Alberto Pradilla

La pugna interna en el partido de Amlo elegirá el próximo presidente de México

La pelea interna para suceder a Andrés Manuel López Obrador está en marcha. Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López se disputan una candidatura que, ya se sabe, se impondrá en las presidenciales de 2024 ante la ausencia de una opción opositora creíble.

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. (PRESIDENCIA DE MÉXICO)

Las elecciones presidenciales de México están previstas para julio de 2024. Sin embargo, no habrá que esperar tanto para saber quién será el heredero del actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador. En la práctica, el futuro jefe de Gobierno mexicano se determinará en la pelea interna que acaba de iniciarse en Morena, el movimiento político fundado por Amlo, como también se conoce al presidente.

En una década, la formación creada por López Obrador se ha convertido en el partido hegemónico, controlando 22 gubernaturas de las 32 que conforman el país, y no hay opción política que pueda amenazar su dominio. Así que, quien salga elegido en la encuesta interna que determinará el candidato obradorista, liderará México durante el próximo sexenio.

Actualmente la pugna está entre tres aspirantes a la sucesión. Por un lado, Claudia Sheimbaum, jefa de Gobierno de la Ciudad de México y quien ha recibido un mayor apoyo por parte de López Obrador. Por otro, Marcelo Ebrard, ministro de Exteriores y quien ya sucedió a Amlo al frente del Ejecutivo de la capital en 2006, cuando este se lanzó por primera vez a tratar de conquistar la Presidencia. El último en discordia sería Adán Augusto López, secretario de Gobernación y hombre de absoluta confianza del mandatario, ya que ambos son tabasqueños y tienen lazos casi familiares.

También hay otros candidatos que han alzado su voz, pero son irrelevantes. Entre Sheimbaum, Ebrard o López está el próximo presidente de México casi con total seguridad.

El sistema de elección es conflictivo. Anteriormente, cuando el PRI dominaba toda la estructura política del país, la fórmula para saber quién sería el candidato era el tradicional «dedazo». Es decir, que el presidente o la cúpula de la formación tenían la última palabra. Al tratarse de un sistema casi de partido único, los aspirantes que no eran seleccionados aceptaban su destino para no ver comprometido su futuro político.

Morena, en cuyas filas hay una legión de expriístas, elige a sus candidatos por encuesta, un sistema opaco que genera críticas incluso en el seno del partido. Aunque López Obrador asegura que no va a inmiscuirse en el proceso de designación, la candidatura de Ebrard lleva meses pidiendo un «piso parejo» para todos los aspirantes. La popularidad de Amlo sigue intacta casi cinco años después de acceder a la Presidencia y con una pandemia de por medio. Así que su apoyo, aunque sea sutil, decantará la balanza.

Los tres candidatos El primer aspirante en lanzar su candidatura fue el canciller, Marcelo Ebrard. El pasado martes, dos días después de las elecciones en el estado de México (parte de la zona conurbana de la capital y uno de los grandes caladeros de votos, con 17 millones de habitantes) y el norteño territorio de Coahuila, el ministro anunció que dejaba su puesto en el Gobierno y comenzaba su campaña. Durante todo el sexenio, Ebrard jugó un papel clave y fue muy eficaz en las negociaciones con Estados Unidos sobre el siempre complejo asunto de la migración.

Él fue quien firmó las grandes cesiones ante el expresidente Donald Trump, que están en el origen de que actualmente miles de migrantes permanezcan varados en ciudades fronterizas como Tijuana, Juárez o Matamoros. Su problema es que es visto por ciertos sectores del obradorismo como un candidato «centrista». Durante los meses en los que era más evidente la preferencia de Amlo hacia Sheimbaum se especuló con la posibilidad de que lanzase su propia candidatura al margen de Morena. Pero con los niveles de apoyo que tiene el obradorismo parecería un suicidio.

Claudia Sheimbaum, la jefa de Gobierno de la capital, figura como favorita en todas las encuestas. Se la considera muy leal al mandatario, lo que evitaría tentaciones de desviarse de la línea marcada por Amlo cuando sea ella la que toma las decisiones. En su contra opera que a lo largo de su mandato se perdió la mayoría de alcaldías de la Ciudad de México, una urbe históricamente progresista, que lleva gobernada por la izquierda más de 20 años, pero que está girando peligrosamente hacia la derecha.

Adan Augusto fue el último en entrar en la pelea, pero que podría dar la sorpresa. Entró a formar parte del Ejecutivo como operador y mano derecha de López Obrador y eso es lo que promete: continuismo tabasqueño. Ante los medios de communicación ha mostrado su faceta de «duro», como cuando desafió en público a la madre de un desaparecido respondiéndole: «Yo tampoco confío en usted».

Una clave para la hegemonía obradorista es la falta de oposición: partidos que antes eran rivales ahora compiten juntos, proyectando la imagen de «antiguo régimen» que favorece al Gobierno de Amlo

Sin oposición

Una de las claves para entender las futuras elecciones es la inoperancia absoluta de la oposición. Ante el auge de Morena, tres partidos que antes eran rivales (PRI, anteriormente hegemónico; PAN, conservador; PRD, antigua izquierda liderada por Amlo hasta que fundó su propio partido) optaron por una coalición, lo que alimenta el discurso obradorista de que la elección es entre el actual Gobierno y los integrantes del antiguo régimen.

Lo cierto es que ni tienen candidato ni opciones para la victoria. Pesa mucho el pasado reciente, lastrado por la corrupción y la violencia, y aunque López Obrador tampoco ha logrado resolver los problemas fundamentales del país, su mandato se sigue viendo como una ruptura con el pasado.

Las recientes elecciones en el estado de México son un ejemplo. La candidata obradorista, Delfina Gómez, se impuso con facilidad en uno de los bastiones del PRI, que llevaba casi un siglo gobernando de forma ininterrumpida.

Habrá tiempo de hacer balance sobre el actual sexenio, pero la hegemonía obradorista es un fenómeno que se ha instalado en México para quedarse.