Alessandro Figurelli, el «último» huésped de Prosfygika
Los ocho bloques de edificios que conforman Prosfygika fueron construidos para albergar a refugiados helenos que huyeron de Anatolia hace un siglo. Hoy día, este símbolo de solidaridad y resistencia sigue dando refugio a los más necesitados. Alessandro Figurelli es uno de los últimos inquilinos.
Prosfygika, «refugio» en griego, es el nombre que reciben los ocho bloques de edificios construidos en 1933 en Atenas para acomodar a refugiados griegos procedentes de Anatolia.
Desde 2010, cuando estalló la crisis económica, están parcialmente autogestionados por grupos de izquierda que buscan reavivar la comunidad y ayudar a los más desfavorecidos. Alessandro Figurelli, 76 años, pelo abundante y encrespado, barba bien recortada, cara chupada, desahuciado en diciembre de 2022, es uno de los últimos huéspedes. Esta es su historia, que confluye con la de Prosfygika.
Napolitano, Alessandro nació en 1947. Su infancia estuvo marcada por la ciudad de Roma, donde creció desde los diez años, y por los movimientos de izquierda radical que, especialmente en Italia, retaban el orden liberal en el propio Occidente.
«Mi primera protesta fue en 1962, en apoyo al comunista Julián Grimau, que fue ejecutado por Franco en 1963», recuerda.
Estudiante de arquitectura, abandonó la carrera porque consideraba burguesa la educación universitaria. En 1973 se trasladó a la Toscana y cofundó una aldea autogestionada en Monte Amiata. Con el paso de los años, este autodidacta viajó por el mundo –Berlín, Nueva York, Túnez, Dinamarca, Líbano– para desarrollar proyectos artísticos, principalmente relacionados con el teatro y la fotografía.
Relata una vida trepidante, marcada sobre todo por una mujer, su amada Aliki, con quien mantuvo una relación de 44 años y que falleció en 2022. Se entristece al recordarla, porque con ella viajó por el mundo y por ella se mudó definitivamente a Atenas.
La familia de Aliki era refugiada de Asia Menor, fue parte del intercambio de población entre Grecia y Turquía que siguió a la contienda librada de 1919 a 1922. Una familia que resurgiría en Atenas, tanto como para comprar un bloque de viviendas en el barrio de Ambelokipi. En ese edificio, Alessandro y Aliki se asentarían en 1991. «Entonces fui recibido como un artista», dice, nostálgico.
Dos vidas marcadas por la droga
En una época marcada por la heroína, ambos habían sucumbido antes a la droga de moda, en Italia, por separado. Alessandro pudo entrar y salir de este mundo, pero Aliki no: terminó su vida enganchada. «Cuando te enganchas, solo soportas la vida. Para superar este estado, necesitas consumir más y más», explica Alessandro, quien abandonó la heroína en 2005.
Para entonces, a ojos de la familia de Aliki, sobre de todo de su hermana Pavlina, Alessandro había dejado de ser el artista y se había convertido en un actor principal del trauma familiar.
Fallecidos los progenitores, desde 2007 Pavlina gestionó la cuantiosa herencia familiar. Entregaba cantidades insuficientes de dinero a Aliki.
Alessandro tampoco tenía una situación boyante: el arte es un negocio precario y había gastado los más de 30.000 que percibió del Estado italiano por la pensión no disfrutada en reformar la casa y comprar un nuevo equipo audiovisual. Tras años vacilando, Alessandro quería resurgir.
El 29 de enero de 2022 falleció Aliki. En el crematorio, porque fue incinerada, dos hombres se aproximaron a Alessandro. Le amenazaron, sin respetar siquiera el duelo: tenía que abandonar la casa donde vivía; Pavlina, la hermana de Aliki y heredera única, no quería en la propiedad a Alessandro, que carecía de derecho alguno al no haberse casado.
En diciembre de 2022, fue desahuciado. Es más, asegura que en el proceso le robaron sus pertenencias: cámaras, teléfonos, discos duros, muebles, ropa... Literalmente, su vida.
Entonces, Alessandro, que desde 2017 percibe una pensión italiana de 630 euros, alquiló un diminuto apartamento que daba a una enorme azotea en Victoria, una ajetreada zona del centro de Atenas. Un lugar agradable, de excelentes vistas, que tuvo que abandonar en marzo: el casero se lo exigía; comenzaban a llegar los turistas de Airbnb.
Por suerte, dos meses antes había pedido unirse a la comunidad de Prosfygika, que, ante el inminente desalojo, dio por concluida la deliberación que hace sobre los nuevos inquilinos y aceptó a Alessandro, que ahora tiene un apartamento que mira al estadio de fútbol del Panathinaikos.
Decorado con pintadas en apoyo a grupos de izquierda radical y con un cuadro en el que una anciana sostiene un fusil, su nuevo hogar está destartalado, resultado de 90 años sin apenas reformas: necesita refuerzo en los techos; penetran el frío y el calor porque hay grietas; la humedad es extrema.
No son las mejores condiciones para Alessandro, que padece una infección que le ha provocado un problema en el tobillo izquierdo, hinchado y amoratado, y cuyo estado de salud ha empeorado tras el desahucio. Sin embargo, su cuerpo resiste, dice que gracias a las plantas medicinales, porque desde hace 40 años reniega de la medicina convencional.
Con la televisión mostrando la BBC, su canal favorito, en horas de conversación comenta ideas de Pavlov, Fanon, Malcolm X, pero sobre todo insiste en Sófocles y su obra Filoctetes, que quiere adaptar para destacar «la competitividad, el antagonismo y la marginalización».
Viste siempre una chaqueta y un pantalón de color beige y un polo naranja; lamenta su aspecto, monótono, aunque no hace nada por cambiarlo: es capaz de gastarse más de cinco euros en un café y un dulce en la cadena Everest. Preferencias de este hombre que, a sus 76 años, ilusionado, resurge de nuevo, ahora en Prosfygika.
Prosfygika, símbolo de solidaridad
El relato de Alessandro tiene ligeras contradicciones y, sobre todo, carece de material fotográfico que atestigüe su trepidante vida. «Estaba todo en la casa y me lo quitaron», insiste. Le pregunto si es posible contactar a las personas implicadas: Pavlina; la Policía; o su hermano, el exsenador Michele Figurelli, con quien mantiene un parecido razonable. Dice que no, y me conformo con rastrear en internet.
Lo más destacado son las referencias en la web de cine IMDB: el cortometraje ‘Ilektroniki Athina’, de 1986, dirigido por Aliki; un papel secundario en ‘Mahairovgaltis’, del afamado Yiannis Economides; el papel principal y la corredacción del largometraje ‘Wild and Precious’, que narra la historia de un director de cine italiano atrapado en la revuelta social griega.
Una representante de la asamblea de Prosfygika no puede confirmar la veracidad del relato de Alessandro: ni siquiera si realmente fue desahuciado. A veces, indagar puede provocar tensiones innecesarias: muchas personas cargan con traumas difíciles de expresar y solo el tiempo dirá si se adaptan a la comunidad.
«Confiamos en las personas, es una postura política idealista. Pero no somos ingenuas, sabemos que no todo el mundo cuenta la verdad. Lo más importante es tener un punto de vista en común», explica. «En cierto momento, si dudamos, pedimos que nos cuenten más sobre ellos. Pero se necesita tiempo, completar el proceso de adaptación», añade.
Prosfygika es el nombre que reciben los ocho bloques con 228 viviendas habilitadas para acomodar a refugiados de Asia Menor. Para legalizar y acondicionar las construcciones irregulares en las que vivían, o simplemente para entregar un techo decente, el Gobierno heleno edificó estas viviendas sociales en 1933.
A partir de los años 90, el Estado comenzaría a recuperar la propiedad de la mayoría de inmuebles para intentar derribarlos y desarrollar proyectos especulativos: están en una zona estratégica de Atenas, entre la Jefatura de Policía de Ática y la Corte Suprema.
Sin embargo, 51 personas no vendieron sus casas y comenzaron un proceso legal para proteger el barrio. En 2008, la justicia consideró Prosfygika como patrimonio protegido. Uno de los argumentos esgrimidos fue el estilo arquitectónico Bauhaus.
En 2010, en plena crisis económica, grupos de izquierda radical ocuparon bloques abandonados y comenzaron a acondicionar viviendas y desarrollar estructuras para convertir la comunidad en autosuficiente.
En 2023, los avances son evidentes: una cantina que abre de jueves a domingo; una cocina comunitaria en la que se reúnen los jueves; una estructura sanitaria; el horno Berkin Elvan, en recuerdo al joven asesinado por la Policía turca en las protestas de Gezi; el espacio para la educación de niños y niñas; el depósito de almacenaje.
Además, cuidan la simbología en el espacio público y, con estilo, destacan murales y pancartas de grandes proporciones en apoyo a grupos radicales turcos y kurdos.
De las más de 300 personas que residen en Prosfygika una parte no participa en la asamblea, es indiferente, aunque hay casos de rechazo profundo a la apuesta horizontal de la comunidad ocupada.
El resto, la mayoría, es parte activa: un puñado de jóvenes activistas internacionales; griegos u occidentales en condiciones de exclusión como Alessandro; y sobre todo migrantes, familias enteras o refugiados, la mayoría en tránsito, que están durante semanas o meses y que, excepcionalmente, terminan por establecerse.
Pese a las diferencias culturales, todos y todas conviven en Prosfygika, que 90 años después sigue siendo un símbolo de solidaridad que da refugio a los más necesitados, aunque ya no sean helenos, sino kurdos, turcos, iraníes o tunecinos.