La estaca de Salu

Jabier Salutregi, ante la sede del clausurado ‘Egin’.
Jabier Salutregi, ante la sede del clausurado ‘Egin’. (Jon URBE | FOKU)

Era una de las tesis recurrentes de Salu cuando la impresionante renovación de ‘Egin’ de 1992 había comenzado a decaer tanto por el desgaste interno como por el pressing exterior: ‘Egin’ –decía Salu, consciente de que el diario necesitaba de otro pequeño «revolcón»– tenía que clavar una estaca a la que atar una cuerda con la medida justa. La circunferencia que marcara esa cuerda definiría el contorno donde situar su línea editorial. Algunas veces, con la cuerda bien tensa, arriesgando; otras, con su extremo cerquita de la estaca, resguardándose. En ocasiones, hacia un lado, para buscar determinadas alianzas; en otras, hacia el otro extremo, para cuidar a los propios. Pero siempre, sin mover la estaca de su sitio. Así el diario podría jugar dentro de todo ese margen cualquiera de las partidas que pudieran presentarse en el país.

El planteamiento resultaba impecable, pero no pocas veces era el propio Salu quien arrancaba la imaginaria estaca y la lanzaba todo lo lejos que le permitían sus fuerzas, empujado por la pasión de una profesión que corría por sus venas o por las circunstancias que con demasiada frecuencia golpeaban a la redacción y al país que tanto amaba. Seguramente por ello, en muchas de las veces, Salu sujetaba aquella su estaca en la mano sin llegar a clavarla definitivamente, como pretendía, para poder abordar los nuevos proyectos que ya barruntaba –por ejemplo, un periódico para Ipar Euskal Herria– y que se llevaron a cabo posteriormente. Las circunstancias no fueron las más sencillas, y el carácter de Mentxaka era poco contemplativo.

Ese ímpetu y valentía innata era la que le llevaba, en lo personal, a ofrecer su casa de Ea a un amigo que necesitaba refugio durante unos días, circunstancia demasiado habitual en la época, o a girarse y encararse con los merodeadores cuarteleros si le rondaban.

Pero el mazazo de la represión le hizo mella, y lo pasó realmente mal en prisión. Al comienzo del túnel también se enfadó con nosotros. Esta hermosa lucha por la libertad de nuestro pueblo cuenta con momentos de auténtica mierda, que por suerte son los menos y quedan superados por la honestidad revolucionaria.

Alrededor de una mesa con un grupo de refugiados, escuché a uno de ellos utilizar una expresión grandilocuente: «Eltze ona sutan frogatzen da» (La buena olla se demuestra en el fuego). Otro, en cambio, le replicó: «¿Y eso es justo?». La mayoría de las personas pasan por la vida sin tener que enfrentarse a situaciones que les expongan a tales extremos.

Y, efectivamente, nada fue justo con Salu. Un excelente periodista que no se merecía otra cosa que terminar su ciclo como director y seguir dedicando su inmejorable pluma y todas sus capacidades a su comunidad y a hacer un país mejor. No pudo. Lo pararon en seco.

Pese a «diecisiete años de pesadilla», el día de su puesta en libertad definitiva, en octubre de 2015, remarcaba que salía «reforzado» en sus convicciones. Nuestros héroes son siempre de carne y hueso

Parecía que el Estado podría incluso partirle el alma y destruirlo. No lo escondió a su salida de prisión: «Son diecisiete años de pesadilla [desde el cierre de ‘Egin’]. Lo pasé muy mal y reconozco que además estaba mal». Por eso tiene aún más valor que el día de su puesta en libertad definitiva, en octubre de 2015, remarcara que salía «reforzado» en sus convicciones. Nuestros héroes son siempre de carne y hueso.

Ese día, Jabier Salutregi Mentxaka no llevaba su estaca en la mano, quizá porque ya estaba clavada. Al menos así quiero entender estas declaraciones realizadas en una entrevista hecha dos años antes de su puesta en libertad, con motivo del decimoquinto aniversario de la clausura del periódico de Eziago: «La renovación de ‘Egin’ fue una experiencia colosal y de unos efectos importantes como se comprobaría... en enero de 1999, cuando salió por primera vez a la calle GARA».