Inglaterra-Suecia, Sarina Wiegman-Peter Gerhardsson. El de mañana será también un duelo de banquillos entre la entrenadora que espera repetir con la anfitriona la trayectoria que le llevó a conquistar la primera Eurocopa de Países Bajos y el técnico que ha reflotado al equipo nórdico, con el que ha saldado con sendas medallas los dos grandes torneos en los que lo ha dirigido.
Exfutbolista, profesora de gimnasia, primera entrenadora holandesa en conseguir el título UEFA Pro, Sarina Petronella Wiegman (La Haya, 1969) se hizo cargo de la selección de Países Bajos apenas seis meses antes de que el país acogiera la Eurocopa de 2017. Sobra decir que la Federación neerlandesa acertó de pleno porque las Leeuwinnen se adjudicaron el torneo, el primer gran título de su historia, y dos años después sólo Estados Unidos les privó de repetir en el Mundial, en el que se colgaron la medalla de plata.
Tras la salida de Phil Neville en enero de 2021, a apenas año y medio de «su» Eurocopa, la Federación inglesa sólo tenía un nombre en su lista de sustitutos, el de Wiegman. Su llegada se aplazó un año, al igual que el torneo, al aceptar la FA la petición de la entrenadora de dirigir a Países Bajos en los Juegos de Tokio, igualmente pospuestos por la pandemia. La única competición en la que Wiegman, con diez victorias en sus diez partidos de Eurocopa –seis con Países Bajos, cuatro ahora con Inglaterra– y seis de siete en el Mundial –en el que sólo cayó ante Estados Unidos en la final–, no pudo llevar a su selección a la final.
El pasado verano, tras caer en cuartos de final en Tokio ante Estados Unidos en la tanda de penaltis, llegó por fin al banquillo de Inglaterra. Y su trayectoria allí no ha podido ser mejor: el equipo no ha perdido ninguno de los 18 partidos que ha disputado a sus órdenes, incluyendo las cuatro victorias en los cuatro encuentros de esta Eurocopa.
No es de extrañar que dirigentes, jugadoras y afición confíen ciegamente en la entrenadora, sin discutir una sola de sus decisiones. Incluyendo la de prescindir para el torneo de la capitana Steph Houghton, a la que esperó hasta el último momento pero acabó dejando fuera de la convocatoria al considerar que no estaba todavía en condiciones de rendir al máximo tras recuperarse de una grave lesión en el tendón de Aquiles. O la de recuperar a Beth Mead, que tuvo que seguir los Juegos de Tokio por televisión y que ha saldado la fase de grupos con cinco goles y tres asistencias, y después retirarle del campo apenas cumplida la hora de partido, como a las también decisivas hasta entonces Kirby y White, en el choque de cuartos frente a España, pese a que su equipo marchaba en ese momento por detrás en el marcador.
«Antes de los partidos planteamos todos los escenarios posibles y nos preparamos para afrontarlos», se limitó a explicar tras el partido la entrenadora, para la que los cambios no suponen un problema porque «todo se reduce a la calidad de las jugadoras. Tenemos tanta calidad en el grupo que es fácil decidir los cambios porque sabemos que las jugadoras que entran también pueden marcar la diferencia».
Sin embargo, para sus jugadoras, la clave está en la propia Wiegman. «Siempre hemos tenido un plan de juego pero ahora somos capaces de expresarnos como jugadoras a través de él», asegura Millie Bright. «Para Sarina, quien tiene el balón, toma las decisiones. Tienes el control y eso es lo que más me gustó desde que llegó aquí», destaca la central, para la que «no sentimos ninguna presión a la hora dar pases, sea el que sea, es tu decisión y el equipo la sigue. Y si la decisión es equivocada, aprendes a tomar una mejor la próxima vez. Poder jugar así te da muchísima confianza, te sientes realmente libre».
«Experto en cambios de opinión»
La trayectoria de Peter Gerhardsson, el único hombre en los banquillos de los cuatro semifinalistas, al frente de Suecia no es tan espectacular pero está cumpliendo sobradamente el objetivo que tenía cuando le eligió para el cargo la Federación sueca, preocupada por el declive de una selección que en 2017 caía del top 10 mundial por primera vez en su historia.
Fue precisamente tras la Eurocopa de Países Bajos, cuando las nórdicas caían en cuartos de final y habiendo dado una pobre impresión en la fase de grupos, cuando Kurt Peter Gerhardsson (Uppsala, 1959) tras una larga carrera primero como jugador y después como técnico, llegaba al banquillo de Suecia. Sucedía a Pia Sundhague, una leyenda en su país, máxima goleadora en la primera Eurocopa de la historia, que precisamente ganó Suecia. Ya como entrenadora, tras llevar a Estados Unidos al oro olímpico en dos ocasiones y la plata mundial en 2011, no tuvo el mismo éxito al frente de su selección eliminada en la Eurocopa de 2013, en la que ejercía de anfitriona, en semifinales y en cuartos en la de 2017.
Personaje mediático, invitada habitual en los platós televisivos, la actual seleccionadora de Brasil, era lo opuesto a su sustituto, al que no le atraen demasiado los focos ni la fama. Pero sí el éxito. «Siempre busco la perfección y eso significa, obviamente, llegar a lo más alto. Lo que me haría más feliz sería ver a las jugadoras felices ganando el oro. Es lo que me produciría una mayor satisfacción», aseguraba en vísperas de la Eurocopa. «Quiero que el centro de atención sean las jugadoras», subrayaba Gerhardsson, que prefiere mantenerse siempre en un segundo plano.
Jugadoras que con el bronce del último Mundial y la plata de Tokio –ambas medallas a las órdenes de Gerhardsson, que ha colocado a su equipo segundo en el raking mundial– comenzaban el torneo, y así siguen, entre las candidatas. «Pia Sundhague ha contribuído al ascenso del fútbol femenino, Peter Gerhardsson al de la selección nacional», resume el periodista sueco Anders Lindblad.
Muy apreciado por quienes trabajan con él, al técnico sueco le gusta cultivar ante los medios una imagen de perfeccionista ligeramente indiferente. «Soy un experto en cambios de opinión», sonreía en la previa del primer partido del torneo, que enfrentó a su selección con Países Bajos. Interrogado sobre si optaría por una defensa de tres o de cuatro futbolistas, respondió con un vacilante «sí», para añadir de inmediato que en más de una ocasión ha cambiado de opinión justo antes de comenzar un partido. «Creo que he tomado mi decisión pero no me fío de mi mismo», explicaba, divertido, apuntando que esa peculiaridad suya bien puede llegar a ser una ventaja, al dejar al técnico rival en la incertidumbre sobre lo que se va a encontrar.