Javier Herrán Ruiz de Apodaca
Afectado por la situación de Osakidetza

Carta abierta al jefe de servicio de Traumatología de la OSI Barrualde Galdakao y al Gobierno Vasco

Como ciudadano vasco, dolorido paciente y tan acérrimo como desolado defensor de la sanidad pública, me dirijo a ambas esferas con una inquietud que trasciende a mi persona. Estas palabras reflejan una realidad que ha sido relegada al silencio. Convertida en un tabú tanto en la comunidad médica como en los ámbitos periodísticos y políticos, pero que requiere ser abordada con total sinceridad y claridad.

En relación con mi situación personal es la de muchos y muchas. Paciente de sesenta y muchos, pluripatológico y con un creciente problema tendinoso y osteoarticular que requiere de cirugía. En junio del año 2023 se solicita mi entrada en la lista de espera. Sin embargo, a 27 de febrero de 2024 no existe una cita para dicha cirugía. En diciembre, se realiza una reclamación escrita a Osakidetza a consecuencia de la demora, la falta de información y la evolución intensa del dolor. La respuesta del jefe de servicio es la siguiente:

«Estimado cliente: Comprendemos su malestar y le pedimos disculpas. Lamentablemente tenemos una demora acumulada muy importante a nuestro pesar que acarreamos desde la pandemia y estamos poniendo todos los recursos que tenemos para hacer frente a dicha demora. Intentaremos operarle lo antes posible según nos lo permita el contexto actual y los recursos».

Desde entonces se ha perpetuado un silencio médico y administrativo inhumano. Una sensación de abandono que se mantiene hasta hoy. La evolución del dolor y la consiguiente limitación de movilidad, además de otras patologías, hacen considerablemente difícil llevar una vida normal y digna. Abrazar a mi reciente nieta, el simple gesto de estrecharla entre mis brazos se ha convertido en una utopía cada vez más lejana. Afortunadamente, mi mujer y mis hijos se encuentran en disposición de ayudarme a realizar las labores más simples asociadas al ser humano: vestirse, lavarse, preparar la comida e incluso escribir. Tristemente, con el paso del tiempo, he desarrollado dudas críticas acerca de la atención que el jefe de servicio puso en mi caso. ¿Se interesó realmente por mi situación, esto es, revisó mi historial médico? ¿O solo fui un número más dentro de una lista que pareciera infinita?

En retrospectiva existen ciertos acontecimientos singulares. Entre junio y agosto, no recuerdo la fecha exacta debido a mi edad, la traumatóloga responsable de la cirugía me recomienda activamente rechazar que derivase mi caso a la Cruz Roja, como así hice en septiembre de 2023. En su opinión, trasladar la cirugía a la Cruz Roja me deshabilitaría para continuar el proceso de rehabilitación con Osakidetza, lo que implicaría asumir personalmente los costes económicos de los cuidados posteriores. Cuál ha sido mi sorpresa al descubrir que la médico responsable que me recomendó rechazar dicha cirugía ejerce tanto en el IMQ como en el centro de Traumatología Euskalduna.

Bajo un torrente de confusión, pesar y enfado me cuestiono constantemente: ¿bajo qué criterio médico y ético me aconseja posponer mi operación a sabiendas de que se iba a prolongar mi sufrimiento hasta una fecha incierta? ¿Es acaso su recomendación de evitar la intervención en la Cruz Roja un intento encubierto de favorecer un tratamiento en el IMQ, donde podría generar mayores ingresos a su bolsillo a expensas de mi bienestar físico y psicológico? Desgraciadamente, estos interrogantes retumban en mi cabeza como ecos marchando valle abajo. Me siento tan inocente por haber confiado en la recomendación de dicho médico...

Comprendo que este tema sea altamente complejo y delicado, pero considero fundamental abordarlo con la debida transparencia. Si bien es cierto que es injusto y desleal señalar a los profesionales sanitarios por las deficiencias relacionadas con el sistema de salud público, debemos reconocer que la mercantilización del sector y su transformación en un negocio lucrativo están desafiando su verdadera vocación de servicio. Aunque muchos profesionales trabajan inagotablemente en condiciones precarias (debido a la falta de voluntad política), no podemos ignorar que algunos y algunas forman parte y contribuyen en el fomento de un sistema que prioriza sus propias ganancias sobre el bienestar de los pacientes.

Actualmente, los principios del neoliberalismo exhiben grados desorbitantes de avaricia. Esta lógica no solo se extiende en la gestión de los recursos públicos del gobierno de turno y sus falsas promesas (PSE y PNV), también emerge en gran parte de la sociedad, ergo, inevitablemente, en ciertos profesionales médicos de la sanidad pública. Concretamente, Osakidetza se encuentra influido, es altamente dependiente y está dirigido por principios políticos que priorizan la mercantilización del servicio al bienestar de todos los ciudadanos por igual. En este caso concreto, la codicia y la falta de humanidad se refleja en las decisiones individuales de aquellos profesionales de la salud más selectos, aquellos y aquellas con puestos estables y sueldos tan altos como justos y suficientes. Aquellos y aquellas que anteponen sostener y alimentar un sistema que prioriza sus propios intereses económicos sobre el bienestar de su propia población, imponiendo un valor más monetario que humano a su experiencia y conocimiento. Esta paradoja se observa en el jefe de servicio de traumatología de la OSI Barrualde de Galdakao, aquí señalado, en el que su ejercicio en centros privados (Quirón) debiera plantear interrogantes críticos sobre posibles conflictos de interés en contra del deber ético de cuidar por la salud del paciente, sea cual sea su situación económica. Desde la cúspide de la pirámide, representada por el jefe del servicio, esta situación se permea a numerosos cirujanos y médicos asociados al equipo de traumatología de Galdakao. De hecho, el médico responsable de mi operación no me ha podido intervenir en los últimos meses. Sin embargo, ese mismo médico, pagando una interesante cuantía, me operaría mañana en un centro privado. Esto es tan triste como innegable.

Bajo una perspectiva comunitarista, que defiende lo colectivo y el bien común sobre los intereses individuales, es profundamente inquietante la falta de reflexión respecto a esta situación. Esta controversia parece revelar una especie de ausencia moral y una aceptación de que la «prosperidad material individual», de aquellos que ya tienen mucho, debe prevalecer ante el bienestar colectivo. Todo ello, plantea preguntas más profundas sobre la configuración ética de nuestro sistema sociopolítico, especialmente en relación con el sistema sanitario. ¿Cómo es posible que no exista una breve reflexión sobre el conflicto ético asociado a la dualidad (público-privada) de la profesión y atención médica? ¿Qué nos impide como sociedad debatir sobre aquello que creemos injusto y exponer los conflictos de interés asociados a la labor médica? ¿Por qué los responsables políticos no abordan esta coyuntura?

solo espero que estas palabras, expresadas en forma de crítica constructiva, sirvan como punto de partida de una profunda reflexión. Al escribir este texto no aspiro a ser intervenido quirúrgicamente con inmediatez. Sino más bien, que estas palabras fomenten una corriente de solidaridad crítica y colectiva, tanto dentro como fuera de Osakidetza. Considerando sinceramente que mi bienestar debe estar asociado al bienestar del resto y que algún día este texto pueda quedar en el olvido, aspiro a que las futuras autoridades políticas, elegidas por todos y todas, antepongan el bienestar de todos sobre la acumulación material de unos pocos. Y que la sociedad, en su conjunto, sea tratada y atendida en Osakidetza a partir del humanismo y solidaridad que muchos y muchas de sus profesionales actualmente desprenden. Bihotz-bihotzez, eskerrik asko a todas aquellas profesionales que ejercen su labor médica anteponiendo dichos principios.

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