Volvió ‘el Enviado’ y mandó a parar
El mismo Moqtada al-Sadr que, tras dejarles huérfanos, provocó que miles de sus seguidores se lanzaran al asalto de las sedes gubernamentales del Irak chií, ha ordenado parar tras 35 muertos y asomar al país al abismo de una guerra civil entre chiíes.
El influyente clérigo chií Moqtada al Sadr ha pedido a sus seguidores que se retiren en un plazo de una hora de la fortificada Zona Verde de Bagdad y ha pedido disculpas a la población.
«Si en 60 minutos no se retiran de la sentada frente al Parlamento, dejaré de ser parte de la corriente sadrista», ha asegurado desde su feudo de la «ciudad santa chií» de Najaf el mismo líder que el lunes provocó un alzamiento de sus huérfanos seguidores al anunciar que abandonaba definitivamente la política.
En esta línea, se ha desmarcado totalmente del levantamiento. «Vergüenza por esta revolución. Me es igual quien es el instigador de la violencia, pero con violencia no hay revolución», ha insistido, llegando a «agradecer la labor de las Fuerzas de Seguridad y a las milicias de Hachd al-Chaabi (Brigadas de Movilización Popular)», responsables de la
muerte de la inmensa mayoría de las 35 víctimas mortales de los enfrentamientos.
Dicho y hecho. Los seguidores de Al-Sadr han comenzado a volver a casa y el Gobierno ha puesto fin al toque de queda, decretado primero en Bagdad y que luego extendió a todo el país.
Pese a las medidas de excepción, las manifestaciones en Bagdad y otros puntos del país han continuado durante toda la noche y primeras horas del día hasta que «llegó ‘el Enviado’ y mandó a parar».
Bagdad fue el centro de los enfrentamientos y la Zona Verde, el área fortificada de Bagdad que alberga los principales edificios gubernamentales, el Palacio Presidencial y en la sede del Gobierno, ocupados por los sadristas, se ha convertido en un campo de batalla.
Las Fuerzas de Seguridad iraquíes afirmaron que cuatro misiles impactaron en la Zona Verde y que fueron lanzados desde la inmensa barriada chií de Medina al-Sadr en el este de la capital, donde el movimiento sadrista es muy fuerte.
En primera línea de los enfrentamientos estaban las milicias, también chiíes, pero proiraníes de Hachd al-Chaabi (Brigadas de Movilización Popular), que lideraron la guerra en Irak contra el Estado Islámico (ISIS) y aprovecharon su adquirido prestigio para controlar a las Fuerzas de Seguridad iraquíes.
Enfrente tenían a las Brigadas de la Paz, una milicia a las órdenes de Al-Sadr heredera del Ejército de El Mahdi (El Enviado), grupo armado que se enfrentó a la ocupación estadounidense.
El último balance elevaba a 35 los muertos, la inmensa mayoría seguidores sadristas. Los funerales se han celebrado este martes en Nayaf, «ciudad santa chií» de la que es oriunda la estirpe de líderes religiosos Al-Sadr.
Sus seguidores se habían hecho ya con el control de las sedes gubernamentales de Nassiriya (sur) y de Babilonia, en Hilla.
La tensión era máxima e Irak, que desde la invasión estadounidense ha sufrido guerras intestinas entre la mayoría chií y las minorías suní y kurda, se asomaba al abismo de una guerra civil, esta vez entre chiíes.
Moqtada al-Sadr anunció sorprendentemente el lunes su retirada de la vida política. El país vive un bloqueo total de las elecciones de octubre, en las que el sadrismo fue otra vez la primera fuerza (73 diputados) y las fuerzas proiraníes las grandes derrotadas.
No obstante, con el padrinazgo de Teherán, han bloqueado todos los intentos de Al-Sadr de articular un gobierno con suníes y kurdos.
Al-Sadr respondió forzando la dimisión de sus diputados y lanzando a sus seguidores a ocupar los edificios gubernamentales. Los proiraníes respondieron con contra-acampadas.
Los sadristas exigen la disolución del Parlamento y nuevos comicios para acabar con la corrupción del país. Los proiraníes aceptan nuevas elecciones, pero después de formar gobierno para encarar con «garantías» una nueva cita electoral.
En un (pen)último movimiento, Al-Sadr mandaba a parar, entre rumores de fuertes presiones por parte de Teherán y la amenaza de una guerra abierta.
El tiempo lo dirá, pero nada apunta a que, tras semejante demostración de fuerza, y de flexibilidad, el clérigo chií vaya a abandonar.
Menos cuando sabe que tiene en sus manos el control de la rabia de la calle por la corrupción rampante y el padrinazgo de Irán sobre un país, Irak, que no nació para ser comparsa del poder persa. Y que está en espera de que la reactive, por activa o por pasiva.