Diego Lerman (‘Una especie de familia’) vuelve a tantear las aristas del altruismo y los cuidados entre generaciones, esta vez, sembrando sobre el terreno favorito del lacado verismo social francés: las películas con nuevo profesor que «culturiza a la barbarie» atendiendo a sus necesidades fuera del instituto. Lucio, sustituto de Literatura, también «preferiría no hacerlo», pero el resto de sus opciones han caído sin remedio. El fracaso parece organizar la vida de este tipo, encarnado por un solvente Juan Minujín: le han desestimado para una cátedra universitaria y ha negligido a su hija adolescente hasta ni acordarse de su edad. Abandonado hace tiempo por su pareja (Bárbara Lennie), Lucio es incapaz de reconocer a la nueva novia de ella; doble derrota, como amante y como liberal. En la vida del profesor, solo quedará espacio para un padre enfermo, interpretado por Alfredo Castro, y para su último proyecto…

Cambiando descontento por preocupación, Lucio se empecina en rescatar de las calles a Dylan (Lucas Arrua), un alumno perseguido por la mafia local (la película de Lerman marca distancias con la banlieue sacando a relucir las paupérrimas condiciones de escolarización de un barrio gobernado por narcos y militares). La cruzada de Lucio pronto se olvida del aula y entra en territorio thriller. Deja bien subrayado, desde el guion, que la educación es solo el fruto último de una serie de libertades por conquistar. Quedará tan claro que apenas tendremos espacio para aprender nada más.