![Una joven ganadera de Ipar Euskal Herria, con su rebaño.](/media/asset_publics/resources/001/047/629/article_main_landscape/laborariak.jpg)
«Durante mucho tiempo hemos cuidado mejor el material y el ganado que a las mujeres que trabajan el campo». La frase resume la situación actual de las agricultoras y ganaderas de Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa, con una desigualdad de ingresos y pensiones muy evidente. La recoge Tidjan Peron en este reportaje publicado en ‘Mediabask’ y traducido por NAIZ.
Hoy día, los ingresos de las mujeres que trabajan en fincas o granjas del norte de Euskal Herria son un 30% más bajos que los de los hombres en la misma ocupación. Según explica Marie-Jo Othatceguy, la diferencia de estatus tienen hondas raíces en el tiempo. «Históricamente, la Mutualidad para este sector (MSA) ha incluido solo a los hombres. El seguro era una carga adicional para la explotación en cuestión. Cuando el hombre estaba asegurado, tenía su estatus legal».
«Para las mujeres, en cambio, ha supuesto una gran lucha obtener el reconocimiento de estos derechos», explica Othatceguy en Behorlegi (Nafarroa Behera), donde cría sus ovejas manex buru beltza. Marie-Jo Othatceguy es miembro del sindicato ELB y también representante del MSA.
Esa condición considerada mucho tiempo como subsidiaria, en la que la mujer quedaba reducida a una especie de cónyuge colaborador, ha dado paso finalmente al reconocimiento del trabajo que realizan en las explotaciones agrícolas, a partir de 1999. Pero la situación continúa siendo precaria en la actualidad, puesto que la cotización no se normalizó realmente hasta 2005, y queda siempre condicionada a la autorización de la persona que aparece como propietaria de la explotación, generalmente un hombre.
«La asociación agrícola de gestión común (Gaec) es realmente el único tipo de sociedad que facilita la igualdad de ingresos entre sus miembros. Incluso en las estructuras de responsabilidad limitada (EARL), los ingresos no se dividen al 50-50 entre la pareja, puesto que el jefe de la finca suele ser un hombre, es el dueño de la tierra, etcétera», explica Sabrina Dahache, investigadora en Ciencias Sociales y experta en esta cuestión.
Créditos, otra fuente de desigualdad
Si bien las cifras del MSA muestran que la nueva generación de agricultores está abandonando progresivamente el carácter de cónyuge-colaborador que predominaba antes, «la desigualdad sigue siendo muy grande», advierte Dahach, que ha trabajado para el Senado francés o el Ministerio de Agricultura.
Apunta que el tamaño y la especialización de las explotaciones también son claves en esta problema de falta de paridad. En los casos en que sí son responsables de terrenos, las mujeres cultivan parcelas de tierra un 40% más pequeñas que los hombres, lo que les acarrea menos apoyo económico, además de cultivar productos que generan salarios más bajos.
Incluso obtener un préstamo del banco sigue siendo más difícil para las mujeres que para los hombres: «Hoy en día aún se confía menos en ellas que en ellos. Y es aún más complicado para quienes están fuera de un círculo familiar, porque no tienen la garantía de un padre o un suegro en los que confíe el banco», lamenta Marie-Jo Othatceguy.
Dentro de este triste balance, Sabrina Dahache menciona un indicador positivo: «Hoy las mujeres se destacan por la diversidad de producción y por la transformación. Se dedican más al agroturismo, o a visibilizar su actividad en las redes sociales... Con ello ayudan a poner el valor la actividad».
El próximo viernes 10 de noviembre, a las 17.00 horas, en la sala Irati de Biarritz, la feria Lurrama presentará el documental '‘Moi agricultrice’ (‘Ni laboraria’ en euskara). La obra trata sobre la lucha de las mujeres agricultoras y ganaderas por su estatus y contra la precariedad, y tras la proyección se escucharán varios testimonios de la misma.
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