Iñaki Egaña
Historiador

Brotes verdes

Ha concluido un ciclo electoral en Euskal Herria con la buena noticia de que los tres diputados del norte de esa muga impuesta, cuyo destino es la Asamblea Nacional francesa, pertenecen al llamado Nuevo Frente Popular. Y entre ellos, Peio Dufau de EH Bai. El entorno era complicado, tras la victoria en las europeas y en la primera vuelta del Rassemblement National, pero en esta ocasión ha habido cintura para salvar un «match point» coyuntural. El futuro sigue siendo complicado, tanto en Europa como en el planeta.

El ascenso de los grupos de ultraderecha y por extensión del corrimiento de las derechas clásicas hacia su discurso con el fin de ganar nichos electorales, y los complejos de la izquierda también clásica (socialdemocracia, verdes...) en abordar la ofensiva con medidas de choque, nos han traído a un escenario de vértigo. Jamás las armas han sido tan mortíferas, nunca existieron desplazamientos humanos tan masivos (ni siquiera en la Segunda Guerra Mundial), mientras que la hegemonía de las elites económicas sobre las políticas ha dejado de ser una intención para convertirse en una realidad absoluta. Las formas para abordar el cambio climático, la desaceleración en el consumo de combustibles fósiles, el enfrentamiento comunitario a las hambrunas, el nuevo esclavismo y tantos otros temas nos demuestran que, por encima del interés general, priman los intereses económicos. Las instituciones internacionales que marcan el paso son las que regulan el tráfico mercantil. El resto, las políticas, entre ellas Naciones Unidas, se han convertido en el celofán de un caramelo para dorar un concepto tan frágil como es el de la democracia. Y ello conduce al abismo. No son buenos tiempos para la lírica.

No estamos a las puertas de la toma del Palacio de Invierno y tampoco en un escenario que pueda ser irreversible, a pesar de las señales. Es evidente, sin embargo, que pequeñas modificaciones, locales o generales, inciden en la vida diaria de miles y millones de personas. Las pruebas están, a pesar de centenares de problemas anexos, en las políticas progresistas al otro lado del Atlántico, como en México o Brasil, donde estos debates se han producido de manera, en ocasiones, visceral. El viejo axioma chino de «Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día; enséñale a pescar y le alimentarás para toda la vida» tiene su valor. Pero, mientras se produce ese proceso de transformación, ¿quién tiene la llave de la supervivencia?

Hay un ejemplo paradigmático en esta línea. Cuando las instituciones supranacionales y muchos de nuestros compañeros mantienen que para cortar con los desplazamientos masivos y la migración hay que atajar las situaciones en sus países de origen, decenas de miles de personas mueren ahogadas en el Mediterráneo o son tiroteadas en el cruce de Río Grande. Una circunstancia que se reproduce, hoy en mayor medida, desde las descolonizaciones de hace varias décadas. Entre tanto, los supervivientes son encarcelados en centros de internamiento, devueltos en caliente, apaleados al saltar una valla, a la vez que se recuperan los mensajes xenófobos de las épocas coloniales. ¿Quién acoge a los supervivientes que llegan a Europa? Voluntarios que creen en una humanidad solidaria, origen de nuestro desarrollo como especie. ¿Habría que esperar, en cambio, a esas mudanzas radicales en los estados, la mayoría fallidos, de donde proceden? ¿Habría que insistir en enseñarles a pescar en sus territorios naturales, donde, por cierto, las materias primas son esquilmadas por multinacionales sin escrúpulos? En los tiempos que corren y con las urgencias que nos acogotan, la política del «todo o nada» se vuelve peligrosa.

Es cierto que estas estrategias de supervivencia suenan a defensivas. Pero, ¿no nos encontramos en un escenario en el que nos han puesto en cuestión los logros democráticos, incluso revolucionarios que consiguieron con su lucha nuestros antecesores? Mejorar la vida de las personas, alzar su categoría incluso dentro de la marginalidad, nos lleva, a través de un ejercicio de hiperrealismo, a considerar que somos eslabones de una cadena que, en la coordenada espacio-tiempo, debe cumplir su destino. Que sigue siendo tan revolucionario como el que mantuvieron los iconos históricos de la emancipación humana.

A veces somos incapaces de tomar un poco de perspectiva sobre el entorno y el pasado cercano. Peio Dufau, tal y como otros soberanistas de Corsica, Kanaky o Bretaña, llegan a la Asamblea en minoría. Hace unas semanas, los independentistas kanakos, entre ellos Frédérique Muliava, jefa del gabinete del presidente del Congreso (asamblea territorial), han sido trasladados a cárceles francesas, a 17.000 kilómetros de sus islas. Una venganza de Macron. ¿Está todo perdido? El diputado independentista Emmanuel Tjibaou ha sido elegido para estar en París. Pequeñas y grandes victorias en un escenario convulso.

En Ipar Euskal Herria, EH Bai ha dado una muestra de madurez que a veces echamos en falta al sur de la muga. Hace apenas dos décadas, la división en el mundo abertzale era traumática. Desde el sur se quiso imponer una estrategia nacional, con un único ritmo, como si la victoria estuviera a la vuelta de la esquina. Hasta aquella anunciada fusión entre ETA e IK saltó por los aires. La situación, por el contrario, se ha revertido. Hasta un lehendakari de derechas como Jean-René Etchegaray pidió el voto para el Nuevo Frente Popular. Me dirán que los votos del Rassemblement National en Ipar Euskal Herria han sido demasiado altos. ¿Saben que en ese lapso de tiempo comentado, más de 100.000 franceses pudientes se han asentado en los tres territorios vascos al norte de la muga? ¿Qué más de 50.000 jóvenes han tenido que emigrar, han sido expulsados por la colonización demográfica, tal como en Kanaky? Pongamos en valor los logros coyunturales, que llevan a una transformación si son sostenidos. Se ha cerrado un ciclo electoral con brotes verdes. Sin triunfalismos, la pelea continúa.

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