Las antípodas colindantes
Entre Cineasti del Presente y el Concorso Internazionale, Locarno se desdobla para hablarnos de unas realidades que al pasar por el filtro del cine parecen perder su esencia original. Para más información (y confusión), hay que se seguir la pista a Alena Lodkina (Petrol) y Mahesh Narayan (Ariyippu).
En uno de los enclaves más exclusivos del mundo (es decir, en la orilla suiza del Lago Maggiore, punto de peregrinación veraniega de muchas grandes fortunas), el Festival de Cine de Locarno se debate, como lo hacen muchos otros certámenes, entre abrazar su propia naturaleza y, por el contrario, hacernos creer que está atento-a (¡y que le preocupan!) las realidades y problemas que el resto de mortales (esta es la consideración) sufren más allá de esta idílica burbuja alpina. Esto, como se ha dicho, no deja de ser una de las principales características de este tipo de celebraciones (el fenómeno se da también en Berlín, en Venecia, en Cannes… especialmente en Cannes), pero aquí, gracias tal vez a la fórmula de programación híbrida de Giona Nazzaro y su equipo, estos contrastes son aún más evidentes.
Intentando recuperarnos de la tempestad que ayer desató Alexander Sokurov con la presentación de 'Skazka', su nuevo trabajo, el calendario de Locarno ha querido que en una misma jornada compartan parrilla dos títulos tan irreconciliables (en lo estético, en la sensibilidad social, en el uso de las herramientas cinematográficas… en todo) como al mismo tiempo complementarios, a la hora de ofrecer un retrato general de la -bendita- esquizofrenia que define estas grandes celebraciones. Para mayor coherencia con la lógica interna de estas, hoy toca también prodigarse por esas secciones secundarias que, si a lo mejor no siempre consiguen acaparar todo el interés mediático, sí son imprescindibles a la hora de ampliar nuestra mirada, y descubrirnos así nuevas voces del mundo-cine. Al fin y al cabo, para esto hemos venido aquí, ¿no?
Por ejemplo, en Cineasti del Presente, la selección de películas dedicada a los talentos más jóvenes, nos cruzamos con la australiana 'Petrol', de Alena Lodkina, la propuesta que, operando desde nuestras antípodas, seguramente mejor sabrá encapsular la esencia del privilegio que estos días, en el cantón del Ticino, nos cala hasta los huesos. El film, muy a rebufo de 'Friends and Strangers', de James Vaughan (reciente título de culto de esta cinematografía oceánica), apabulla no solo con un despliegue de recursos formales y narrativos que, efectivamente, posicionan al conjunto en la liga del cine moderno más virtuoso, sino más bien con la sinceridad con la que se libra a los placeres del narcisismo. Estamos, conviene recordarlo, en una de las naciones más ricas y desarrolladas del mundo (para determinados estratos de su población, se entiende).
Tanto, que su Ministerio de Sanidad, antes de que el mundo se fuera al traste por la pandemia del coronavirus, llevó a cabo estudios sobre la capacidad humana para inventar problemas cuando estos no hay por dónde encontrarlos. La función, por cierto, abre con unos títulos explicativos a través de los cuales el staff de la película reconoce abiertamente la legitimidad del pueblo aborigen Wurundjeri Woiwurrung, de la Nación Kulin, sobre los territorios en los que dicha producción se ha llevado a cabo. Y hasta aquí llegan las reivindicaciones políticas de la directora y guionista, quien en todo momento opta por mirarse al espejo… y esto sí, deformar cada vez más las imágenes que este le rebota. En una playa del Océano Índico, una ingeniera de sonido capta extrañas vibraciones con su micrófono, pero también se topa con una escena extraordinaria.
A plena luz del Sol, un grupo de vampiros se da un festín con una víctima que, obviamente, se desangra. De la apacibilidad paisajística de la costa escarpada australiana a esta escena de terror desconcertante solo nos han separado unos pocos minutos, y aún menos movimientos de cámara. En el extraño mundo de Alena Lodkina, la realidad y la ensoñación se solapan constantemente en una mareante danza que, tarde o temprano, siempre nos acaba descubriendo el propio aparato fílmico que sostiene dicho experimento. La propuesta vive en una constante pirueta meta-cinematográfica que, obviamente, cabe leer en clave ombliguista. Y por supuesto, la actitud da cierta rabia, pero de nuevo, está expuesta con tanta sinceridad (lo que vemos es lo que hay: una cineasta a solas con ella misma; con el acto que la va a definir como artista), que cuesta horrores enfadarse con lo que muestra la pantalla.
En ocasiones, cuesta aún más no ceder a su poder de atracción. 'Petrol es puro capricho (uno detrás de otro, sin parar), una idea ocurrente acompañada de otras muchas olvidables; un lujo, un privilegio al alcance de muy pocos realizadores/espectadores. Una película-juguete tan «inútil» como reveladora, en la honestidad de plasmar las -irrelevantes- inquietudes de cierta autoría encerrada en su propio mundo. Importa, y bastante, como objeto de estudio académico; como manera de relacionarse con el mundo desde las vertiginosas alturas de la más esplendorosa (y absurda, claro) torre de marfil. Es un sueño, vaya, una bonita ficción de la que, en algún momento, hay que despertar.
Y así regresamos al Concorso Internazionale. La Competición por el Paro de Oro nos lleva ahora a la India de la mano de Mahesh Narayan y su “Ariyippu (Declaration)”. Se trata de un drama que congrega la esfera íntima, la familiar, la romántica y la social en la misma grabación de la discordia. A saber: un archivo de vídeo que, debido a su contenido sexual, corre como la pólvora y se expande como un virus. El formato de imagen vertical, típico de la nueva era digital, nos presenta la precaria realidad de los trabajadores de una fábrica de guantes de látex. Un universo de plástico barato y tela de igualmente paupérrima calidad (la de las mascarillas con las que nos hemos cubierto la cara estos dos últimos años)… que no dejan de ser síntoma enfermizo de las miserias morales que nos moldean, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Esta intriga con tendencias fatalistas y de corte claramente «farhadiano», se apoya principalmente, como mandan los cánones, en el trabajo con los actores y el guion. En la primera pata, todo está en orden, siendo cada componente del elenco una más que correcta encarnación de las tensiones y reacciones virulentas a los malos tragos propuestos por el texto… pero en este último factor crucial es cuando la ecuación se descuadra. En la torpeza y falta de sutilidad con la que se van disponiendo y moviendo las piezas, es cuando el discurso de denuncia de Narayan (dirigido a señalar las injusticias con las que los poderosos someten a las piezas que precisamente les consolidan en la posición de superioridad) se desmorona. A la hora de gestionar todos los frentes que va abriendo, la película se colapsa, y las tesis políticas diluyen groseramente cualquier sentido de verismo o claridad con los que se pudiera seguir el relato. Cinéma vérité en el que la verdad del autor se despega de la supuesta realidad retratada: las antípodas de las buenas praxis, vaya.