«Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio. Fue a primera hora de la tarde. Yo había ido como de costumbre a misa de doce menos cuarto y después a comprar unos dulces a la pastelería del centro comercial de la ciudad, un conjunto de edificios provisionales construidos después de la guerra. Cuando volví, me quité la ropa de domingo y me puse un vestido de estar por casa. Después de que los clientes se marcharan y de que echáramos el cierre del colmado, empezamos a comer».
En este fragmento de ‘La vergüenza’, la escritora Annie Ernaux aglutina algunas de sus constantes más recurrentes: su vida, su familia, su pequeño reducto de Normandía y un estilo literario muy fotográfico a través del cual se define un discurso profundo, afilado y que lega en el lector la sensación de estar ante un monólogo tan descarnado como directo.
En diversas ocasiones, Ernaux ha reconocido que la obra de Simone de Beauvoir ‘El segundo sexo’ le permitió reflexionar acerca de su propia condición de mujer porque desde muy joven había sufrido personalmente, y sin poder explicarlo, las diferencias que implicaba el hecho de ser del sexo femenino, de verse relegada, por convencionalismos morales y sociales, a la clase dominada.
En su preciso ensayo ‘Annie Ernaux: Una autobiografía sometida’, Francisca Romeral Rosel señala que «Annie Ernaux es parte hoy en día de la cultura popular francesa y sigue reflejando, en la estela de Simone de Beauvoir, el empoderamiento de toda una generación de mujeres nacidas alrededor de los años 40. Observando el mundo al sesgo de su propia vida –las diferencias de clase, el acceso a la educación y a los bienes culturales, la enfermedad de Alzheimer, el aborto, la pasión amorosa, la vergüenza de los orígenes humildes, la condición de ser mujer...– ha conseguido que sus experiencias concernieran a muchos, que fueran un espejo en el que se reflejaran vidas ajenas».
Ernaux interpela con crudeza a nuestra sociedad mediante un estilo áspero, a ratos ácido, conmovedor y demoledoramente franco. En palabras de la propia escritora, «espontáneamente adopté una escritura violenta, como única manera de responder a la memoria de las humillaciones».
Un microcosmo íntimo llamado Yvetot
Nacida en la localidad normanda de Lillebonne en 1940, se crió en el seno de una familia humilde que regentaba un bar y un ultramarinos en Yvetot, donde pasó su infancia y adolescencia. Una etapa que quedó profundamente grabada en la memoria de una escritora que, posteriormente, transformó en palabras: «En el bar ultramarinos vivimos entre la gente, o sea, la clientela. Nos ven comer e ir a misa y la escuela y nos oyen lavarnos en la cocina y mear en un cubo. Esta exposición constante nos impone una conducta decorosa y nos impide manifestar ninguna emoción».
De aquella primera etapa vital nacieron los capítulos de su novela ‘La otra hija’. Una carta que dirigió a su hermana, muerta dos años antes de que ella naciera y cuya existencia descubrió al oír de manera accidental una conversación entre su madre y una clienta. La escritora nunca reveló a sus padres que había descubierto aquel secreto, tampoco les preguntó nada acerca de ello y se estableció un pacto de silencio que selló una verdad.
«Murió como una pequeña santa» o «era más buena que esa», son algunas de las frases que Ernaux escuchó en aquel diálogo que su madre mantuvo con su vecina y que, en su traslado al universo de las letras, lo plasmó mediante una elipsis que recreaba el testimonio de una tragedia familiar.
«En consecuencia, tenías que morir a los 6 años para que yo naciera y fuera salvada», así se revela en ‘La otra hija’ que, en su confesión epistolar y ficcional también añadió «desde el principio, no consigo escribir ‘nuestra madre’, ni ‘nuestros padres’, ni incluirte en el trío del mundo de mi infancia. Ningún posesivo en común».
Ernaux se trasladó a Rouen para cursar estudios universitarios de literatura. Dedicó su vida a la enseñanza como profesora de letras modernas y es firmante de una obra esencialmente autobiográfica e intimista, con títulos como ‘La mujer helada’ (1981), ‘No he salido de mi noche’ (1997), ‘Perderse’ (2001), ‘El uso de la foto’ (2005), ‘Los años’ (2008), ‘Memoria de chica’ (2016), ‘Una mujer’ (2020). Un conjunto de recuerdos que trasladados al terreno de la ficción, reflejan aspectos relevantes de su vida como un fracaso sentimental, el simple placer del desenfreno sexual, un aborto clandestino, la memoria de sus padres o el lento y progresivo deterioro físico y mental que sufrió su madre. Obras huérfanas de cualquier atisbo de lirismo y reflejadas a través de una crudeza directa y austera.
«Me esfuerzo por explorar el mundo real, descifrarlo despojándolo de las visiones y los valores de los que la lengua es portadora en todas las épocas. Sustituir la ligereza de los términos de la comunicación que transmiten alegremente la dominación social y sexual por el peso de palabras lastradas de la vida real de la gente», dijo una escritora que siempre subraya la soledad que padeció durante décadas y hace no tantos años, cuando el movimiento feminista no tenía la fuerza discursiva de la actualidad y algunos de sus libros estaban catalogados de manera despectiva como 'libros de mujer' o directamente eran sumidos en el silencio total.
Sobre ello añadió: «No estoy de acuerdo con que se hable de literatura femenina porque no se habla de literatura masculina. En el inconsciente está muy marcado que la literatura es cosa de hombres».
Ernaux en euskara
Joseba Urteaga ha traducido tres de los cuatro libros publicados en euskara por la editorial Igelak –‘Gertakizuna’, ‘Lekua’ y ‘Pasio hutsa’– y, en su opinión, «sus narraciones autobiográficas, que parten de lo vivido, aunque la autora no los califica como autobiográficos, sino que prefiere llamarlos ‘sociobiográficos’. A este grupo pertenecen de lleno los tres libros que yo traduje: ‘Lekua’ (‘La place’), en la que nos aparece la figura de su padre, libro fundamental en su obra; ‘Gertakizuna’ (‘L'événement’), en que nos cuenta la terrible experiencia de su aborto; y ‘Pasio hutsa’ (‘Passion simple’), una experiencia amorosa íntima. En ellos, Annie Ernaux siempre tiene en cuenta el contexto, la historia cultural e incluso la sociología. Las autobiografías al uso parten de uno mismo y se limitan a dejar el contexto histórico en el fondo, mientras que ella aspira más bien, en palabras suyas, a inscribirse en ese paisaje, como si fuera una figura más. Utilizando siempre ese estilo preciso, cortante y personal que es marca de la casa».
Sobre su estilo, Urteaga afirma que «el estilo, su escritura, es, sin duda, su característica más propia y destacable. Un estilo que ha mantenido su sello definitorio a lo largo de casi toda su obra, salvo en sus tres primeros libros, las novelas de ficción, de una escritura más ‘literaria’, aunque la autora misma reconoce que quizá haya variaciones de un libro a otro en lo referente al ritmo de las frases, al tempo... con cierta tendencia a través de los años hacia una escritura más desnuda, más límpida».
«La misma autora nos dice que tras los tres primeros libros, sintió un fuerte rechazo de la ficción. Fue cuando escribió ‘Lekua’ –‘La place’– (1983) a partir de la muerte de su padre. Utilizar la ficción le pareció una especie de traición. Sintió que no tenía derecho a transformar su experiencia real en una novela. Su fallecimiento fue brutal. Su padre murió cuando ella tenía 26 años, se había casado con un hombre de otra clase social y se había distanciado del núcleo familiar. Con su muerte, despertó su conciencia de clase, que hasta entonces siempre había logrado reprimir. A su escritura se le ha llamado escritura ‘clínica’, y también ‘blanca’ –en el sentido que le daba Roland Barthes–. Ella la define como escritura ‘llana’», puntualiza.
Sobre la escritura ‘llana’, «ella nos dice que el único modo de hablar acerca de su padre, por ejemplo, –‘Lekua’, de nuevo– y transmitir su vida sin traicionarle era mostrarla a través de actos y sucesos concretos, mediante palabras o frases oídas, y no al modo de una novela. Y para ello, tenía que coger una distancia objetiva, no podía escribir de una manera afectiva y emocionalmente colorista. Sin mostrar afectos, sin ninguna complicidad con respecto al lector experto. A eso le llama la autora ‘escritura llana’, a la manera de escribir que utilizaba para escribirles a sus padres y contarles las noticias más importantes. Cartas breves siempre, casi desnudas, sin ningún toque de estilo, sin humor, sin nada que para ellos fuera redundante».
Finalmente y sobre su gran aportación literaria, dice que ella «aportó a la literatura algo duro, pesado, casi violento, relacionado con las condiciones de vida y el lenguaje que fueron completamente suyos hasta que cumplió los dieciocho años. Algo real y vivo, siempre. Es muy consciente de que con ese libro inauguró, como ella misma dice, una actitud respecto a la escritura, que nunca ha abandonado: examinar la realidad externa e interna, íntima y social, sin ninguna concesión a la ficción. Y de que esa escritura ‘clínica’ es parte constituyente de la búsqueda. Siente esa escritura como una navaja, casi como un arma, necesaria».