Ramon Sola
Aktualitateko erredaktore burua / Redactor jefe de actualidad

En serio, la alarma climática es un mal plan

Hay muchas reflexiones pendientes tras este largo y pavoroso fin de semana que aún ni era veraniego. Emplazar a las instituciones de gobernanza global, a poderes económicos, a gobiernos y a ayuntamientos, por supuesto. Pero también a nuestros modos de vida, o más simple aún, a nuestros planes.

Un bombero salta una tapia en Gares, en las tareas de extinción del sábado.
Un bombero salta una tapia en Gares, en las tareas de extinción del sábado. (Eduardo Sanz | Europa Press)

Es probable que este fin de semana la ciudadanía vasca, y sobre todo la navarra, haya sido consciente por vez primera de que el impacto del cambio climático no le va a llegar solo vía deshielo polar o deforestación amazónica, digamos en modo diferido. La cadena imparable de incendios forestales ha mostrado que es ya ahora y aquí, y ha dado un apunte de toda su capacidad devastadora. Un mero aviso: los vídeos de las llamas tocando a las puertas de las casas en Obanos o Muruzabal, saltando a las autovías del Camino o el Pirineo, calcinando edificios en Legarda o Senda Viva muestran que en realidad pudo ser mucho peor que un drama ecológico.

Es claro que la ciudadanía vasca está más sensibilizada que la media sobre este cambio climático. Pero el fin de semana deja más dudas de que esté mentalizada, de que entienda que tiene que prevenirse contra él en sus modos de vida. A las instituciones de gobernanza global, a los grandes gobiernos, al capital... hay que seguir exigiéndoles actuar ya para combatir las causas, pero a la ciudadanía de a ie le toca afrontar las consecuencias si las instituciones no lo hacen por ella, y la parte paliativa también ha fallado estrepitosamente.

En realidad, hay que matizar de entrada que el factor humano ha alimentado aquí directamente las causas, no ya solo las consecuencias. Algún responsable de EHNE ha hecho autocrítica por mantener la actividad de altísimo riesgo que supone cosechar en esas condiciones, pero no se ha oído a otros. Y las alegaciones de la consejera Itziar Gómez sobre el problema administrativo de fondo que les impidió prohibirlo han sonado más a excusa que a reconocimiento de errores. Lo último ya no tiene remedio, pero vistas estas reacciones ¿seguro que no volverá a pasar?

Con todo, es en las consecuencias donde sí puede incidir cada cual, donde sí llega nuestro escaso margen de acción. No es difícil de entender cuando aún estamos convalecientes de la pandemia: cuidar y cuidarse.

Una redacción periodística es una buena atalaya para visualizar la agenda del país, y en Euskal Herria en este junio poscovid vuelve a ser frenética: de elecciones a fiestas populares, de movilizaciones políticas a eventos deportivos, entre sábado y domingo contábamos cerca de una docena de convocatorias potentes. Solo una se canceló. Paradójicamente no era de las más peligrosas a nivel humano ni de las que requería más participación de recursos públicos: una limpieza del río Bidasoa.

El resto quedó intacto, sin siquiera modificación horaria. ¿Nos falta conciencia o simplemente cintura? No se trata de un problema de previsión, eso es claro, porque desde inicios de semana se anunciaban temperaturas de 40 grados y fuertes vientos. ¿Nos dio igual? Nos dio igual.

Una vivencia personal; cada cual habrá tenido la suya en estas horas críticas. El sábado se celebró como estaba previsto un torneo de fútbol alevín en el interior de Gipuzkoa, con temperaturas que llegaron a 38 grados a mediodía, cuando acabó nuestra participación concreta (había más encuentros después, durante todo el día). En el bar atendían con prontitud y todos los voluntarios se lo curraron para asistir a los chavales (11-12 años); espacios «frescos» para descansar, piezas de fruta, aspersores activados entre partido y partido... Los chavales querían jugar, así que madres y padres los llevamos, y los organizadores cómo no... Pero era inevitable preguntarse: «Ze nezesidade?». Y sobre todo, si no había alternativa, como cambiar los horarios o el día o el lugar.

Desde Senda Viva se evacuó a 2.500 personas (además de a los animales, una docena de los cuales murieron a causa del estrés). Parece comprensible que nadie pensara que aquel día se fuera a desencadenar un incendio que ha arrasado la parte superior (atracciones y restaurantes inclusive). Pero incluso sin fuego, ¿era buena idea que niños y mayores pasaran el día en el parque con esas temperaturas?

Hay protocolos en empresas o competiciones deportivas para este tipo de casos de temperaturas extremas, pero paradójicamente no aplicamos las mismas reglas de sentido común en nuestro tiempo de ocio. ¿Qué pasaría en un día sanferminero masificado si los termómetros se dispararan a 40, 41 o casi 43 grados como ocurrió en Biarritz? Dispositivos técnicos no faltarán para estos casos, pero dejar nuestro cuidado propio en manos de las instituciones no parece buena idea, y menos esta semana. Igual no solo el Ayuntamiento es quien debe pensar en ello.

Para ir lejos conviene mirar cerca. Quizás con el cambio climático hemos creído que basta mirar al horizonte, y en esos casos es normal acabar tropezando. Sin embargo, antes de que el nivel del mar se vaya elevando lentamente hay sacudidas que ya están presentes. Estos Sanfermines serán los de después de los incendios, pero los anteriores fueron los de las inundaciones en Tafalla. Frágil memoria la nuestra.

La movilización popular para defender pueblos en Nafarroa ha sido conmovedora. Me quedo con esta secuencia de agricultores en el tajo, luchando como titanes para ponerle barricadas al fuego. Sabemos responder heróicamente en situaciones de crisis, es una constante, pero no hacer algo más sencillo, que es intentar evitarlas. Reflexionar, prever, reprogramar. Cambiar, ante un cambio climático que no espera a nadie ni a nada.

Luchar por impedir ese futuro no es contradictorio con protegernos en el presente.