Nora Franco Madariaga
CRíTICA MúSICA CLáSICA

Trío de damas

Judith Jáuregui, piano; Soyoung Yoon, violín; Nadège Rochat, violonchelo. Trío para piano en Sol Mayor de C. Debussy, Trío para piano n.1 en re menor op.32 de A. Arensky y Trío para piano n.1 en Si b Mayor op.8 de J. Brahms. Donostia, Museo San Telmo. 21/08/2023.

Las tres protagonistas de la sesión de piano de este lunes en la Quincena.
Las tres protagonistas de la sesión de piano de este lunes en la Quincena. (Quincena Musical Donostiarra)

Para los amantes de la música de cámara –y también para muchos otros–, los tríos para piano son una de las expresiones más sublimes de la música clásica y, especialmente, del Romanticismo, por lo que el concierto preparado por tres solistas de talla internacional como Judith Jáuregui, Soyoung Yoon y Nadège Rochat, sumado a la belleza de las piezas escogidas, ya anunciaba garantía de éxito.

El recital comenzó con el trío para piano de Debussy, que desde las primeras notas dejaba percibir esas melodías líquidas que juegan con la luz y sus reflejos. Con mucha delicadeza, el equilibrio entre las integrantes del trío estuvo bien trabajado, sin dejar que ninguna voz sobresaliera fuera de su momento, ni siquiera en los pasajes de escritura más densa del piano. La cellista Nadège Rochat exhibió un fraseo elegante, pero también juguetón. Soyoung Yoon, por su parte, ofreció un sonido muy estudiado, de inusual redondez y color cálido, con la dosis justa de arrebato en su línea melódica, dibujando claros paisajes sonoros.

El segundo movimiento, de exótica inspiración, con sus giros y vibrantes ritmos, llenó de colorido este scherzo para, a continuación, volver al lirismo en el tercer movimiento, no tan radiante como el primero, pero con una parte pianística mucho más plena y expresiva y un diálogo entre violín y violonchelo mucho más dinámico.

El último movimiento –agitado y vertiginoso, no tanto en el tempo como en el contenido musical–, estuvo direccionado por el violonchelo de Rochat, de una forma casi imperceptible pero firme, guiando el desarrollo de este movimiento donde el violín, con fabulosa línea expresiva, fue dibujando vivas piruetas mientras el piano de Jáuregui envolvía a ambas con coloridas atmósferas.

El segundo trío de la velada fue una obra de Arensky, un autor mucho menos conocido pero que rápidamente se puede identificar inequívocamente con el romanticismo ruso más desbordado. Cargado con esa sombra anímica que caracteriza a esta escuela, posee, sin embargo, pasajes pianísticos verdaderamente luminosos que la intérprete donostiarra tocó con madurez y contención, sirviendo de brillante contrapeso a las melancólicas melodías de las cuerdas.

Tras un scherzo con aires de vals, una nostálgica frase del violonchelo introdujo el tercer movimiento, secundada por un doliente violín, creando entre ambos el tema de la elegía, de extremada sensibilidad y emoción. El piano, en otro plano, fue creando la estructura armónica que les condujo hasta el adagio, más esperanzador, aunque poco después retomaran la elegía, con un guiño en el piano a una marcha fúnebre, que Jáuregui sostuvo con serenidad. El último movimiento recogió todos los afectos de la obra, dejando al piano un papel mucho más central, utilizando armonías y contrastes para construir un movimiento digno del más bello y entregado romanticismo.

Tras un pequeño descanso –necesario, pero que rompió la magia del concierto–, las intérpretes retomaron con el paradigma del trío romántico, el primero de Brahms, que supo conjugar lo mejor de cada instrumento: la energía y versatilidad del piano, el lirismo del violonchelo y el virtuosismo del violín., creando una obra de estructura casi orquestal. Fue en este Brahms tan vital y de tanto cuerpo sonoro donde se apreció verdaderamente la evolución de los últimos años en el pianismo de Judith Jáuregui, con un peso específico mucho mayor que en los tríos anteriores.

El segundo movimiento destacó por el prefecto empaste de las cuerdas. La limpieza del sonido de la violinista coreana y la voluptuosidad del violonchelo de Rochat, se unieron creando un único instrumento, perfecto compañero para un piano libre, expansivo y vivo.

El exquisito, íntimo e introspectivo tercer movimiento dio paso al final de la obra, tan sorprendente, dinámico y enfático como las tres instrumentistas.

Como propina, el Andante espressivo del trío para piano de Debussy dejó un gran sabor de boca para una velada tal vez excesivamente larga, no solo por la duración –que también– sino por la densidad del programa pero, sin duda, de deliciosa factura.