Es imposible saber, a menos de 24 horas de que Pedro Sánchez se pronuncie, si va a presentar o no su dimisión como presidente del Gobierno español o continuará en el cargo. Todas las opciones están abiertas, y ante el inmenso desconcierto que envuelve al PSOE, dirigentes y militantes del partido han cerrado filas para arropar a su secretario general, que se siente víctima de una campaña de «acoso y derribo».
El insólito período de reflexión de Sánchez sobre su continuidad al frente del Ejecutivo español comenzó el miércoles, cuando el colectivo ultraderechista Manos Limpias interpuso una denuncia contra su pareja, Begoña Gómez, por tráfico de influencias, que luego utilizó un juzgado de Madrid para abrir diligencias pese a no haber indicios.
Un claro ejemplo de la judicialización de la política o «lawfare», algo que en el Estado español tiene una larga tradición política, pero que esta vez salpica incluso a un presidente que, por aritmética parlamentaria más que por convicción política, ha pactado con «los enemigos de España» para la derecha española, que sigue sin asumir el funcionamiento básico del Estado de derecho y ha intentado derribar a Sánchez y sus socios de investidura con sus tentáculos mediáticos, judiciales y policiales.
El propio Sánchez, como expresó en su carta abierta a la ciudadanía, atribuye a motivos personales más que políticos su pausa de cinco días en los que no ha tenido agenda pública, y ahora debe decidir si «merece la pena» seguir aguantando los ataques ya no dirigidos contra él, sino contra su pareja, de la que sin «rubor», aseguró en su misiva que seguía «profundamente enamorado».
Sin embargo, ante la consigna tan reclamada hoy de que «lo personal es político», es evidente que la incertidumbre en torno a la reflexión de Sánchez genera un desconcierto en el ámbito público, una especie de vacío que el PSOE trató de rellenar este sábado convirtiendo la reunión de su Comité Federal, originalmente destinada a aprobar la candidatura a las elecciones europeas, en un acto de respaldo a su líder, donde se reiteraron los llamamientos para que no renuncie.
«Pedro, quédate», expresó la ministra María Jesús Montero al iniciar su intervención en lo que ya se puede definir como cónclave, un mensaje respaldado por otros líderes del partido, incluidos los barones más críticos con Sánchez como Emiliano García-Page, y por miles de militantes que se congregaron en Madrid para apoyar al secretario general, cuya renuncia puede desencadenar una crisis no solo institucional, sino también en las entrañas de un partido que no se ha preocupado en diseñar plan alguno para la etapa posterior al liderazgo de Sánchez.
Este domingo, el ministro español de Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha señalado que «la decisión del presidente va a ser la decisión siempre en el interés general», mientras que el ministro de Transportes, Óscar Puente, ha pedido, en un tono menos comedido, a los militantes del PSOE que respalden Sánchez, porque está «en un momento muy duro» y en un escenario el que el PP está «dispuesto a todo», porque «políticamente no pueden con él» y, a fin de cuentas, porque «es el puto amo».
En esa línea, la vicepresidenta del Gobierno español y líder de Sumar, Yolanda Díaz, ha afirmado este domingo que «nadie va a doblegar al Gobierno» y que «se respetará la legalidad democrática» frente a una derecha y una extrema derecha a quienes «les queda tiempo de estar en la oposición».
Deshojando margaritas
A la espera de que se despeje la incógnita, la agencia Efe asegura que Sánchez no ha estado aislado en Moncloa porque ha mantenido conversaciones con ministros y dirigentes de su partido, y también con líderes internacionales que le han mostrado su apoyo como el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva.
Sin embargo, pocos se han aventurado a especular sobre los posibles escenarios. Estos podrían incluir la permanencia del presidente en su cargo y la decisión de superar una moción de confianza en el Congreso español, o, por el contrario, la dimisión de Sánchez. Esta opción podría desencadenar unas elecciones anticipadas que se convocarían aproximadamente en un mes, o bien un intento de investidura por parte de otro miembro del PSOE, como hizo Adolfo Suárez mediante su renuncia y la designación para una nueva investidura de Calvo Sotelo, que se vio finalmente interrumpida por el 23F.
Para el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, cuyo partido fue el primero en poner en el punto de mira a Gómez tras presentar el PP una denuncia contra la esposa del presidente español –hasta que finalmente la Oficina de Conflicto de Intereses la archivó–, Sánchez «ya representa al pasado» decida lo que decida.
Tanto su partido como Vox han olido la sangre y, si Sánchez continúa, insistirán en su argumento de que la reflexión era una decisión estratégica por parte de alguien que consideran «un victimista». Si dimite, el embate de la ultraderecha no cesará, ya que su renuncia enviaría el mensaje de que la máquina española del fango puede tumbar incluso al presidente de un Gobierno –tal y como ocurrió en Portugal con el socialista Antonio Costa– además de independentistas vascos, catalanes, gallegos y gentes de izquierdas.
De cara al bloque de investidura, la dimisión no solo puede poner en jaque al Gobierno de coalición o condenar a una larga travesía por el desierto a un PSOE rendido al personalismo de su secretario general, sino que puede hundir a eso que llaman «la izquierda del PSOE» y en concreto a Sumar, a quien las encuestas colocan en caída libre. La renuncia obligaría además a repensar su estrategia al resto de partidos que sustentan la mayoría de Gobierno y su posición respecto a una nueva investidura con un nuevo candidato.
Si Sánchez decide seguir, como se ha citado anteriormente, podría convocar una cuestión de confianza, una opción que sus socios parlamentarios han apuntado como la elección más recomendable para salir de esta crisis. Algunos de ellos, como ERC y EH Bildu, incluso han sugerido que votarían a favor en aras de «cerrar el paso a la ultraderecha».
Sin embargo, la moción de confianza no bastará, ya que la ofensiva de los poderes del estado y de la ultraderecha persistirá. Será imprescindible abrir un nuevo panorama político en el que Sánchez deba presentar una estrategia concreta para contrarrestar esta tendencia antidemocrática. Resulta difícil anticipar una acción contundente de un partido de régimen como el PSOE, pero es cierto que nunca antes ha estado en tal encrucijada, pues los perseguidos eran otros. Tampoco ha tenido un líder tan acostumbrado a las piruetas políticas y a cargar el peso de las críticas a sus espaldas. Su más reciente publicación lleva por título ‘Manual de resistencia’.