Si quieres parar la guerra, comienza siquiera a hablar de paz
Las iniciativas de China y Brasil han supuesto que en las últimas semanas se asocien los términos Ucrania y paz, lo que es positivo per se. Otra cosa es que la guerra persiste ahí, con toda su crudeza, y sin visos de final. Más tarde que temprano.
Tal y como le urgía, sobre todo, la Unión Europea, el presidente chino, Xi Jinping, mantenía un encuentro telefónico con su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski, para presentarle la iniciativa de paz que llevó bajo el brazo hace un mes a Moscú en su visita al inquilino del Kremlin, Vladimir Putin.
Tanto Kiev como la UE han saludado el guiño. También la Casa Blanca, habrá que pensar que de modo sincero y no arrastrada por la imposibilidad de hacer un desmarque.
El Kremlin ha saludado, asimismo, «toda tentativa» para lograr la paz «que coadyuve a que Rusia logre sus objetivos», importante matiz añadido.
Pero, tras insistir en que esa iniciativa no varía sus planes, ha imputado a la parte ucraniana su rechazo «a cualquier iniciativa sensata dirigida a una solución política» y su «insistencia en ultimátums con demandas poco realistas».
Kiev ha señalado que «definitivamente no ve factible» una salida diplomática mientras se mantenga en el poder el liderazgo ruso actual, léase Putin, y la ha reducido en todo caso al «regateo» con el perdedor. «Será Ucrania quien dicte las condiciones» y «muestre al mundo que cambiar territorios por la fuerza es imposible en el mundo moderno».
Ahí llegamos a uno de los nudos gordianos de la propuesta china. Pekín postula un alto el fuego sin exigir la previa retirada rusa, siquiera a las posiciones que ocupaba antes del inicio de la invasión.
Además de exigir el cese de la «mentalidad de la guerra fría», China pide respeto a las «legítimas preocupaciones de seguridad de los países», un guiño a Rusia, junto con la asunción de la «integridad territorial de los países», en un intento genérico de tranquilizar, siquiera sobre el papel, a Ucrania.
Todo ello después de que el Ministerio chino de Exteriores tuviera que salir al paso de unas declaraciones de su embajador en París, Lu Shaye, quien puso en duda que los países que conformaron, voluntaria o involuntariamente, la URSS tengan el aval del derecho internacional para ser considerados estados soberanos. En la misma línea, insistió en que Crimea forma parte históricamente de Rusia.
Pekín ratificó que Ucrania «es un país soberano», idea reforzada por la oportuna llamada de Xi a Zelenski. Confiemos, asimismo, en que no se trató de un globo sonda para aplacar las reservas de Rusia sino de la iniciativa personal del representante de una legación. Y es que todo va de buena voluntad, aunque esta no vaya acompañada de las palabras más acertadas y oportunas.
El presidente brasileño. Luiz Inácio Lula da Silva, lleva semanas de gira internacional presentando su plan para forjar un G-20 que medie para la paz en Ucrania. Desde China al Estado español, pasando por Emiratos y Portugal. Quien dude de la buena voluntad de Lula para ayudar a superar una crisis que amenaza con mandarnos al infierno, económico o literal, peca de mala fe.
Otra cosa son los equlibrismos que se ve obligado a hacer cuando habla en una capital o en otra. EEUU montó en cólera cuando, en Pekín y en Abu Dhabi, no dudó en equiparar la responsabilidad de agresores y agredidos, además de cargar las tintas contra quienes, desde Occidente, sea con intereses espurios o sinceros, arman a estos últimos.
El presidente brasileño ha completado y matizado su discurso recordando que su país condena la invasión rusa y reconociendo, a su vez, genéricamente, la integridad territorial de Ucrania.
Volvemos a Ucrania. Lula lleva semanas colando la idea de que Ucrania debería renunciar a Crimea.
Cualquiera que no sea un analista avezado es consciente de que Rusia nunca renunciará a la soberanía, nominal o a plazos, de la estratégica península, ni con Putin ni sin él. Lo demás es humillar al vencido, como en los infaustos Acuerdos de Versalles que cerraron en falso la Gran Guerra para replicarla 20 años después con la II Guerra Mundial. Con la diferencia de que hablamos de una potencia nuclear.
Todo el que intente hacer un papel mediador desde fuera, entendiendo fuera en un sentido laxo y cercano (Brasil comparte presencia en los BRICS con Rusia) debe ser capaz de no partir de planteamientos inaceptables para ninguna de las partes.
Pero lo que es un guiño para Rusia puede ser, verbalizado, un desaire para Ucrania. Como al asegurar que, a estas alturas, «es inútil decir quién tiene razón o no».
Esas son cuestiones que deberán dirimirse –o no, hay veces que lo más efectivo es el silencio–, en su día, en unas hipotéticas negociaciones.
Como el estatus del Donbass, tanto el que está en manos de Rusia desde 2014 como las últimas conquistas, sin olvidar los territorios que ha pasado a controlar en el sur de Ucrania (Jerson, Zaporiyia y la costa del mar de Azov).
Lula tiene la excusa de que buena parte de la prensa occidental se ha sumado a un militarismo solo superado por el de la prensa rusa y ucraniana.
Pero no hay duda de que las cuestiones que plantea el brasileño estarán, en su día, sobre la mesa. Haya contraofensiva ucraniana y/o sea exitosa o no. O el día en que los rusos icen la bandera sobre lo que una vez fue una ciudad llamada Bajmut.