevo tono moderado de Feijóo, aunque convive con el trumpismo de Ayuso. No es extrapolable pero debería encender alarmas.

Moreno Bonilla celebra su victoria aplastante y apenas pronosticada.
Moreno Bonilla celebra su victoria aplastante y apenas pronosticada. (Eduardo Briones | Europa Press)

La política siempre depara alguna sorpresa. Es parte de su magia y su adrenalina. A cuatro décadas y media de la caída del franquismo, las elecciones en el Estado español siguen permitiendo observar hitos inéditos como el que ocurrió este domingo en Andalucía: por primera vez el PP obtuvo una mayoría absoluta y dio el sorpasso al poderoso PSOE autonómico en todos sus bastiones, como Sevilla y Jaén.

Es la segunda vez en la historia que el PP gana unas elecciones regionales. Ya lo había conseguido en 2012 pero por la pírrica diferencia de 1,1%. Esta vez la barrida fue descomunal y lo llevó a superar el millón y medio de votos, casi el doble que los socialistas. El presidente andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, no necesitará pactar con nadie y obtiene la insólita mayoría de 58 escaños, tres más que los que precisa para ser investido.

¿Andalucía se ha vuelto de derechas tras ser considerada feudo socialista durante décadas? El fenómeno es complejo, mezcla dinámicas a nivel estatal con otras autonómicas, en un contexto global también fuera de lo común, pero los números están a disposición y hay que desglosarlos para entender lo ocurrido, especialmente por el impacto colateral que tendrá a nivel estatal, a diez meses de las municipales y a quince de las generales. Vamos por partes.

Abstencionismo y «morenazo»

Un dato clave que la mayoría de los grandes medios no están destacando -muchos intentan aupar a Moreno Bonilla por su presuntamente encantador menú de bajos impuestos y liberal progresista en materia de feminismo y derechos LGBTI- es la gigantesca abstención que ha habido en la comunidad autónoma más grande del Estado. Casi tres millones de votantes no sufragaron (el 42% del padrón).

Esta cifra no es soslayable porque hablamos de una región que suele tener alta participación. Hasta hace no mucho superaba el 70% (en 2004 votó el 76%, casi un tercio más que este domingo). Y a tenor de los números, parece que los que se quedaron en casa no son precisamente los electores conservadores. Este dato de desmovilización (que repite la tendencia de 2018) es esencial para entender el desastre sufrido ayer por las tres opciones progresistas y el éxito rotundo del PP.

Dicho esto, hay que también recalcar los logros del propio Bonilla. Porque los cambios sociológicos no se dan de repente y no es que los andaluces se hayan madrileñizado. Es claro que Bonilla excede las fronteras ideológicas y ha sido un vehículo muy efectivo para que el PP rompa techos que antes no podía. Su campaña ha sido digna de aplauso si se lo despoja de moral y se lo analiza en términos de pura comunicación.

¿Por qué? Empezó por adelantar las elecciones en el momento preciso que mejor le convenía, con un mensaje claro: gobernar sin Vox, en solitario y profundizando lo hecho hasta ahora (que para la mitad de los andaluces evidentemente es positivo). En los debates fue atacado pero su prioridad logró cumplirse, que era no entrar en una guerra dialéctica con la ultraderecha y salir lo más ileso posible.

Además de sus condiciones personales (carisma, sonrisa y todo lo que suma a favor en esta fase de política líquida de espectáculo), supo tomar un riesgo y el votante cogió el mensaje: dijo querer mantenerse en la moderación y dejar lejos a la ultraderecha. En tiempos de radicalización discursiva de las derechas, él ratificó que no iba a desmantelar leyes de género ni LGBTI y no entró en discursos identitarios ni xenófobos. El resultado fue colosal para él: los votantes moderador lo vieron como el voto útil contra Vox.

Que el bloque progresista no sea visto como la opción útil para frenar a la extrema derecha es algo que debe hacer reflexionar al norte de Sierra Morena

Este detalle merece que alguien encienda la luz roja para el PSOE, Unidas Podemos y el soberanismo vasco, catalán y gallego. Hubo, evidentemente, decenas de miles de andaluces que vieron en el PP una fuerza contenedora de Vox, que creció menos de lo esperado y se quedó lejos de sus aspiraciones. Que el bloque progresista no sea visto como la opción útil para frenar a la extrema derecha es algo que debe hacer reflexionar a más de una fuerza política al norte de Sierra Morena.

Bonilla dio al electorado lo que los tiempos de Feijóo están tratando de imponer en todo el Estado: thatcherismo económico y centrismo en lo social. Un híbrido de Ayuso en materia fiscal y Ruiz Gallardón (antes de ser ministro, claro) en asuntos de derechos sociales. Todo envuelto en mensajes nítidos, poco ideológicos y sin salidas de tono crispadas. Los déficits y recortes en sanidad pública fueron bien ocultados y la oposición no supo sacarles rédito.

Ese combo ha permitido que se degluta a Ciudadanos, que pierde todo escaño y el 82% de sus votos con respecto a 2018. Juan Marín también fue víctima del voto útil y, salvo en la excepción catalana, parece ratificar el destino del partido que quiso ser liberal: su derechización ha facilitado que pase a ser absorbido por el PP de Feijóo. Que el PSOE haya perdido votos en casi todos lados demuestra que la inmensa mayoría de los votos naranjas fueron a parar a la papeleta azul.

El presidente que será reelegido para otros cuatro años más en el Palacio de San Telmo contó también con un aliado inesperado: un Vox en su peor versión, infantil y amateur. La candidata Macarena Olona ni siquiera renunció a su escaño en las Cortes Generales, tiene poca raigambre en territorio andaluz y abusó de tonos y bulos. Santiago Abascal probablemente se esté arrepintiendo del ultimátum que dio días pasados, advirtiendo que si no entraba la ultraderecha en coalición iban a forzar una repetición electoral. Los andaluces prefirieron asegurarse que en otoño no hubiera que ir a las urnas.

Vox creció apenas en dos escaños, aunque el sistema D’Hont le jugó una mala pasada, porque aumentó un 24% su caudal de votos. Pero sus expectativas fueron tan altas, y su demanda tan lejos de ser satisfecha, que hasta Olona tenía cara de derrota el domingo. Quizás lo mejor de este domingo andaluz fue que los votantes le dijeron que no van a premiar cualquier intento y que hace falta más arraigo territorial y solidez conceptual para pelear el poder.

Las izquierdas, declive y división

El PSOE perdió Sevilla. Ya eso es un hito. Se suma a que haya sido la peor elección autonómica de su historia en Andalucía. Juan Espadas no pudo conquistar algo más allá de su núcleo duro y tampoco puede olvidarse que la corrupción de los expresidentes de la Junta socialistas está aun muy fresca en la memoria de las ocho provincias. También habría que reflexionar sobre si un PSOE tan de centro no acaba siendo fácilmente sustituible por el PP.

También habría que reflexionar sobre si un PSOE tan de centro no acaba siendo fácilmente sustituible por el PP

La peor caída en votos se produjo en Córdoba, Jaén y Almería. El PP se catapultó en todas las circunscripciones y donde Vox creció más fue en Granada y Almería. Por Andalucía y Adelante Andalucía es difícil comparar porque eran un solo espacio en la última elección. Pero sí se puede comparar por bloques: los tres partidos del centro a la izquierda sólo suman más que la mayoría en unas pocas zonas del norte de Huelva, el noroeste sevillano, el norte de Granada y la sierra malagueña. Todo el resto es un gran mapa azul.

Llaman la atención algunas ciudades importantes como la sevillana Dos Hermanas o Vélez-Málaga, en la que el bloque de derechas se disparó 19% y 21%, puesto que toda izquierda toda junta no pudo superar el 40%. Tampoco es casualidad que allí la abstención fue aún mayor.

En este panorama también no se puede olvidar el errático recorrido de Podemos, Izquierda Unida y Anticapitalistas. Antes todos bajo la misma marca electoral. Pasaron de 17 a siete escaños. La versión trotskista retiene dos, con Teresa Rodríguez obteniendo menos de lo que aspiraba, y la confluencia polipartidaria morada consigue solo cinco. El reparto de D’Hont les hubiera beneficiado si iban en la misma papeleta y pone sobre la mesa el fratricidio que representa la fragmentación de formaciones a la izquierda del PSOE en regiones donde no hay conflicto identitario.

La lección que deja Andalucía, que no extrapolable pero sí merecedora de atención, es que el electorado de derechas está movilizado y la estrategia de giro al centro empieza a dar resultados. Ayuso lo ha apuntado y ya advirtió que no cambiará «ni un milímetro», y en ello parece contar con el guiño de Feijóo, en un astuto juego de pinzas para no perder votantes más extremos en la región central.

La movilización de las bases progresistas se vuelve urgente, el fantasma de Vox ya no alcanza

La movilización de las bases progresistas se vuelve urgente y el fantasma de Vox ya no alcanza. Los barones del PSOE y los poderes fácticos aprovecharán esta situación para empujar a Moncloa al centro (incluyendo a Yolanda Díaz). Quizás caigan en la tentación pero deberán recordar el tiro en el pie de Pablo Casado en 2019 imitando la radicalización de los ultras: a la hora de votar, la gente quiere el original y no la fotocopia.