Koldo Landaluze
Especialista en cine y series de televisión

50 años de ‘Malas calles’, el implacable descenso a los infiernos de Nueva York

Estrenada hace 50 años y considerada falsamente como la primera película de Martin Scorsese –en realidad fue la tercera–, ‘Malas calles’ supuso un punto de inflexión en el medio cinematográfico, una obra maestra implacable interpretada por Harvey Keitel y Robert De Niro.

Harvey Keitel y Robert De Niro en una escena de 'Malas calles'.
Harvey Keitel y Robert De Niro en una escena de 'Malas calles'. (WARNER BROS.)

En las entrañas de la ciudad que nunca duerme, donde las sombras bailan al compás de una sinfonía disonante, Martin Scorsese rodó ‘Malas Calles’, un acercamiento a la trastienda de Nueva York a través de sus callejones oscuros, donde la decadencia y la desesperación se entrelazan en una danza macabra.

La película, estrenada en 1973, es un testimonio visual de la violencia urbana y la corrupción moral que devoran las almas de aquellos que se aventuran en los márgenes de la sociedad.

Enérgico, subversivo y muy realista, así es el tercer largometraje de Martin Scorsese, acompañado por las potentes interpretaciones de Robert De Niro y Harvey Keitel. Una película fundamental, que fue respaldada por Francis Ford Coppola, musicalizada con canciones de los Rolling Stones y premiada por su guion y por el inquietante trabajo de De Niro.

Harvey Keitel se convierte en el guía de esta odisea, interpretando a Charlie, un astuto proxeneta que trafica con el dolor ajeno mientras busca redimirse en un mundo que parece haber perdido toda esperanza. La narrativa se desenvuelve con la crudeza propia de Scorsese, donde cada rincón de la ciudad se convierte en un personaje más, susurrando historias de desesperación y decadencia.

Escenificada en el Nueva York de comienzos de los años 70, el personaje de Keitel vive en el pequeño barrio de Little Italy y se esfuerza por ascender en la mafia local, pero su psicótico e irresponsable amigo Johnny Boy (De Niro) pone en riesgo sus objetivos.

Un intento por escapar de Brooklyn los expone a un futuro violento y angustioso. Las calles, impregnadas de un realismo visceral, son un campo de batalla donde los protagonistas luchan contra sus demonios internos y externos.

La brutalidad y esplendor de Nueva York

La cinematografía de Scorsese se revela como un ballet caótico de imágenes, capturando la esencia de la Gran Manzana en toda su brutalidad y esplendor decadente. Los encuadres angulares y la iluminación cruda nos sumergen en un universo donde los contrastes de luz y sombra reflejan la dualidad moral que acecha en cada esquina.

La banda sonora, meticulosamente seleccionada, se convierte en el latido frenético que acompaña a los personajes en su descenso a los abismos. El jazz y el rhythm and blues, como elementos narrativos, son la melodía que envuelve el dolor y la esperanza perdida de aquellos que luchan por sobrevivir en un mundo que parece haberse olvidado de ellos.

La interpretación magistral de Harvey Keitel como Charlie es un tour de force que nos arrastra por los callejones del alma humana. Su rostro, marcado por la culpa y la desesperación, es el espejo de una sociedad que se desmorona. Junto con él, nos sumergimos en la vorágine de personajes marginales, interpretados con una autenticidad que trasciende la pantalla.

Esta obra maestra no es simplemente una película, es un poema visual que captura la esencia misma de la desolación urbana. Scorsese, con su genialidad narrativa, nos confronta con los aspectos más sombríos de la condición humana, obligándonos a mirar de frente la decadencia moral y la desesperación que anidan en las calles que muchos prefieren ignorar.

‘Malas Calles’ es una experiencia cinematográfica que perdura en la memoria mucho después de que las luces de la sala se apagan. Es un viaje visceral y emocional a través de los callejones oscuros de la ciudad, donde la redención y la perdición bailan juntas en una danza sin fin.

Scorsese, con su maestría, nos invita a contemplar la fragilidad de la moralidad humana en un escenario donde las calles, más que malas, son un espejo implacable de nuestra propia naturaleza.