Jaime Iglesias
Entrevue
Silvia Munt
Directora de ‘Las buenas compañías’

«Nuestra película, lejos de hablar de un tiempo remoto, está muy conectada con el presente»

Nacida en Barcelona, en 1957, se dio a conocer como actriz con ‘La plaça del Diamant’ (1982). Entre sus trabajos más aclamados destacan ‘Akelarre’ (1984) de Pedro Olea o ‘Alas de mariposa’ de Juanma Bajo Ulloa. Ha dirigido cortometrajes, obras de teatro y largometrajes, como ‘Las buenas compañías’.

Silvia Munt, en el estreno del filme en Festival de Málaga.
Silvia Munt, en el estreno del filme en Festival de Málaga. (Álex ZEA)

Premio del jurado joven en el último Festival de Málaga y premio del Público en el Festival de Derechos Humanos de Donostia, ‘Las buenas compañías’ recrea la lucha de un grupo de mujeres de Errenteria que, a finales de los años 70, montaron una red clandestina para ayudar a abortar a otras mujeres y para apoyar a las llamadas ‘11 de Basauri’. Inspirándose en su activismo, Silvia Munt, recrea una época donde las mujeres comenzaron a alzar la voz por sus derechos y su reconocimiento.

¿Cómo llega a esta historia?

Todo parte de Jorge Gil Munarriz, guionista de la película. Él había hecho un pequeño corto con un grupo de alumnas suyas sobre este grupo de mujeres de Errenteria. A partir de ahí comenzó a pensar en la posibilidad de contar su historia en una película y se pone en contacto conmigo para que la escribamos juntos, cosa que me entusiasma, no solo porque me parece una historia muy bonita y necesaria de dar a conocer, sino porque apela a mi propia juventud dado que, en 1977, que es cuando transcurre la historia, yo tenía la edad de Bea, la protagonista.

Viendo su película me acordé de una frase de Almudena Grandes que, en una entrevista para 7K, nos decía que la propia resistencia antifranquista había construido un relato de sí misma y de su lucha donde quedaban excluidas las mujeres.

Totalmente y yo creo que es imprescindible que asumamos que todo lo que hemos conseguido las mujeres en los últimos años es el resultado del grito de una serie de mujeres que, por primera vez, hace 40 años, se atrevieron a romper ese silencio al que les había condenado la dictadura. Lo curioso es que, cuando estuve en Euskadi documentándome para le película, pude hablar con varios expertos en ese período que hoy conocemos como Transición y todos me hablaban de las luchas políticas y sindicales que habían acontecido allí durante esos años pero ninguno mencionaba la lucha de este grupo de mujeres, a las que condenaron a la invisibilidad. Pero gracias a personas como ellas es como hemos avanzado.

«Es imprescindible que asumamos que todo lo que hemos conseguido las mujeres en los últimos años es el resultado del grito de una serie de mujeres»

Resulta inquietante cómo una historia de hace casi 50 años puede leerse al calor del presente. ¿Ese momento de regresión que vivimos, en lo que derechos sociales se refiere, fue un aliciente extra para rodar esta película?

Sí, porque, ¿cuántas libertades que creíamos conquistadas se están poniendo en entredicho? Mismamente el derecho al aborto, que ahora mismo se encuentra temblando en el primer país del mundo. Parece mentira que a estas alturas tengamos que reincidir en el hecho de que decidir sobre tu vida, tu cuerpo y tu persona es algo inalienable. Y aún hay países donde ni siquiera ese derecho es reconocido. En este sentido, es cierto que nuestra película, lejos de hablar de un tiempo remoto está muy conectada con el presente.

¿Cómo fue el trabajo con las actrices? Me imagino que fue un desafío hacerlas entender las particularidades de aquellos años.

La juventud de entonces atesoraba una rabia que hacía que nos aferrásemos a la libertad de una manera muy salvaje mientras que los jóvenes de ahora son una generación más formada que, como tal, se mueve dentro de los parámetros de lo políticamente correcto. Entonces, el desafío que tuvimos con las actrices fue hacerlas trabajar en un registro donde esa rabia se liberase de una manera muy orgánica.

 

Equipo de ‘Las buenas compañías’. (Álex ZEA)

Da la sensación de que hoy en día el activismo se vive de manera más individual, que cada quien abraza su propia causa. ¿No echa en falta esa transversalidad en la lucha que había en aquellos años?

Bueno, el contexto era otro. Vivíamos en una sociedad más represiva y eso hacía que, partiendo de posiciones distintas, hiciéramos causa común contra determinados estamentos que representaban un poder que nos mantenía constreñidos a todos. Estoy pensando, por ejemplo, en el poder de la Iglesia, que entonces era muy fuerte. Todo ese sentido de la culpabilidad cristiana y el rol de sumisión que se reservaba a las mujeres, que prácticamente no podíamos hacer nada sin el permiso de nuestro padre o de nuestro marido, era algo que nos tenía bastante movilizadas. Y, en un sentido distinto, los hombres también se movilizaban contra ese poder. Hoy, la falta de un enemigo común puede que nos haga estar más dispersos a la hora de luchar por nuestros derechos, pero al mismo tiempo, creo que la causa feminista en concreto sí que atesora una transversalidad que entonces no tenía. Cada vez hay más hombres que la hacen suya, que sienten que esa lucha también es su lucha.

¿Diría que al final todo es una cuestión de reeducación?

Totalmente. Al final es necesario cuestionar el legado, aquellos valores en los que te han educado. Eso ha posibilitado que, actualmente, esté emergiendo un nuevo tipo de hombre, pero también un nuevo tipo de mujer. En este sentido, hay que aceptar que muchas de las enseñanzas que recibimos en su día hoy no nos valen y que incluso eran mentira. Es complicado porque sobre esas enseñanzas hemos ido desarrollando nuestros gustos, nuestras ideas e incluso nuestro deseo, pero siendo un proceso complicado de acometer, también es apasionante.

«Parece mentira que a estas alturas tengamos que reincidir en el hecho de que decidir sobre tu vida, tu cuerpo y tu persona es algo inalienable»

Volviendo a la película. La posibilidad de rodar en Errenteria y en aquellos lugares donde acaecieron los hechos que se cuentan me imagino que fue un valor añadido, ¿no?

Era fundamental rodar allí. Errenteria en el año 77 era un hervidero de reivindicaciones, su propia localización, el tejido industrial que tenía… Todo eso redundó en la lucha de estas mujeres y en otras muchas luchas que tuvieron lugar entonces. Por lo tanto, era importantísimo ir allí, hablar con ellas y visitar los mismos lugares donde tuvieron lugar las acciones que protagonizaron. Y eso que muchas de las cosas que nos contaron no pudimos meterlas en la película porque, al final, estábamos condicionados por una narrativa. ‘Las buenas compañías’ no deja de ser la historia de Bea, de ese verano que le cambia la vida y de su viaje hacia la madurez. En ese viaje, empieza a ver a su madre como persona y descubre la libertad yendo a Biarritz. Es un viaje físico, pero también emocional, y tiene lugar en un entorno geográfico concreto, por eso era importante rodar allí.

¿Cuál fue la participación de las mujeres que inspiraron la historia?  ¿Qué aportaron a la película?

Todas las acciones de lucha que aparecen en la película las recreamos a partir de sus testimonios. Pero luego, como acabo de decirte, ‘Las buenas compañías’ no deja de ser la historia de tres mujeres de tres generaciones y estratos sociales diferentes. Entonces, tuvimos que tener mucho cuidado para lograr equilibrar lo que es la parte real y la ficcionalizada, para que la una no se comiera a la otra. Dicho lo cual, esa necesidad de visibilizarse y los propios conflictos íntimos que viven las tres protagonistas también fueron inspirados, indirectamente, por la historia y el testimonio de estas mujeres. Por eso, era tan necesario rodar allí, porque ese paisaje es el que conforma la mirada subjetiva de Bea, la protagonista.

Hoy en día, donde hay tantas películas y tantas series que recrean aquellos años de manera artificial, centrándose en la ambientación física, en los decorados, en el vestuario, un filme como el suyo presta casi más atención a la ambientación emocional que al atrezzo…

Era una de mis obsesiones. Muchas veces la época se puede comer la película y era algo que me daba pavor. En aquellos años, además, todo era sucio, gris. Yo no quería que la moda destacara, al revés, quería que formara parte de una realidad insignificante, tristona e inocente. Con Gorka Gómez, el operador y con Ainhoa, la responsable de vestuario, hicimos un trabajo exhaustivo para que la recreación de época no cogiera el protagonismo que no queríamos que tuviera. Lo que nos interesaba es que estuviera al servicio de los personajes, de sus emociones.