En 1873, hace 150 años, Gustave Doré publicaba la visión romántica y social de Hego Euskal Herria que había plasmado en sus ilustraciones tras el viaje realizado por tierras vascas dentro un periplo por el Estado español.
No era la primera vez que visitaba estos lares, ya que en 1855 había realizado un corto recorrido por la costa vasca tomando apuntes para ilustrar la obra ‘Viaje a los Pirineos’, de Hippolyte Taine. Sin embargo, cuando regresó a Hego Euskal Herria, lo hizo en la cumbre de su carrera como ilustrador.
Doré había nacido el 6 de enero de 1832 en Estrasburgo y con 5 años ya dibujaba caricaturas en los márgenes de los cuadernos escolares para pasar a componer historias en imágenes con 8, según recoge Luis Sazatornil, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Cantabria, en su artículo ‘El voyage en Espagne de Gustave Doré y el barón de Davillier’.
A los quince años, se trasladó a París, donde firmó su primer contrato con Charles Philipon, director artístico de publicaciones como ‘Le Charivari’ y ‘Le Journal pour rire’. A partir de ese momento comenzó «una carrera a todo vapor» cimentada en su talento y su extraordinaria capacidad de trabajo.
«¡Lo ilustraré todo!», llegó a afirmar y no era un comentario gratuito, ya que consiguió producir 1.200 ilustraciones en un año, trabajando «de 16 a 18 horas diarias, sobreexcitado por el tabaco». Entre sus trabajos más notables se encuentran las ilustraciones para ‘El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha’, ‘La Biblia’ y la ‘Divina Comedia’, aunque también iluminó a autores como Rabelais, Balzac, Gautier o Edgar Allan Poe, convirtiéndose en el modelo de ilustrador romántico.
A pesar de su impresionante capacidad de trabajo, mantenía una intensa vida social gracias a su carácter bromista, alegre y excéntrico. Entre sus muchas amistades se encontraba Jean-Charles Davillier, tercer barón de su nombre, caballerizo mayor de Napoleón III y que contaba con una fortuna familiar que le permitió «dedicarse por completo a su pasión: viajar, estudiar y reunir una importante colección de manuscritos, objetos artísticos y obras de bibliofilia», detalla Sazatornil.
Llevado por esos intereses, terminó convirtiéndose en uno de los principales hispanistas franceses, lo que le hacía el compañero más adecuado para el viaje que tanto interés tenía en acometer Doré por el Estado español.
El momento para hacerlo realidad llegó en 1861, cuando se inició su odisea al otro lado de los Pirineos, aunque, en realidad, habría que hablar de varios viajes para poder abarcar todo lo que querían plasmar con ilustraciones y textos. Así que hubo nuevos desplazamientos en los años 1862 y 1871, cuando finalmente recalaron en Hego Euskal Herria.
Era el tramo final del periplo y se aprecia en que «las visitas se apresuran y las descripciones son cada vez más breves», indica el catedrático. En sus apuntes, señalan que «los vascos, como todo el mundo sabe, hablan una lengua peculiar compresible solo por ellos», aunque más que por lo que dice, la obra tiene su principal valor por la imagen que ofrece.
Paisajes románticos, personas de carne y hueso
Son ilustraciones que se centran en paisajes con la visión romántica que impregnaba la obra de Doré, pero en las que también está muy presente su vertiente de cronista social, en la que recoge a las personas que se cruzan en su camino, plasmando con detalle sus vestiduras, sus rasgos, su físico sin ningún tipo de edulcorante, siendo fiel a la realidad que se presenta ante sus ojos.
Como resume Sazatornil, «se fascina por el ambiente pintoresco y los retratos de costumbres y tipos humanos». En definitiva, busca «la exposición directa de la vida cotidiana, reforzada por la prodigiosa visión del dibujante».
El trabajo surgido de ese periplo de varios años se publicó entre 1862 y 1873 en 41 entregas en la revista ‘Le Tour du Monde’, con las estampas vascas siendo las protagonistas en las últimas de ellas. Un año más tarde, la editorial Hachette reunía todos los capítulos en un único volumen de 799 páginas y 309 ilustraciones.
Tras esa publicación, Doré siguió con su intensa actividad creadora hasta que falleció nueve años después. Moría el 23 de enero de 1883 por una enfermedad cardíaca que venía arrastrando desde 1878 y fue sepultado en el cementerio del Père-Lachaise de París.
No había logrado obtener el mismo reconocimiento como pintor del que había conseguido como ilustrador. Al respecto, llegó a decir que «soy mi propio rival, debo borrar y matar al ilustrador para que no se hable de mí más que como pintor». Pero lo cierto es que la producción en uno y otro terreno no ayudaba, a pesar de que, como siempre, era ingente. Había pintado 200 lienzos, frente a varios miles de xilografías, litografías e ilustraciones grabadas en otros soportes.
Lo mismo le sucedía con su faceta como escultor, todavía menos conocida, a pesar de que dejó 45 grupos escultóricos, estatuas, bajorrelieves y piezas decorativas.
Como posible epitafio, dejó una frase que podría explicar su muerte con poco más de 50 años: «He trabajado demasiado».
Tan solo dos meses después de su muerte, fallecía su compañero de viaje Charles Davillier. Parecía que, una vez más, le había cedido el paso, ya que en la publicación del trabajo sobre su viaje había puesto por delante el nombre de Doré y se había presentado a lo largo de la obra como simple guía y acompañante del artista.
Tal vez sentía que su texto no estaba a la altura del que está considerado como uno de los principales ilustradores del siglo XIX.