Javier Cubero de Vicente

Carlismo, populismo y comunitarismo

Fernando Mikelarena, Víctor Moreno, Carlos Martínez, José Ramón Urtasun, Clemente Bernad y Txema Aranaz, todos ellos miembros del Ateneo Basilio Lacort, siguen empeñados en su campaña anticarlista. Como aparentemente desconocen todos los avances que durante los últimos 40 años se han producido en la ciencia histórica en relación al Carlismo, les quiero recomendar como primera lectura “La ideología carlista” (1868-1876) (Diputación Foral de Gipuzkoa, 1984) del profesor Vicente Garmendia (Université de Bordeaux). A ver si así empiezan a ampliar sus horizontes intelectuales en lo que se refiere a esta materia más allá de los tópicos de la franquista «Formación del Espíritu Nacional».

Por lo que se ve les ha resultado especialmente molesto que les recuerden que durante el siglo XIX el legitimismo carlista, inicialmente en solitario y posteriormente acompañado por el republicanismo piimargalliano, fue el vehículo de las reivindicaciones forales y sociales de «los de abajo». La realidad histórica, encaje o no con sus limitados esquemas ideológicos, es que los conflictos etnoterritoriales y socioeconómicos no son consecuencia de los «modernos» movimientos nacionalistas y/o obreristas del siglo XX, sino al revés, tales movimientos son expresión de una problemática estructural previamente existente que tuvo y tiene diversas expresiones a lo largo del tiempo.

En relación al llamado «liberalismo fuerista», con el que tanto se identifican, otro denominador más en común que tienen con UPN aparte de compartir el relato francojuanista sobre la disolución del Carlismo en 1937, han citado a Mari Cruz Mina, pero solamente para lo que les ha interesado. Igual era bueno que leyesen las ponencias que esta historiadora presentó a los I y II Coloquios de Segovia sobre Historia Contemporánea de España: “Elecciones y partidos en Navarra (1891-1923)” y “La escisión carlista de 1919 y la unión de las derechas”.

Seguramente les sorprenderá descubrir que tras el cisma mellista de 1919, los entonces llamados jaimistas colaboraron tanto con nacionalistas como con socialistas, para escándalo de “Diario de Navarra”. Así primero desde el Comité Pro-Autonomía y después desde la Alianza Foral, carlistas y nacionalistas reclamaron juntos la «reintegración foral plena» desde una perspectiva panvasquista. Mientras tanto los sindicatos católicos de base carlista «no dudaban en entenderse con los socialistas a la hora de las reivindicaciones concretas», como el derecho de huelga, un salario mínimo y la jornada de ocho horas.

No es necesario conducir nuestra mirada historiográfica a las concentraciones multitudinarias de Montejurra con Carlos Hugo, ni a los levantamientos armados del siglo XIX, para encontrar este tipo de manifestaciones del carlismo popular e insurgente. Las descubrimos incluso entre antiguos requetés como Antonio Izu, que afirmaba, según recogió Ronald Fraser (“Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros. Historia oral de la Guerra Civil española”, Crítica, Barcelona, 1979):
«La gente decía que el carlismo, con su lema de «Dios, Patria y Rey», era ultraderechista. ¡Qué equivocación! El carlismo (…) era sencillamente carlista, católico y revolucionario. Iban a animar las cosas, a armar follón (…) una revolución que, tras un siglo de opresión, satisficiera la necesidad innata de explotar que todos los carlistas sentían (…) El pueblo debía ser libre; ésa era la esencia, el significado popular de los fueros de Navarra; la libertad respecto del centralismo español, pero no respecto de España (…) La política social del carlismo (…) consideraba que en la producción había dos factores fundamentales: el capital y el trabajo. El capitalista aportaba el primero, el obrero el segundo. Como la producción era compartida, también los beneficios (tras deducir la depreciación y el interés sobre el capital) debían ser igualmente compartidos».

Nada tiene de extraño que hace unos pocos años Oriol Junqueras, presidente de Esquerra Republicana de Catalunya, y buen conocedor de la Historia de su país, plantease en un artículo que «En el segle XIX, d'exemples de resistència de les tradicionals estructures comunals i compartides enfront de la nova definició capitalista de propietat privada en trobem arreu del món. I, a Catalunya, en bona mesura, és encarnada pel carlisme. Així, doncs, més enllà del component religiós, les partides carlines estan farcides de pagesos que veuen com l'estat liberal els arrabassa els seus drets i els condemna a la misèria. Tant és així que Karl Marx va afirmar, si fa o no fa, que: ‘Els liberals són les idees sense el poble i els carlins són el poble sense idees... però són el poble’».

Quisiera acabar con una pregunta. Cuando en la Transición, una época especialmente complicada, Telesforo Monzón reivindicaba a Tomás Zumalacárregui como un ejemplo de lucha para las nuevas generaciones, ¿dónde estaban escondidos los miembros del Ateneo Basilio Lacort?

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