Un Donald Trump más vengativo y poderoso regresará a partir del 20 de enero a la Casa Blanca. Lo hará como el presidente número 47 de EEUU, a los 78 años. El primero que revalida el cargo en elecciones no consecutivas en más de un siglo, desde el demócrata Grover Cleveland (1892), y el único que gobernará tras ser condenado por distintos delitos, con todavía causas pendientes y cuatro años después de su tormentosa salida.
«Nos han dado un mandato poderoso y sin precedentes», declaró el todavía candidato presidencial desde su cuartel electoral de West Palm Beach (Florida), nada más conocerse los primeros resultados que auguraban una victoria aplastante. No le faltaba razón: las elecciones estadounidenses arrojaron resultados que muchos analistas calificaron como el comienzo del «reinado de Trump». El magnate ha logrado el control político de los poderes Ejecutivo y Legislativo y cuenta, además, con un Poder Judicial alineado ideológicamente, y en particular, un Tribunal Supremo inclinado hacia sus posturas ultraconservadoras.
Todo el poder para Trump
El retorno de Trump a la Casa Blanca parecía improbable cuando dejó Washington en 2021, marcado por una insurrección violenta en el Capitolio motivada por sus dudas sobre el resultado electoral.
Cuatro años después, con un partido transformado a su medida y el republicanismo clásico sepultado, Trump volverá a la Presidencia con un respaldo incluso mayor que en 2016. Esa es la clave principal del 5 de noviembre, que Trump ganó en todos los frentes: la Presidencia, la Cámara de Representantes -aunque el conteo final tomará algunos días-, el Senado, los estados clave... y el voto popular por primera vez en veinte años.
«Swing states»
El sistema electoral estadounidense es singular. En vez de elegir directamente al presidente por voto popular, los ciudadanos votan en cada estado por compromisarios que luego integran el Colegio Electoral, encargado de elegir al próximo inquilino de la Casa Blanca.
Este organismo está compuesto por 538 delegados, distribuidos en función de la población de cada estado. En la mayoría de ellos, el candidato que obtiene la mayoría, incluso por un solo voto, gana todos los compromisarios de ese estado, a excepción de Nebraska y Maine. El candidato que alcanza los 270 votos gana las elecciones presidenciales, y Trump se hizo ayer con 292, frente a los 224 de la demócrata Kamala Harris.
Tanto el Partido Demócrata como el Republicano tienen feudos electorales donde, elección tras elección, sus candidatos cuentan con un apoyo constante, pero también existen estados donde la fidelidad del electorado es menos predecible. Estos, conocidos como swing states o «estados bisagra», son precisamente los que resultan decisivos. Trump ganó en cinco de los siete y, según las proyecciones, se espera que también lo haga en los tres restantes.
Con victorias en Carolina del Norte, Georgia, Pensilvania, Wisconsin y Míchigan, el republicano alcanzó los 270 votos y se declaró vencedor de la contienda, coloreando de rojo el mapa que el lector puede observar arriba.
Pensilvania y Wisconsin, y Míchigan, conocidos como el «muro azul», fueron durante años un bastión sólido para el Partido Demócrata. Sin embargo, en 2016, Trump ganó en estos tres estados centrando su estrategia en una desilusionada clase obrera blanca y afectada por la desindustrialización. Joe Biden los recuperó en 2020, pero cuatro años después volverán al bando republicano.
A diferencia de los estados considerados del «muro azul», Georgia parecía ser una victoria segura para los republicanos, pero Biden logró arrebatárselo en 2020. En esta ocasión, se inclinaron nuevamente hacia Trump.
¿Quién vota a Trump?
Uno de los grandes interrogantes gira en torno a quién respalda a Trump en las urnas. A medida que se despeje la resaca electoral, surgirán más datos. No obstante, por ahora, hay algunas claves que ya comienzan a destacarse. Las grandes ciudades siguen siendo un bastión demócrata, lo que podría convertir esta victoria en una especie de enfrentamiento entre la «América» rural y la urbana, entre el voto masculino y el femenino, entre los blancos y las minorías raciales, y también entre las generaciones mayores y los jóvenes.
Sin embargo, los esquemas dualistas son peligrosos, y así lo reflejan las primeras encuestas a pie de urna, que apuntan que el magnate republicano no solo logró mantener a su electorado, sino que, además, ganó terreno en segmentos que tradicionalmente eran afines al Partido Demócrata.
Al cierre de esta edición, faltaban por decidirse los resultados de los territorios bisagra de Arizona y Nevada. Este último votó azul en seis de los últimos ocho comicios. Sin embargo, los avances de Trump entre la abundante población latina hacen que una victoria del magnate no sea ningún disparate.
El alto grado de penetración entre la población latina -este año votaban 36 millones- se reflejó en la encuesta realizada a pie de urna por la National Election Pool (NEP), que señalaba que los apoyos al presidente electo aumentaron 13 puntos entre los votantes latinos con respecto a las elecciones de 2020, especialmente entre los hombres.
«Es el movimiento político más grande que se ha visto nunca en este país», declaró Trump. Es una afirmación exagerada, propia del estilo del mandatario. Sin embargo, es innegable que ha logrado uno de los mejores resultados electorales del Partido Republicano en las últimas cinco décadas. Al contrario que en 2016, logró superar el 50% del voto popular, superando a Harris en 5 millones de papeletas.
Descalabro demócrata
Otro de los datos más significativos de la noche es que Harris logró 14 millones de votos menos que Biden hace cuatro años. El presidente demócrata no se retiró de la carrera presidencial hasta que colapsó en un cara a cara con Trump, y la maquinaria demócrata tuvo que moldear el perfil de una vicepresidenta que había mantenido en la trastienda.
Con todo, la corta campaña de Harris se hizo larga y las encuestas, gradualmente, comenzaron a equilibrar la balanza. Sin embargo, estas también han vuelto a fallar de manera estrepitosa.
Otra de las claves del descalabro la dio ayer Juan Verde, asesor de Joe Biden. «Las tres bases importantes del partido» han fallado, remarcó, en referencia a «hispanos, afroamericanos y mujeres».
Cámaras y Supremo
El Grand Old Party ha muerto y MAGA (Make America Great Again) ha venido para quedarse. La Convención Nacional Republicana de julio en Milwaukee terminó por apuntalar la hegemonía de Trump en el partido, y todos sus postulados han logrado imponerse entre la mayoría de sus candidatos que pelearon ayer por un asiento tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado.
Pese a que la batalla por la Presidencia eclipsó ayer la carrera por ambas cámaras, el desenlace fue igual de favorable para Trump. El resultado de la Cámara de Representantes será el último en conocerse, pero el Partido Republicano se encontraba al cierre de esta edición a 17 asientos de alcanzar los 218 necesarios para la mayoría, con 53 aún por repartir, según AP News.
De este modo, los republicanos revalidarían su victoria en la Cámara de Representantes, que quitaron al Partido Demócrata en 2022.
Además, en estas elecciones se elegían 34 de los 100 senadores, y los republicanos se volvieron a imponer. Así, arrebataron el control del Senado a los demócratas, al lograr sendas victorias en Virginia Occidental y Ohio.
De esta manera, el Partido Republicano garantiza el control absoluto del Poder Legislativo en un sistema en el que las dificultades para legislar se hacen evidentes cuando ambas cámaras están dominadas por diferentes partidos.
Al escenario inédito y de enorme incertidumbre que ahora se abre en EEUU hay que sumarle el control republicano del Tribunal Supremo, clave para desplegar su agenda ultra y terminar con derechos como el aborto.
Tras sus victorias en todos los ámbitos, Trump afirmó que esto marca el inicio de una «era dorada». Sin embargo, aún queda por ver quiénes serán los verdaderos beneficiarios de este nuevo capítulo en la tortuosa historia de Estados Unidos.