Christophe Honoré (‘Habitación 212’) explora los pliegues de un duelo inesperado desde los recovecos habituales de su cine: joven, sensible, queer. Lucas (Paul Kircher), de diecisiete, colecciona recuerdos, sueños y confesiones en forma de diario apelotonado. Su vivencia es confusa, tan caótica como la nueva realidad a la que deberá atiene. Para hacerle justicia, Honoré moviliza su película menos hablada y más sentida (a una puesta en escena intimista y de montaje dinamitado, le sumamos zooms extremos, cámaras lentas y múltiples interludios musicales). Su vivo retrato de un fuero interior da igual cabida a creencias genuinas y a pensamientos intrusivos, «rayadas» que no pueden despegarse de una edad blanda y una identidad en formación.

Lucas se retira al piso de su hermano en París (Vincent Lacoste, habitual) para desconectar, dejando sola a su madre, una Juliette Binoche que admite y moldea todas las caras de la responsabilidad y el afecto. Como el apartamento es lugar de trabajo de su hermano y su tranquilo compañero de piso (Erwan Kepoa Falé), Lucas tendrá que perderse durante el día, deambulando por calles extrañas en pleno invierno. Sus paseos, ocasión para construirse de nuevo, descubren solo otro popurrí emocional, ahora a base de conversaciones trascendentalistas y citas de Grinder. Viran entre el rompecabezas rohmeriano y el pollo sin cabeza… Igual que Lucas, nos abandonaremos al barullo hastiado y perdemos, paso a paso, la fe en que todo al final encuentre un sentido.