Hacía doce años que Catalunya no celebraba una Diada con un Govern de signo españolista. A este escenario se ha llegado tras el desencanto que generó la gestión del referéndum del 1 de Octubre, la posterior represión del Estado y la falta de una estrategia conjunta entre las principales fuerzas independentistas. Todo ello ha llevado al soberanismo a protagonizar un desastroso ciclo electoral, permitiendo que la Generalitat quede en manos de un PSC que también controla los principales ayuntamientos, como el de Barcelona, y tres de las cuatro diputaciones.
Este cambio de escenario, impensable hace apenas tres años, cuando el independentismo logró el 52% de los sufragios y revalidó la mayoría absoluta en el Parlament, explica el clima de resignación que se vivió ayer en la Diada, estampado en un desfile de cara largas y un nivel de participación que, pese a ser importante, es el peor registrado en la última década.
También los silbidos al mitin que ERC realizó la víspera y los encontronazos entre antifascistas y seguidores del partido ultra Aliança Catalana durante la mañana, revelaron que el independentismo tiene una larga lista de tareas por delante si quiere revertir las desconfianzas y encontrar un marco de entendimiento para retomar el camino de la unidad que hizo posible aquel otoño de 2017.
Solo la marcha conjunta que, bajo el lema “Volvemos a las calles: Independencia. Justicia, País, Futuro”, convocaron conjuntamente la ANC, Òmnium Cultural, los CDR, el Consell per la República, el Ciemen, la Intersindical-CSC y la Associació de Municipis per la Independencia (AMI), invita tímidamente a pensar que, después de los congresos que ERC, Junts y la CUP afrontarán este otoño, se podrá abrir una ventana para empezar a abordar el estado de letargo y recelos actual.
Brechas abiertas
La convocatoria de las entidades, que transcurrió simultáneamente en varias ciudades, tuvo la virtud de poner en la agenda la necesidad de responder a las distintas crisis que afectan a la sociedad catalana: la marcha en Barcelona se centró en las dificultades de acceso a la vivienda y el derecho a un hogar; la de Girona, en fortalecer la sanidad pública; la de Lleida, en garantizar la viabilidad del sector primario; la de Tarragona, en superar la desinversión en el sistema ferroviario; y la de Tortosa, en proteger el agua como bien común. El independentismo trató de esta manera de recuperar aquel amplio paraguas que hace una década le permitió acoger en su seno y en sus discursos infinidad de demandas sociales, económicas y medioambientales.
Los llamados a la unidad no disiparon cierto desasosiego y hastío en las filas soberanistas, lastradas por los enfrentamientos internos.
De todas formas, ello no disipó el desasosiego que aún lastra al movimiento. Prueba de ello es la escasa asistencia en comparación con las Diadas anteriores (unas 120.000 personas sumando las cinco marchas) o la circunstancia de que ni Oriol Junqueras ni Marta Rovira, dirigentes de ERC, estuvieran en la marcha de Barcelona, mostrando así su malestar por las críticas que Lluís Llach, líder de la ANC, había hecho a los republicanos a raíz de su pacto de investidura con el socialista Salvador Illa. Unas críticas ante las cuales la antigua presidenta de la entidad, Carme Forcadell, respondió indicando que la «ANC ha perdido la transversalidad que había exhibido».
También el anuncio de que Aliança Catalana, partido independentista de extrema derecha, participaría en la convocatoria enturbió la jornada, hasta el punto de provocar que la CUP y otros grupos exigieran a los organizadores que, también en estos espacios, se adoptara un cordón sanitario para evitar que el partido insufle sus recetas populistas y xenófobas.
A todo ello se añadió la controversia por la decisión de Junts de ausentarse del pleno que se celebró ayer en el Congreso de los Diputados, lo que estuvo a punto de suponer que se aprobara una moción del PP contra la financiación singular, la principal contrapartida que ERC ha arrancado en su negociación con el PSC y el PSOE, así como el dictamen del Tribunal Constitucional, también conocido ayer, de que admite a trámite el recurso del Tribunal Supremo contra la Ley de Amnistía. Una norma cuya aplicación está causando un enorme rechazo entre las bases independentistas, pues no está resolviendo las causas de decenas de activistas del Procés, mientras que ya ha exonerado a los agentes de policía que provocaron un millar de heridos en el referéndum de 2017.
Fin del Procés, fuego nuevo
La Diada de ayer certificó, si no lo había hecho antes, la defunción del Procés tal y como se ha conocido durante la última década larga. «El Procés ha muerto políticamente en las instituciones, pero no la lucha por la independencia», indicaba Laia Estrada, portavoz de la CUP, para la cual «habrá que empezar de nuevo, ilusionando a aquellos miles de personas que, hastiadas y desengañadas, han dejado de votar al independentismo».
En cierto modo, este fue el único diagnóstico que compartieron las distintas familias políticas, que al unísono, vienen empleando el concepto de Foc nou (Fuego nuevo) para describir el cambio copernicano que exige el movimiento con vistas a recuperar la hegemonía. De hecho, no es casualidad que Foc nou haya sido el lema escogido por una de las candidaturas que se presentan al Congreso de Esquerra previsto para el próximo 30 de noviembre. Una corriente que, bajo el liderazgo del exconsejero de Exteriores de la Generalitat, Alfred Bosch, interpela al partido a revisar la estrategia y substituir la actual dirección para devolverle a sus máximas cuotas.
También Foc nou es la campaña que Poble Lliure, una de las formaciones que integran la CUP, ha emprendido para defender la refundación del partido anticapitalista en aras de combatir la deriva «españolizadora y conservadora» que se ha apoderado de la vida política catalana. De la misma manera que Xavier Antich, presidente de Òmnium Cultural, y su antecesor, Jordi Cuixart, han recurrido a esta idea fuerza para subrayar que ha llegado el momento de reemplazar los liderazgos para dar entrada a una nueva generación capaz de articular nuevas prácticas y mensajes que reconecten el movimiento con la sociedad.
En esa misma línea se han expresado algunos intelectuales de referencia. Es el caso del catedrático de Ciencias Políticas Ferran Requejo, para quien «ante la falta de pulsión del independentismo, tiene que haber fuego nuevo (foc nou) en Esquerra, que corte con el pasado y haga limpia, así como en Junts o CUP, que también necesitan liderazgos reconocidos». Una opinión compartida por la economista Elisenda Paluzie, expresidenta de la ANC, según la cual «el fracaso de la estrategia adoptada por los partidos independentistas desde 2018 les obliga a cambiar el rumbo y readecuar sus proyectos a todos los niveles». Unos cambios que, tanto Requejo como Paluzie, consideran que también han de extenderse a la propia Assemblea y a Òmnium Cultural, entidades a las cuales instan a «encontrar un liderazgo alentador y transversal fuerte» que relance el movimiento de base. De lo contrario, apostillaba ayer Lluís Llach al terminar la jornada, «quizás ya no tendremos soluciones».
Así, con estas apelaciones a la reflexión, la Diada cerraba una edición más, esta vez con la constatación fehaciente de que devolver la confianza es un reto nada sencillo pero que concierne a todos los sectores del independentismo.
Muñoz y Allende, la memoria intacta
A lo largo de la Diada se sucedieron otros actos paralelos que retrataron la actual fragmentación que vive el movimiento soberanista en su conjunto. Se celebró el tradicional mitin internacionalista en el Passeig del Born, un sinfín de ofrendas florales en el contiguo Fossar de les Moreres, de las cuales las comitivas de ERC y Junts fueron las principales damnificadas, un acto en apoyo a los CDR que continúan sin ser amnistiados, así como dos homenajes que los últimos años han ido cogiendo más relevancia por su importancia histórica.
Uno de ellos fue el tributado por la organización Arran a Gustau Muñoz, el joven de 16 años, miembro del Partido Comunista de España (Internacional), que fue acribillado por un agente de la policía al finalizar la Diada de 1979, ahora hace 45 años. Centenares de jóvenes se dieron cita en la calle Ferran, donde lo mataron, para escuchar las palabras de sus familiares y rendirle un sentido homenaje.
Sin olvidar tampoco el acto de recuerdo al presidente chileno Salvador Allende, muerto el 11 de septiembre de 1973 durante el golpe de Estado del general Augusto Pinochet, para quien varias formaciones y entidades de izquierdas realizaron un acto en la plaza de Barcelona que lleva su nombre.