Mikel Insausti
Crítico cinematográfico

Perdedores que disfrutan como campeones

EL GRAN MAURICE GB. 2022. 106’ Tit. Orig.: ‘The Phanton of the Open’. Dtor.: Craig Roberts. Guion: Simon Farnaby, sobre el libro de Scott Murray y Simon Farnaby. Prod.: Kate Glover, Tom Miller y Nichola Martin. Int.: Mark Rylance, Sally Hawkins, Ian Porter, Tommy Fallon.

Mark Rylance encarna al pésimo golfista Maurice Flitcroft.
Mark Rylance encarna al pésimo golfista Maurice Flitcroft. (NAIZ)

Estamos hartos de ver en televisión declaraciones de deportistas de élite que, aún siendo campeones o ganadores, se les nota la amargura en sus vidas, seguramente por estar sometidos y sometidas a una presión inhumana, por no hablar de los contratos millonarios que les obligan a seguir en activo incluso cuando se hallan en bajo forma, sin motivación y lesionados o lesionadas. En resumidas cuentas, ocurre que habiendo llegado a lo más alto en sus carreras no son felices, y por el contrario el último del pelotón puede ser alguien que, consciente de sus limitaciones, disfruta de la competición libre de marcas que alcanzar.

Es el caso real de Maurice Flitcroft, catalogado como el peor golfista del mundo, lo mismo que se bautizó a Ed Wood como el peor cineasta de todos los tiempos. A ninguno de los dos les importó ser un perdedor, porque disfrutaban de lo que hacían.

El cine social británico se ocupa de indagar en el origen del personaje, ubicando su anomalía en el caldo de cultivo de la crisis económica de los años 70. Maurice trabajaba como operador de grúa en los astilleros de la localidad costera de Barrow, y justo cuando todo apuntaba a la pérdida de su empleo experimentó una epifanía delante del televisor, al descubrir el golf como algo apasionante. A pesar de no tener experiencia en el juego, ni ser profesional, se apuntó al Open Británico, donde, contra todo pronóstico, resultó inscrito por culpa de un error burocrático. Jugaba tan rematadamente mal que se hizo famoso.

De alguna manera se había convertido en la caricatura obrera de un deporte clasista, y la interpretación prodigiosa de Mark Rylance remarca esos rasgos diferenciales, que en apariencia son divertidos y que al final llevan a una reflexión sobre la ambición humana. La falta de ella también debería ser admirada, siempre y cuando conlleve una naturalidad desarmante.