Antonio Alvarez-Solís
Periodista

«Billy el Niño»

«Billy el Niño», a quien reclama la justicia argentina acusándole de crímenes contra la humanidad, participó, según pudo comprobar el autor de este artículo, en una carrera popular. «Su cara amarga y ajada constituía un pliego de cargos contra su historia», dice Alvarez-Solís. Firme defensor de la vida, el veterano periodista se pregunta si «la vida de quienes la han ganado con la tortura merece tan fundamental respeto». Y proclama que si el policía torturador sigue libre y aplaudido «por cierto tipo de patriotas, conviene depurar a todo un país por ver qué raíces ha echado en el mal».

Una juez de Buenos Aires reclama la inmediata entrega de Billy el Niño, el policía torturador, para ser juzgado por crímenes contra la humanidad. Ahí está uno de los graves momentos en que la democracia española debe ser certificada. Porque…


Si Billy el Niño sigue sin juzgar, la monarquía española continuará maculada con los crímenes del franquismo.


Si Billy el Niño permanece al margen de los tribunales los gobiernos españoles quedan deslegitimados para la democracia y la libertad.


Si Billy el Niño no comparece ante la ley por el criterio de algunos jueces esos magistrados seguirán siendo jueces reales frente a un pueblo sometido.


Mientras Billy el Niño desprecie a España con su inmunidad, el Estado español no puede ser reconocido por los ciudadanos de bien.


Mientras Billy el Niño siga imponiendo su arrogante presencia a los que dicen encarnar la soberanía nacional esa soberanía no existe.


Mientras Billy el Niño siga desafíando impunemente a la ciudadanía, la ciudadanía no está obligada a ningún tipo de obediencia.


Mientras Billy el Niño permanezca sin castigo, la España «una, grande y libre» será un grito sarcástico en el desierto moral.


Hace no mucho tiempo contemplé la triste imagen de Billy el Niño en la carrera popular que pretende todos los años alegrar Madrid. Su cara amarga y ajada constituía un pliego de cargos contra su historia. Al fondo de este paisaje mental que pobló mi mente hablaba la Sra. Cospedal pidiendo la disolución de Bildu por haber sido atacada la sede del Partido Popular en Gipuzkoa. El ataque consistió en cruzar dos cintas adhesivas en la puerta encristalada del PP y fijar unos carteles solicitando la liberación de los presos vascos. Presos juzgados ya, con la condena alargada arbitrariamente. Dos papeles y una exigencia moral. No más. La Sra. Cospedal no podrá superar nunca este ridículo y doloroso contraste.


Sí, al fondo de este paisaje mental que encuadraba a Billy el Niño el Sr. Rajoy recomendaba por su parte al presidente Mas que tuviera «gestos de grandeza» para evitar una consulta pública en Catalunya.


Euskadi quiere irse de Billy el Niño y de ese convicto apellidado Galindo que al parecer ya ha cumplido por sus crímenes absolutamente deshonrosos para la titulada Benemérita.
Una juez argentina reclama ante su tribunal a Billy el Niño por sus refinados crímenes de impronta franquista. ¡Cuánto dura el franquismo! Y Billy el Niño corre libremente bajo el cielo de Madrid para mejorar su supervivencia y porque sabe que España es su lugar seguro. ¿Seguro? ¡Seguro!


«En Hondarribia me hablaron horrores de este policía». «Ya sabe usted, se trata de bascos heridos». «Bascos se pronuncia con V». «Si usted estuviera ilegalizado, la gran arma del Partido Popular, no podría sembrar cizaña en las mentes de los niños euskaldunes». ¡Cínicos!
Tras el parto de la democracia del 76, España sigue alimentando su asendereada vida mediante el cordón umbilical que nunca ha roto en todos estos años de ejercicios circenses con la lengua de un pueblo torturado. ¡Milagro biológico! ¡Corran agradecidos a Santiago los «cruzados» del Gallego para darle con el botafumeiro en las narices al Apóstol, al que drogan cada cinco o seis años; depende de que la cosa caiga en domingo.


Supongo que usted, Sra. Cospedal, no osará ahora ponerse la peineta para visitar a Su Santidad Francisco, Papa por la gracia de Dios, que no Franco, el de los duros blandos del salario «justo». No osará ir a Roma a decirle al Hermano Francisco que España no comete el crimen de asilo en la persona de Billy el Niño. No irá porque el actual Pontífice parece que no absuelve a quienes homicidaron fieramente y ni siquiera a quienes de vez en cuando les rescatan, sin horizonte, de la patera hecha de palo santo y olvido.


Cuento que ha de alcanzarme a mí como español el aire pútrido de todas estas cosas que ustedes hacen. Y eso, aunque yo no sea más que un ciudadano condenado al trabajo forzoso de la españolidad. Eso, repito, duele, ya que me gustaría, por el contrario, como dijo Catón a Lelio, que «toda la gloria –de la que ustedes blasonan– no la debiéramos sino al prestigio de la patria», en cuyo seno pongo a secar todos los días mis tripas pringadas con el deshonor. Mas si con el prestigio de la patria nos hemos de abrigar, para rato hay moño con cinta blanca…


Soy radical partidario de la vida y de la libertad aunque muchos días, cuando hago la lectura de la mañana, y rezo por mi alma de liberal, me pregunto si la vida de quienes la han ganado con la tortura merece tan fundamental respeto. Ya no lo sé. Matar siempre es asunto del que el honrado quiere huir. Pero matar con tortura pone en cuestión la humanidad toda del torturador. Matar puede suceder en el ardor de una fe llevada al extremo, en un momento de enajenación, por una causa supervalorada quizá o porque nos pueda el acoso. Pero torturar, con la agravante además de la función pública, equivale a abrir la puerta a los demonios interiores, a los demonios personales, a fin de envenenar con ellos la luz infinita de la amanecida. Torturar a un individuo es terrible, pero hacerlo sobre la carne de todo un pueblo, que es la que los torturados por Billy el Niño tenían bajo su piel, es dejar que la ira nos lleve hasta la destrucción del mundo. Si echásemos mano de una vieja dogmática concluiría que la tortura y la muerte que hay en ella, se consume o no, constituye lo que los teólogos antiguos llamaban pecado contra el Espíritu. Y ese pecado era el único que ciertamente condenaba a llevar el hierro marcado en el alma por los siglos de los siglos. No creo que esta meditación mía afecte lo más mínimo a un hombre como Billy el Niño. Necesitaría que el aire del deporte hubiera saneado su alma hasta reflejarse en su rostro, si es cierto lo que sostiene la fisionógmica, pero su aspecto no revela esa serenidad interior. Quizá diga que torturaba por España, por la patria, por la justicia… Para detener al antipatriota. Para limpiar de crimen a la España de sus amores. Los torturadores suelen acogerse a estos términos que generalmente se niegan a sí mismos. Si procedió acuciado por esos principios, ¿qué principios son esos? ¿Qué patria se puede defender de tal modo sin que nos requiera asimismo el amor que los torturados han de sentir por la suya?


Billy el Niño: España torturó contigo. Lo monstruoso convierte en monstruosa la cuna que mece. Y esa mano era española y prolongaba sus dedos desde la cumbre del Estado. Si hoy andas por la calle libre y aún aplaudido por cierto tipo de patriotas conviene depurar a todo un país por ver qué raíces ha echado en el mal. Porque uno, lo quiera o no, es español y precisa que esa patria tenga algún prestigio. Pero lo terrible es que estos monstruos viven del aire que nosotros habitamos. Su noche es nuestra noche, su andadura afecta a nuestra andadura. Y uno sabe que eso no se remedia si no es con una larga meditación sobre los nobles sentimientos a que compromete una limpia naturaleza nacional. Y para eso hay que arrancar del libro de la historia algunas páginas básicas y sustituirlas en la edición siguiente.

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