Rojava, bajo las acechantes garras del Estado turco
En el noreste de Siria, bajo control de la coalición árabe-kurda, la población vive bajo la presión constante del Estado turco. Ankara, que sigue amenazando con una gran operación militar, trabaja también para privar a la región autónoma de sus recursos.
En las calles de Qamishli, capital de facto de la Federación Democrática del Norte de Siria (AANES), se respira un aire de déjà vu. Una y otra vez, todas las miradas se dirigen a la vecina Turquía, cuya frontera, en forma de muro de separación de cientos de kilómetros de longitud, roza los distritos septentrionales de la ciudad.
En un café de la azotea de la ciudad, un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, otean ansiosos el horizonte: «Esta vez va en serio», dice uno de ellos con gravedad. «Erdogan ha advertido de que no aceptará la celebración de elecciones en Rojava, y me temo que aprovechará este momento tan especial de la historia en el que Gaza es el centro de toda la atención mundial para poner en marcha sus planes y lanzar un gran ataque», añade.
Ante esta presión, las elecciones del 11 de junio fueron canceladas pocos días antes de que se llevarán a cabo. Oficialmente aplazados para agosto, nada parece indicar que estos comicios vayan a celebrarse según lo previsto. Hay que decir que los incesantes ataques de Turquía a finales de mayo –decidida a impedir que se celebren las elecciones–, combinados con la presión de EEUU, parecen pesar mucho en la ecuación.
Una votación que la AANES presentaba como un punto de inflexión democrático, ya que iba a llevarse a cabo en toda la región autónoma, que se extiende desde los territorios históricamente de mayoría kurda a lo largo de la frontera con Turquía hasta las zonas casi exclusivamente árabes, liberadas durante la guerra contra el Estado Islámico (ISIS).
De hecho, desde el final de la encarnizada batalla entre las fuerzas kurdo-árabes y el ISIS, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha contemplado atónito la construcción de un auténtico protoestado en su frontera, una entidad que ahora administra de forma autónoma casi un tercio del territorio sirio. Incluso hasta aprobar unilateralmente la celebración de consultas populares, sin que el régimen de Bashar al-Assad tenga nada que decir.
Turquía golpea
Aunque casi se podría pensar legítimamente que la principal oposición a la celebración de elecciones procedería de Damasco, es en realidad Ankara la que está dando un paso al frente.
Para el Gobierno turco, que ve en la AANES, los partidos políticos que la componen y su brazo militar –las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS)– una prolongación de su némesis, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la celebración de comicios democráticos parece totalmente inaceptable.
Tanto es así que el propio Erdogan se ha hecho eco de la cuestión. «Seguimos de cerca las agresivas acciones de la organización terrorista contra la integridad territorial de nuestro país y Siria con el pretexto de las elecciones», tronó hace unos días, amenazando con una nueva operación militar en la zona.
Algunas de estas advertencias ya se han puesto en práctica: estos últimos meses, los ataques turcos con drones se han sucedido a un ritmo frenético, cobrándose casi una decena de víctimas, principalmente entre las filas de los combatientes de las Fuerzas Democráticas Sirias, e hiriendo a decenas de civiles.
En el cementerio de Qamishli, donde las tumbas de combatientes kurdos caídos luchando contra el ISIS o más recientemente bajo los ataques turcos se extienden hasta donde alcanza la vista. Dalia Qassem, de 42 años, llora la pérdida de uno de los suyos. Sentada con las piernas cruzadas frente a la estela de su sobrino muerto por el ISIS en 2016, se lanza a una enumeración interminable: «Mi hermano murió luchando contra los yihadistas, mi tío también. Desde 2019, he perdido a dos primas y un primo por los ataques turcos. Hay nuevos sehid [mártires] cada semana, claro que tenemos miedo. Nunca tendremos paz con los turcos».
Asfixia económica
Y aunque considera que la celebración de elecciones sería «algo positivo», el reciente deterioro de la economía y de las condiciones de vida en la región parece estar disuadiendo a un número importante de personas de acudir a las urnas.
Es el caso de Issam Osman, tendero de 57 años residente en Qamishli: «No iré a votar. Nos falta de todo, electricidad, gas, a pesar de que somos una tierra de gas y petróleo. El precio del pan ha subido mucho y este año la Administración autónoma está comprando trigo a los agricultores a un precio muy bajo. Mucha gente está enfadada».
Un comandante de las FDS se justifica: «Nuestro poder es muy limitado. Nos hemos visto obligados a bajar el precio de compra del trigo, lo que está provocando cierto enfado entre los agricultores. Pero hay que entender por qué. Durante varios meses, los incendios provocados por los ataques turcos han saboteado la producción. Es una estrategia deliberada de Turquía para desestabilizarnos y poner a la población en nuestra contra».
En las calles de Hassaké, ciudad situada 80 kilómetros al sur de Qamishli, la exasperación de los habitantes es extrema. Aquí son los problemas del agua los más acuciantes. Abou Dergam, de 70 años y que aguarda desesperadamente una entrega de agua en camión cisterna frente a su tienda, está furioso. «Hasta 2019, el agua llegaba aquí desde Sérékaniyé, donde hay una gran planta de tratamiento».
«Desde que la ciudad está ocupada por Turquía, las cantidades de agua están muy limitadas. Esto nos hace la vida imposible, y ni siquiera hablo de los problemas de electricidad», afirma.
Y es que, además de ocupar una amplia franja de terreno a lo largo de su frontera desde la operación militar de 2019, desde finales de 2023 Turquía ha emprendido una estrategia de intenso bombardeo a todas las infraestructuras de la AANES, ya sean de gas, petróleo o electricidad, causando daños considerables. Una de las consecuencias es que gran parte de la región autónoma lleva varios meses parcial o totalmente sin suministro eléctrico.
Resiliencia
En las calles de Qamishli, los generadores privados, que funcionan a pleno rendimiento, consiguen ahogar el incesante rugido de los drones turcos que sobrevuelan el cielo y se vuelven cada día más amenazadores.
Gulistan, una kurda de 27 años de Qamishli, aprueba incondicionalmente la idea de organizar elecciones, pero no está segura de acudir a las urnas si se llevan a cabo: «Es difícil imaginar que las elecciones municipales vayan a cambiar nuestra vida cotidiana. Depende sobre todo del contexto regional, de las relaciones económicas con Damasco, de la presión turca, de las relaciones con las fuerzas de la coalición e incluso con Rusia. Pero lo que está en juego es la democracia, ya que está en juego nuestro equilibrio interno».
Respecto a esto ultimo, los esfuerzos de la Administración autónoma por integrar al mayor número posible de árabes –sobre todo en las fuerzas de seguridad– parecen estar dando sus frutos. Esta coexistencia se ha visto facilitada por el hecho de que una gran parte de la población parece temer por encima de todo un retorno del régimen sirio, y parece haber aceptado la situación actual.
Acercamiento sirio-turco
Pero el momento parece extremadamente delicado, sobre todo tras algunos reveses en el tablero geopolítico. Así, desde hace varias semanas, el creciente acercamiento entre el régimen de Bashar Al-Assad y Recep Tayyip Erdogan provoca incertidumbres y suscita interrogantes en el noreste de Siria.
Turquía, que rompió bruscamente las relaciones con su vecino sirio al inicio del levantamiento en 2011 y apoyó a las facciones rebeldes islamistas en su guerra contra Damasco –algunas de las cuales se han convertido en auxiliares militares de Ankara–, parece ahora dispuesta a cambiar de paradigma, urgida por objetivos internos.
Con el sentimiento antisirio creciendo en Turquía, Erdogan probablemente espera un acuerdo que pueda allanar el camino para el regreso de muchos de los 3,6 millones de refugiados sirios que viven en su país; y por parte siria, retomar las relaciones con Turquía sería un paso más para acabar con el aislamiento político de Al-Assad en la región tras más de una década como paria.
Una evolución que, de fructificar, podría poner en peligro la AANES, ya que Al-Assad y Erdogan comparten el deseo de reducir al mínimo la autonomía del noreste de Siria. El futuro de Rojava pende definitivamente de un hilo.