Sergio Iglesias
Entrevue
Joaquín Achúcarro
Músico

«Hay pianos que son aliados, otros enemigos y otros traidores»

Más de 75 años de carrera contemplan al gran maestro Joaquín Achúcarro, que vuelve a Bilbo mañana, concretamente al Arriaga, para deleitarnos con la emoción que transmite el sonido de su piano en cada una de sus notas, fruto de la experiencia y del continuo aprendizaje.

Joaquín Achucarro, pianista.
Joaquín Achucarro, pianista. (Aritz LOIOLA | FOKU)

Para comenzar, cuéntenos cómo se decide un repertorio, como este del Teatro Arriaga, después de tantos años de carrera.

Fundamentalmente, lo vas seleccionando en base a las cosas que te gusta tocar. ¿Tú sabes todo lo que hay en la historia de la música? Hay un repertorio pianístico tan enorme que no creo que nadie pueda abarcarlo… desde luego, a mí no me ha dado tiempo en la vida para estudiar todo lo que habría querido. Así que, al final, lo que haces es, con esas cosas que llevo años tocando, voy haciendo mi repertorio, intentando hacer un poco de todo, aunque siempre hay cosas en las que he profundizado más que en otras. Por ejemplo, hay obras que habré tocado unas 300 veces.

¿Y no le aburre tocar tantas veces una misma pieza?

¿Aburrirme? Que le pregunten al torero a ver si se aburre toreando, porque el piano no embiste, pero también da alguna cornada ¿eh? (risas).

¿Intenta siempre darle una vuelta, para sacar cosas diferentes, de esas obras que tan bien conoce?

No sé cómo decirte… yo lo que intento es sacar lo que creo que tengo que dar al público, que es la belleza de la obra que estoy estudiando, para que lo perciba la persona que ha venido a escucharlo; pero eso después depende de muchísimos parámetros y factores diferentes, que son imprevisibles, como es la acústica de cada lugar… por ejemplo, este piano aquí suena diferente que en el escenario y es que, como decía Rachmaninov, «somos esclavos de la acústica». En un estudio de grabación no van a sonar las cosas como en una iglesia, y tampoco hay dos pianos que suenen igual… a mí, por ejemplo, lo que me pasa es que, cuando hago conciertos en sitios en los que hay mucha reverberación, al oír la grabación me parece que estoy tocando muy despacio por todo el eco que hay; en la música hay muchas cosas que no tienen explicación.

¿Y cree que hay alguna diferencia en cómo se vive la música en unos países y en otros?

En unos países u otros, unos teatros u otros, unas horas u otras… hay una cantidad de factores movibles infinita, y por eso siempre existe esa emoción de salir al escenario, que notamos todos los músicos. Lo que yo pienso es que, cuando hay belleza, todo se equipara, porque hubo un momento en que la música en Oriente no tenía nada que ver con lo que se hacía en Occidente, pero ahora mismo saben tanto como nosotros.

¿Sigue la música contemporánea, o solo estudia las piezas de los autores clásicos?

He tocado obras modernas de compositores vivos, como cuando, en su momento, hice el concierto de Escudero. Además, cuando hago estas piezas, tengo unas sensaciones estupendas por poder compartir con el compositor cosas que se me ocurren al mirar la partitura, y consultarle si se pueden hacer. Se crea un vínculo muy especial al ver el esfuerzo del compositor por poner algo en el papel para que tú lo puedas entender…

Supongo que el compositor agradecerá que, un maestro como usted, aporte cosas a la partitura ¿no?

Me pueden decir que no les gusta… mira la que se armó cuando Paul Wittgenstein hizo algunos cambios en la orquestación de la partitura del ‘Concierto de piano para la mano izquierda’ de Ravel, que no hicieron ninguna gracia al compositor, porque era su obra.

¿Suele escuchar música de otros géneros modernos, o más actuales?

Sí, claro. A mí, en su momento, me cautivó la bossa nova, un género que me encanta, y también me apasiona el buen jazz, un género que me parece fantástico cuando se hace bien.

¿Y ha llegado a hacer algo de esto?

Muy poco, porque, al final, es otro mundo que tienes que vivir, entender y asimilar, y el día solo tiene 24 horas… ¿qué más vamos a hacer ya? (risas).

Por cierto, ¿cuántas horas al día dedica usted a la música?

Pues mira, hoy solo dos, pero a la tarde seguro que estaré otras tres horas o así. Pero es que no se tiene en cuenta que tocar un instrumento tiene mucho de físico, son una serie de ejercicios musculares, con los que trabajan un montón de partes del cuerpo. Eso que dicen de que tocar es muy bonito porque simplemente se trata de aprender las notas, y luego poner la expresión, ya ya… haz un buen crescendo, un buen diminuendo, un buen ritardando, un buen accelerando, mezcla esos cuatro conceptos, que suene todo bien, y que haya una continuidad de tensión. El piano es capaz de emitir un número infinito de sonidos, ¿cuáles son los que nuestro oído distingue y clasifica? pues eso es lo que nos da la capacidad artística de modelar el sonido.

Eso es lo que nunca se deja de aprender ¿no?

Exacto.

¿Y se jubila alguna vez un músico, o siempre se lleva dentro la vocación?

Hay quien sí puede dejarlo. Yo no quiero jubilarme, pero seguro que me jubilará Cronos “el implacable” (risas).

¿Es un lujo, hoy en día, vivir de lo que te apasiona, como usted con el piano?

¡El amado y odiado instrumento! yo siempre digo que San Francisco de Asís lo llamaría “El hermano piano”…

¿En su caso, más odiado o amado?

Según como se porte, porque hay pianos que son aliados, otros que son enemigos y otros que son traidores, y que cuando estás ensayando con el teatro vacío parece que va a sonar muy bien, y luego todo cambia con el público dentro.

Después de tantos años por el mundo, ¿sigue siendo especial para usted volver a tocar en Bilbo?

Claro que es especial, porque hay sitios que me traen a la memoria un montón de recuerdos, como la Filarmónica, que es muy especial en mi vida, y por supuesto el Arriaga, enfrente de la casa en la que vivía mi abuela hace un siglo.

¿Recuerda la primera vez que tocó en el Teatro Arriaga?

Uff, eso tendrían que decirte los del Arriaga, pero si no me equivoco, sería con el Concierto de Grieg, cuando tenía menos de 17 años; es que, a veces, cuesta recordar todo lo que he hecho en estos más de 75 años de carrera, tú date cuenta de que he tocado en 61 países, con más de 300 orquestas y 400 directores. Además de los 33 años que he estado como catedrático en la Universidad Metodista de Dallas, después de decir que nunca iba a enseñar, porque yo necesitaba todo el tiempo para estudiar… Pues ya ves, más de diez millones de kilómetros que me hice con American Airlines…

Supongo que ya le saldrían gratis los viajes…

Gratis no, pero tengo todas las tarjetas de puntos (risas).

Hablando de enseñanza musical, ¿cree que, en el actual sistema educativo, se enseña de manera adecuada?

¿Crees que se juega bien al fútbol? Pues unos sí y otros no, y esto es igual. Te pueden enseñar de diferentes formas, y luego el “do-re-mi-fa-sol-la-si” se puede tocar de mil maneras, y cada una de ellas comporta una serie de movimientos musculares, un ejercicio de respiración… cuando empezamos a profundizar en todas estas cosas, nos encontramos con un misterio que, si no podemos resolver, por lo menos tenemos que intentarlo, y en ese camino es donde está el disfrute y el sufrimiento.

¿Cuál es la distinción que más ilusión le ha hecho, de todas las que ha recibido a lo largo de su carrera? Porque creo que hasta hay un planeta que lleva su nombre…

Bueno, bueno… un planeta no, un asteroide (risas). La distinción que más me llenó fue la de Hijo predilecto de Bilbao, que creo que solo tenemos siete personas en más de 700 años, y los anteriores son gente como el Padre Arrupe o Unamuno, así que imagínate la ilusión que me hace. Pero es que Bilbao es Bilbao… “la villa que ha demostrao que sirve lo mismo para un barrido que para un fregao, pues en los lances de honor ha probado esforzada que sabe esgrimir la espada que el tenedor” (recita).

Nunca había oído eso, ¿de quién es?

Ni idea, yo se lo escuchaba cantar a mi abuela, que tenía 16 años cuando el sitio a Bilbao de los carlistas en 1874.