Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

La distribución de la riqueza olvida a jóvenes en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa

La publicación de los datos sobre la renta personal de 2022 permite detectar tendencias preocupantes en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Destacamos las que tienen que ver con la brecha de género, el trasvase de la riqueza a franjas de edad cada vez más avanzada y el menor peso de las rentas de trabajo.

Un joven ante la puerta de la oficina de Lanbide recién estrenada en Santutxu.
Un joven ante la puerta de la oficina de Lanbide recién estrenada en Santutxu. (Oskar MATXIN EDESA | FOKU)

La renta media de la población de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa aumentó un 7,5% en el año 2022, según el llamativo titular con el que Eustat dio a conocer la información sobre la renta personal relativa al año 2022. Teniendo en cuenta que el aumento del IPC ese año fue del 5,6, cabe deducir que la situación de la sociedad vasca mejoró durante aquel año.

Pero hay que tener cuidado con los grandes porcentajes, porque la alegría va por barrios. Sin salir de la misma ciudad, por ejemplo Bilbo, poco tiene que ver el 10,6% de aumento de la renta de Abando, con el 4,6% de Matiko o el 4,9% de San Adrián, que perdieron poder adquisitivo.
Además, un vistazo más sereno a la información publicada por Eustat el 25 de octubre sirve para confirmar algunas tendencias preocupantes.

Brecha de género sostenida

El más fácilmente reconocible es el referido a la distribución de la renta personal según el género. Con un crecimiento sostenido año a año, las mujeres han pasado de una renta personal de 7.840 euros anuales en 2001, a 20.180 euros en 2022. El aumento es considerable: un 157% en dos décadas. En términos absolutos, su renta ha crecido en 12.340 euros.

La buena noticia, sin embargo, queda matizada por el hecho de que, en el mismo periodo, la renta personal de los hombres ha crecido otros 12.536 euros, pasando de 17.820 a 30.356 euros.

Porcentualmente, el salario de los hombres ha crecido mucho menos (un 70%), pero en términos absolutos, la brecha de género no se ha reducido ni un euro en 21 años. De hecho, la diferencia, que era de 9.980 euros en 2001, fue en 2022 de 10.176 euros.

El trabajo tiene cada vez menos peso

Otra brecha que sigue ensanchándose es la relativa al tipo de rentas. Históricamente, las rentas del trabajo –es decir, la riqueza obtenida por nuestro trabajo– ha sido la base de la renta de la inmensa mayoría de la gente. Sigue siéndolo, pero cada vez menos. En solo dos décadas, las rentas del trabajo han pasado suponer un 66,8% de la renta total, al 58,3%. El jornal del trabajador ha perdido fuerza como fuente de riqueza y distribución de la renta.

¿Y de qué vive la gente que no lo hace de su trabajo? Hay dos respuestas. La primera son las rentas de capital, aquellas que vienen de las diferentes inversiones que haga su titular, ya sea en bienes inmuebles o en los intereses, dividendos y plusvalías devengados por diferentes inversiones financieras o similares. Estas rentas de capital se situaron en 2022 en un 8,8%, punto y medio por encima del 7,3% de hace dos décadas, y lo que es más importante, marcando la cifra más alta desde 2011.

Estas rentas de capital se dispararon antes de la crisis de 2008, marcando un tope del 11,3% en 2006. Desde entonces se registró un paulatino descenso hasta 2018. Tras una nueva caída con la pandemia, repuntó en 2021 y marcó en 2022 el registro más alto en más de una década. Que la riqueza se desvincule de los rendimientos del trabajo y tenga más que ver con las inversiones de quien ya tiene un capital no es, desde luego, una buena noticia para el conjunto de la sociedad.

La segunda respuesta tiene que ver con el movimiento del grueso de la renta personal a edades más avanzadas. En 2001, las transferencias (pensiones, paro y otras prestaciones) suponían un 19% de la renta total. De la mano de una población envejecida que ha tenido, en términos generales, estabilidad laboral y largas cotizaciones, ese porcentaje llegó en 2022 al 28,6%.

Los recortes en las pensiones y un contexto laboral mucho más precario permiten augurar que una reducción de esta proporción en el futuro, pero de momento, el cambio en dos décadas es espectacular.

De este movimiento tectónico dan cuenta también otros dos gráficos. La renta personal en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se ha doblado entre 2001 y 2022, pero por edades, el crecimiento ha sido muy diferente. Cuanto más mayores, más ha subido la renta. Hasta los 60 años no se llega al 97,7% de crecimiento en el que se sitúa la media. De ahí en adelante, el aumento se dispara. Por ejemplo, la renta de los jóvenes de entre 20 y 24 años, ha crecido estos años un 47,4%, mientras que la de quienes se sitúan entre los 80 y los 84 años se ha disparado un 131,1%.

Se detecta un desplazamiento de las rentas hacia franjas de edad más avanzada. Es como si la riqueza fuese acompañando el envejecimiento de sus titulares, sin trasvase generacional.

De ello da cuenta el segundo gráfico sobre el tema, que dibuja dos curvas. Una recoge la distribución de la renta por edades en 2001, y la otra hace lo propio con los datos de 2022.

Puede observarse que, hace más de dos décadas, con 30 años ya se alcanzaba la media de la renta de la época, se mantenía durante la edad laboral, alcanzando el pico con 45-54 años y empezaba a declinar por debajo de la media a partir de los 65. En 2022, por el contrario, no se alcanzó dicha media hasta los 35 años, el pico llegó a los 55-59, y no se bajó de la media hasta los 75 años.

A modo de resumen, aunque los grandes números sean favorables, que la participación de los y las jóvenes –en una definición muy generosa– participen cada vez menos de la renta total, que esta tenga cada vez menos que ver con los rendimientos del trabajo y que se siga manteniendo un abismo en la distribución según el género, no parece que dé margen para titulares demasiado exultantes.