Aritz Intxusta
Redactor de actualidad

La serrería de Mendibe fue tapadera de la resistencia belga frente a los nazis

Una profesora universitaria de EEUU ha reconstruido la historia de Charles Schepens, el espía belga que adquirió el aserradero de Mendibe, en Irati, para convertirlo en vía de escape durante la ocupación nazi. Schepens actuaba con la ayuda de un pastor vasco, Jean Sarochar.

Ingenio utilizado por el aserradero de Mendibe para descender los troncos de Irati.
Ingenio utilizado por el aserradero de Mendibe para descender los troncos de Irati. (Meg Ostrum)

Esta no es la historia de una joven americana que viaja por Europa y casi de casualidad cae por Mendibe, en la falda norte de la selva de Irati. Medio perdida, acaba en la casa de un cura que le ameniza la velada contándole viejas historias al pie del mar de hayas. No, desde luego, no lo es. Pero tampoco sería de justicia decir que la historia de un cirujano y un pastor vasco durante la ocupación nazi sea lo que aquel cura le contó.

Lo interesante de la estadounidense es que salió de aquella casa fascinada por el papel que jugó Charles Schepens, un oftalmólogo belga a quien la guerra convirtió en espía. La joven regresó a su país llevando en la mano un papelito con una escueta referencia, que resultó suficiente para encontrar tan enigmático personaje.  

Meg Ostrum, la estudiante, logró localizar al doctor Schepens y, tras él, a cuarenta testigos de cómo un aserradero semiarruinado en Irati acabó siendo pieza fundamental para la red Zéro, los espías de la resistencia belga.

Por el cable que bajaba los troncos del monte subieron microfilms, documentos secretos y más de cien personas.

Por el cable que bajaba los troncos del monte subieron microfilms, documentos secretos y más de cien personas, además de la cúpula de Zéro cuando fue descubierta (incluido William Ugeux, su líder).

Funcionamiento del aserradero de Mendibe.
Un trabajador del aserradero de Mendibe. (Cortesía de Meg OSTRUM)
Funcionamiento del aserradero de Mendibe.
Sistema de cableado por el que se bajaban los troncos. (Cortesía de Meg Ostrum)
Funcionamiento del aserradero de Mendibe.
Funcionamiento del aserradero de Mendibe. (Cortesía de Meg OSTRUM)
Troncos de hayas del Irati en el aserradero de Mendibe.
Troncos de hayas del Irati en el aserradero de Mendibe. (Cortesía de Meg OSTRUM)
Hangar del aserradero de Mendibe donde elaboraban traviesas de tren.
Hangar del aserradero de Mendibe donde elaboraban traviesas de tren. ( Cortesía de Meg OSTRUM)

«No solo no conocía los mugalaris ni las líneas de fuga de los Bajos Pirineos cuando visité Mendibe por primera vez, sino que el paisaje y la cultura del País Vasco francés me eran prácticamente ajenos. Ya había viajado mucho por otras zonas de Francia, y el propósito de este viaje en 1983 era cruzar de la costa atlántica hasta la mediterránea en coche y a pie. Lo único que sabía era lo que había leído en una guía turística: que la ganadería ovina era la principal actividad agrícola y que el bosque de Irati era un magnífico hayedo», confiesa Ostrum a GARA.  

La narración de la estadounidense ha pasado durante años casi desapercibida en Euskal Herria, pues nadie podía esperar que una historia como esta se publicara en Nebraska. La traducción al francés de ‘El cirujano y el pastor’ llegó en 2021 y ahora Katakrak lo ha editado en castellano.

El relato de cómo el aserradero se convirtió en tapadera de la red Zéro (equivalente belga de la más conocida Red Còmete) aparece construido a través de dos figuras contrapuestas, la del cultivado doctor belga y la de un peculiar pastor vasco, Jean Sarochar, que se convirtió en el mugalari encargado de acometer el tramo final, desde Mendibe hasta la Casa del Rey, en Nafarroa Garaia.

 

Carné falso de Schepens que empleó para dirigir el aserradero. (Cortesía de Meg OSTRUM)

La perspectiva de Ostrum para reconstruir lo sucedido es verdaderamente ambiciosa, pues no concibió el libro para contar esta historia a los locales. El libro está pensado para ser leído y entendido en EEUU, por lo que la autora se esfuerza por explicar qué es Iparralde, qué es la cultura vasca, aterrizar temporalmente en la Francia de Vichy, colocarse en pleno Irati y hacer que un estadounidense entienda cómo funcionaba aquella muga.

Héroes antagónicos

En los primeros compases para ubicar a su lector, la descripción tiene un punto de candor cuando trata de describir al alegre Sarochar, un pastor que vivía en la montaña con su perro, escondía sus pensamientos en un alegre y constante parloteo que hacía que muchos lo dieran por el payaso del pueblo. Para pincelarlo, Ostrum se apoya en las leyendas de Basajaun y Basandere y en los mitos alrededor de los cuales se teje la cultura vasca.

El otro héroe, Jean Sarochar, era un pastor que vivía en la montaña con su perro

Ahora bien, la autora es tan terriblemente precisa reconstruyendo el relato y este relato, en sí mismo, tan apasionante, que pronto se aparta de esa candidez primera y entra con profuso detalle a describir cómo un aserradero se convierte en el coladero por el que a los nazis se le escapaban documentos de inteligencia y los líderes de la resistencia.

El doctor Schepens, alias monsieur Pérot, con su familia. (Cortesía de Meg Ostrum)

La ubicación del aserradero y el peculiar sistema, mediante cables, para descender los troncos hacían del negocio levantado décadas antes por la familia Pedelucq un lugar estratégico. Por ello, Schepens –tras recalar en Mendibe durante su huida– buscó fondos para comprarlo y, pese a ser cirujano, lo dirigió con eficiencia para usarlo de tapadera.

Schepens –conocido como monsieur Pérot en Mendibe– confió en muy pocas personas su verdadera actividad. De hecho, en su rol de empresario, hacía regalos e invitaciones a los nazis (de las SS y las Grenzschutz). Tan bien lo hizo, que hasta alguno le tomó por colaboracionista.

El mugalari se jugó la vida por el cirujano-espía acompañándole en su escapada final por lealtad y amistad

El espía que muestra Ostrum es un hombre metódico, que solo daba un paso tras calcular fríamente los riesgos. Quizá por ello, cuando todo se descubrió y tuvo que ser él quien escapara monte arriba, quedó marcado por Sarochar.

El pastor vivía en una cabaña perdida y, a diferencia de lo que le ocurría al belga, pudo haber pasado de puntillas por la guerra gracias a su modo de vida apartado, frugal –y «primitivo», en palabras de Schepens–. Pero el pastor se movía por otros principios y emociones. Así, el mugalari se jugó la vida por el cirujano-espía acompañándole en su escapada final por lealtad y amistad. «El verdadero héroe fue él», le confesó Schepens a Ostrum.