Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Carta a Lidia Falcón sobre Catalunya

Los tardofascistas forman una piña imperial y poseen toda la artillería que precisan para su guerra, mientras nosotros andamos en guerrilla que apenas come y que maneja solo el arco y las flechas. Ante esta realidad creo que hay que buscar otro lenguaje que el que empleais tan juvenilmente, mi querida Lidia, en vuestro limpio papel

Lo más grato de escribirte, y hoy toca, es que reina entre nosotros un viejo amor ideológico y una confianza impagable en nuestra mutua sinceridad. Desde ambas proyecciones, la política –imprescindible– y la humana –vital–, he malcompuesto este papel que envuelve una larguísima vida de reflexiones que en parte se iniciaron a mesa y mantel contigo, como si practicásemos una comunión laica de creyentes en la creencia o en la increencia, pero siempre de esperanza mutua y de lealtad a la revolución, siempre exigible. Valga este exordio como saludo y recuerdo, permanentemente vivo. Y ahora vayamos a la sustancia del billete.

He leído un amplio resumen del manifiesto que tú y otros trescientos esforzados «tebanos» habéis firmado, quizá con excesiva urgencia; un contundente documento para rechazar con un «No» terminante, siempre tras la debida explicación, la posible independencia de Catalunya. Hay una frase en este documento que a mi entender lo resume con absoluta precisión. Decís en esa frase que Mariano Rajoy y Artur Mas representan «las caras de la misma moneda», que es la moneda «de los mismos banqueros y de las grandes fortunas». Pues me parece muy apropiada tal manifestación. El PP y Convergencia son partidos que representan al Sistema y que, por ello, no nos conducirán nunca voluntariamente al puerto que soñamos vosotros los abajofirmantes y los que trabajamos desde otra orilla, aunque del mismo río ideológico, como ahora explicaré. Pero ante todo, una precisión honesta: en el PP español no se dan personajes como esos discretos catalanes convergentes, algunos entreverados de «pacte», que cuando tratan tan delicadas cuestiones como la que nos ocupa no dicen furibundos que hay que resolver el «poblema» de un hachazo, como sucede con frecuencia en Madrid. Son catalanes que saben, al menos, manejar bien el castellano. Ojo, que esto no es una ironía trapera propinada por la espalda. Tiene su aquel que ahora no ha de entretenernos.

Sigamos. A la frase antedicha sobre la participación común de convergentes y «populares» en el Sistema, añadís vosotros otra que me abre las compuertas para dar salida cordial a mi modesto pensamiento. Escribís: «No es cierto que los recortes que sufrimos en Cataluña y en la España actuales sean porque ‘Madrid nos roba’ sino que vienen impuestos por los mandatos de Washington y Berlín a través de la Troyka y que la clase política, tanto en Madrid como en Barcelona, aceptan sumisamente y ejecutan sin miramientos, mientras mantienen sus corrupciones y privilegios».

Otro párrafo perfecto según mis reflexiones marxistas, acuciadas además por una superestructura espiritual, adivino que la adivináis, que me obliga aún más a ser un colectivista coherente y constante. Pero es al llegar a este punto en que empiezan mis «peros» a vuestro manifiesto.

Yo creo que una larga y, por tanto, amada ideología –que mi «Superestructura» os bendiga, pese a todo– os conduce a seguir interpretando un marxismo demasiado mecánico, que hay que remontar. Esto no se lo digas a Paco Frutos y otros camaradas «pares» suyos, porque les estropearás el largo solo de piano. Conste que hablo –en eso de superar el marxismo mecánico– no de marxistas que se han prostituido sino de marxistas que han enriquecido el marxismo en los últimos setenta u ochenta años para hacerlo navegable en las revueltas aguas del tsunami neoliberal, que han engullido hasta el capitalismo del periodo industrial para cambiar la economía real por los especulativos títulos del Banco Central Europeo o de la deuda americana. Vamos a darle unas vueltas al asunto.

Parece evidente que las Internacionales obreras, que florecieron gloriosamente durante el siglo XIX y buena parte del XX, han sido sustituídas por la Internacional supercapitalista, ya mediante el juego trilero de la economía financiera o, simplemente, por medio de la guerra permanente en que estamos sumidos y medio desangrados. Para lograr la victoria el neoliberalismo ha intoxicado y debilitado las masas por medio de una información intervenida, unas universidades deshuesadas y el dominio casi absoluto de una ciencia y unas tecnologías que han absorbido y degradado políticamente a una elevadísima cifra de trabajadores que están deslumbrados ante el océano que operan los herederos de Neptuno, que están ahora de copas en el Caribe con sus deslumbrantes sirenas. ¿Y cómo volver en sí a esas masas para las que escribió su brillante canon Carlos Marx? Ellos, los tardofascistas, para qué vamos a darles otra denominación, forman una piña imperial y poseen toda la artillería que precisan para su guerra, mientras nosotros andamos en guerrilla que apenas come, que ha perdido los planos y que maneja tan solo el arco y las flechas que le reparten como toda soberanía en el kiosko de unas Constituciones hechas de ley y fuerza, de trampa y ruido, de razón divinizada y que nos orientan con la repetida frase de tuerza usted en la primera a la derecha y, después, todo seguido.

Ante esta realidad creo que hay que buscar otro lenguaje que el que empleais tan juvenilmente, mi querida Lidia, en vuestro limpio papel. Más aún, creo que ya no se trata de restaurar nuestro tradicional lenguaje sino de buscar el espacio que nos convenga para que su poder resulte imposible de sostener y el nuestro, el de los ciudadanos honrados, crezca de posibilidades mediante la acción directa que, como tú sabes mejor que yo, es una idea de raíz libertaria que invita a abordar los problemas justamente en el lugar en que se produzcan. Concluyamos; el sistema que defendemos precisa, más que de hermosas y viejas frases, de distancias mínimas y espadas cortas. Y sobre esto añadiré algunas líneas más a fin de dejar clara la propuesta.

Yo soy partidario de la independencia de Catalunya como lo soy de la independencia de Euskal Herria y de cuantas independencias traten de liberarnos de las poderosas naciones-Estado, que son claramente los ladrillos con se ha construido la torre de Babel que domina la Internacional capitalista. Es decir, creo que el poder político cobrará sustancia popular cuando los ciudadanos tengan potestad inmediata sobre el terreno que comparten quienes lo administran. O lo que es igual, cuando las naciones subyugadas, que habitualmente siempre son más pequeñas que los estados, recuperen el pulso vivo de una acción política que esté depositada en la palma de su mano. De esta manera el gobernado será gobernante efectivo y recuperará la tierra que le pertenece. Quiero, empero, advertir que este diseño puede y debe servir de base a un nuevo internacionalismo de los trabajadores que ahora es inútil intentar de modo efectivo sobre las distancias alienantes, de todo tipo, en que nos movemos. Ahora entre la tierra y el cielo hay unas espesas nubes que contienen el rayo.

Mi querida Lidia, lo que quiero aclararte en nuestro familiar lenguaje es que sé con razonable solidez que muchos dirigentes nacionalistas, del nacionalismo disuelto en el agua caliente de un discurso social insostenible, son también del mismo sistema con el que ahora discuten oscuramente. Pero no es lo mismo un Artur Mas en una Catalunya con poder soberano –y eso si esa presencia fuera al fin imperante– que una Catalunya con el poder en Madrid, que lo delega en Bruselas, que es controlable por la troika y el Banco Centras Europeo y que finaliza por decidir desde un Washington que domina la cercana Wall Street con la asistencia de la City londinense. Ahí no llego con mis decisiones por mucho que grite sobre los poderes fácticos del neocapitalismo, que ganó la última guerra a la que, verdaderamente, debemos describir como un trágico encontronazo entre mafias fascistas.

O sea, que si yo pudiera votar en Catalunya, votaría «Sí» en el referéndum sobre el poder de decisión que conlleva obviamente una carga real de soberanismo repleto de posibilidades. Comunista y cristiano, como me enseñó mi inolvidable maestro en ciencia política Agustín de Semir y compartí con otros varones ejemplares como mi reverenciado José María Valverde y otros comulgantes en el colectivismo que pulí en Marx y Engels, tengo claras, como habrás visto, mi querida Lidia, las razones de esta adhesión al «Sí» que acabo de significarte. Con un fuerte abrazo, tu permanente amigo.

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