Àlex Romaguera
BARCELONA

Cruceros, la mancha gris que recorre el mar Mediterráneo

‘Stop Creuers’ y otras plataformas surgidas en Catalunya y en algunas de las principales ciudades mediterráneas han intensificado las acciones para denunciar los impactos de la industria naviera sobre el ecosistema y la salud de la población, poniendo el foco en los grandes cruceros turísticos.

Movilización de Stop Creuers contra los cruceros en el puerto de Barcelona.
Movilización de Stop Creuers contra los cruceros en el puerto de Barcelona. (STOP CREUERS)

A pesar de la emergencia climática, la industria de los cruceros en Catalunya y en otros territorios –también en Euskal Herria, aunque en menor medida– va en aumento y no tiene freno. «Hay que llevar al debate público los graves efectos de esta actividad extractiva, ultracontaminante y malgastadora de recursos, a fin de abordar su desaparición». Así de contundente se expresa el comunicado que cerró la Semana Stop Creuers, convocada simultáneamente en Barcelona y Tarragona entre en abril para tratar los impactos de los barcos turísticos sobre las aguas y las ciudades portuarias del Mediterráneo.

La convocatoria, en la que se debatió la contaminación, la fiscalidad y las condiciones laborales que caracterizan a esta industria, contó con la participación de los movimientos que exigen la prohibición de los buques insignia del negocio turístico, como son Stop Creuers Barcelona y Tarragona, Comissió Ciutat-Port de València, Plataforma contra els Megacreuers de Mallorca, XR Ibiza, Stop Crossiers, de la ciudad de Marsella, Comitato No grandi navi, creada en la localidad italiana de Venecia, y Core in Fronte, de la isla de Córcega, aparte del Centro de investigación Alba Sur y Ecologistas en Acción. Para estas organizaciones, «la carencia de una reacción política efectiva ante el abismo climático y ecológico que vivimos, hace más urgente que nunca erradicar los cruceros por los inaceptables perjuicios sociales, ambientales y sanitarios que generan».

Depredación por mar y aire

Barcelona, el primer destino de cruceros del continente, es, junto con Palma y Venecia, la ciudad europea más expuesta a la contaminación atmosférica y acústica causada por estas grandes embarcaciones, las cuales se van extendiendo hacia puertos secundarios, como el de Tarragona y, en menor medida, Roses, Palamós y otras localidades de la costa, con los efectos que esto acarrea para sus habitantes.

Así lo corrobora un reciente informe de la ONG Transport & Environtment, que tras analizar varios cruceros, comprobó que solo uno de ellos provoca el mismo impacto ambiental que 12.000 coches, a la vez que emite tal cantidad de óxido de sulfuro (SOx) y óxido de nitrógeno (NOx) que «puede acarrear serios problemas a los pasajeros, incluyendo cáncer de pulmón y enfermedades cardiovasculares».

A estos agravios, los científicos añaden los provocados por las partículas ultrafinas que desprenden sus chimeneas, una especie de hollín que también es potencialmente lesivo para las vías respiratorias de los viajeros. A su criterio, la presencia de estas partículas depositadas en la cubierta de las embarcaciones «es similar a las concentraciones que registran ciudades tan contaminadas como Pekin o Santiago de Chile». Pero no solo esto: según Transport & Environtment, la lluvia ácida que producen contribuye a la acidificación de los océanos mediante la alteración del PH de sus aguas.

Otro de los impactos de los cruceros es la basura que genera, que de media supera una tonelada diaria, de la cual se estima que el 75% es incinerada y, posteriormente, lanzada al mar. De todo el contenido, preocupa especialmente las sustancias fecales y farmacológicas, pues son las causantes de la eliminación de muchas especies marinas. Sin obviar las aguas de lastre que liberan al mar, cuyo contenido formado por aceites, microplásticos y especies invasoras, agudizan la degradación del ecosistema. «Si a estos desechos añadimos la contaminación lumínica que emiten los busques durante la noche, el riesgo para la supervivencia de la biodiversidad es alarmante», apunta el manifiesto de Stop Creuers.

Horizonte 2025

Aparte de los perjuicios ambientales de los cruceros, las entidades reunidas en Barcelona y Tarragona hicieron hincapié en los problemas que supone la afluencia de cruceristas en las calles. «El turismo de cruceros intensifica los impactos del proceso de turistificación que vienen padeciendo las ciudades», afirma Daniel Pardo, de la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic, para quien esto se expresa en una «masificación de viajeros en sitios que se hacen intransitables» y «un colapso de la movilidad con autocares y otros transportes contaminantes». Otros perjuicios asociados a ello, indica Pardo, es la transformación del comercio situado en el circuito dónde transitan los cruceristas, en cuyas zonas los establecimientos de uso cotidiano quedan reemplazados por tiendas o servicios destinados a su consumo.

Ante este escenario, las organizaciones acordaron un documento que insta a las instituciones a «replantear el modelo turístico, de convivencia y de relación con el medio ambiente», advirtiendo que, en un contexto marcado por la escasez y el estrés hídrico, no puede tener cabida una actividad tan «abusiva, desregulada y extractiva». Cabe recordar que la mayoría de las multinacionales que controlan el negocio operan bajo banderas y regulaciones de paraísos fiscales, lo cual, señalan las entidades, «significa menos derechos laborales, peores salarios, regulaciones ambientales laxas y evasión fiscal».

Así, para evitar todos estos impactos, el documento exige al Gobierno español que, a través de la Autoridad portuaria –el organismo adscrito al Ministerio de Fomento que fija el número de cruceros que pueden atracar a cada puerto–, trace un plan con el fin de terminar con esta industria para el año 2025. Hasta esa fecha, el movimiento anticruceros plantea que se delimite una zona de bajas emisiones y se promueva la misma medida para el resto de países del Mediterráneo. «Lo importante es evitar que se impongan propuestas como la descentralización, pues supone trasladar el problema a otros sitios, o la desestacionalización, ya que distribuir los cruceros a lo largo del año hará que aumenten el número de barcos y los impactos continúen al mismo nivel», apostilla Daniel Pardo.

Según Stop Creuers, la única salida es obligar a las autoridades a comprometerse con «una agenda que reduzca el tráfico de estos barcos hasta su plena desaparición». Un objetivo para el cual hoy se celebra en Barcelona una marcha que cuenta con el apoyo de varias decenas de sindicatos y organizaciones ecologistas y vecinales. Es el inicio de un calendario de movilizaciones que persigue situar la problemática en el centro de la vida política y que, en 2025, estas embarcaciones pasen a ser una reliquia del pasado.

Zerøport, una ventana abierta para el decrecimiento turístico

Una las tesis esgrimidas por las compañías navieras para defender los cruceros es que aportan grandes beneficios en el aeropuerto y en la propia ciudad de la que salen y en la que acaban, de lo cual se benefician los propios vecinos. Dos supuestas ganancias que, según ZerØport, representan en la práctica dos perjuicios ambientales y sociales: un aumento de los gases contaminantes de los aviones y la transformación de centenares de viviendas en alojamientos turísticos, lo que conlleva la expulsión de las familias con menos recursos económicos.

En base a estas consideraciones, la plataforma integrada por una veintena de asociaciones vecinales y grupos ecologistas de Catalunya, ha salido a la palestra para exigir que se paralicen los proyectos de ampliación del aeropuerto del Prat y el puerto de Barcelona, pues según dicen, «contravienen los acuerdos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEH) que adoptaron la Unión Europea y la Ley catalana de cambio climático». Esta última norma fija para el año 2030 una disminución del 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a las registradas en 1992.

Para ZerØport, tanto el puerto como el aeropuerto pretenden ser las piezas angulares de un modelo económico y turístico que, como se ha demostrado en otras latitudes, no solo no resuelve las necesidades básicas de la población, sino que también agrava la crisis ecológica que registra el planeta. De hecho, el último informe “Metrópolis de Barcelona, hacia la Justicia Climática” asegura que estas infraestructuras emiten de media un total de 5,9 millones de toneladas anuales de CO₂ (3,2 el puerto de Barcelona y 2,7 el aeropuerto del Prat). Cifras que, en caso de ampliarse, empeorarían.

Por todo ello, la plataforma reclama paralizar los proyectos previstos –una medida que hacen extensiva para el puerto de Tarragona y los aeropuertos de Palma o Madrid, entre muchos otros– y avanzar hacia un cambio de paradigma basado en el decrecimiento turístico, pues «el crecimiento infinito es imposible en un planeta finito».