Iñaki Egaña
Historiador

Contexto multidisciplinar

El término puede resultar un tanto rebuscado, como esos que parecen no decir demasiado, pero no se me ocurría otra idea que reflejara, al margen de la vorágine diaria, la fase política actual. El escenario político, por entendernos. Hay tantas cuestiones en juego, tanto agotamiento de las viejas ideas, incluidas las organizativas, y, asimismo, tanto escapismo, que este artículo puede resultar fallido. Quiero significar, sin embargo y a pesar del reto, algunas cuestiones. Sin ser pedante.

 

 


Ha tocado recuento en la CAV y eso hace aguzar los análisis, en la mayoría de los casos interesados y olvidadizos en unos días. La buena noticia nos apunta a que el país se va sintonizando en la misma nota musical. La mala que el camino se desbroza permanentemente, sin bajar la guardia, y que los optimismos desmesurados no son buenos consejeros. Pisando el suelo. Reconociendo los avances. Evidentes a todas luces.


En cierta ocasión, y hace aproximadamente un año, compartiendo mesa con Ramón Labaien, militante jeltzale y exalcalde donostiarra, describí los cambios revolucionarios, aquellos que rompen épocas y tendencias, como fruto de dos grandes movimientos. Clásicos, por otro lado: la acumulación de fuerzas, o el tener la fortuna o la sabiduría, de estar en el lugar preciso en el momento oportuno.


La acumulación de fuerzas la hemos entendido de diversas maneras. En la Europa del siglo XXI está acumulación pasa por el principio de las mayorías y de las minorías. En la trama nacional, la cuestión es nítida: el referéndum de autodeterminación. En el mismo tema y en cuanto a lo del momento oportuno, me atrevería a citar como ejemplo la separación entre la República checa y Eslovaquia de 1993. Fue una decisión del Parlamento checoeslovaco, al calor de la reordenación europea con la caída del bloque soviético, que dio origen al nacimiento de dos nuevos estados. Sin ruido.


Durante décadas hemos afirmado que la manipulación, la propaganda, el poder de los medios, la ocupación militar, son factores que descompensan el escenario, que influyen y presionan en los recuentos, en las consultas y que los resultados están trampeados. La razón está de nuestro lado. El apartheid político de la última década es paradigma. Es, sin embargo, una constante. Jamás, como en los experimentos de física, la neutralidad será completa. Es algo con lo que hay que aprender a jugar. Por eso, no se puede esperar a los vientos favorables. Hay que ayudar a crearlos.
Ambas líneas históricas, la de la acumulación y la del brote en un momento determinado, se cruzan y entremezclan, provocando escenarios inimaginables. Sobre todo para quienes hemos pasado buena parte de nuestra existencia entre las tildes de la Guerra Fría, cuando no se movía ni una mosca sin permiso de Washington o Moscú. Por temor a modificar el equilibrio.


Hoy estamos en un nuevo escenario, insólito hace varias décadas. Se mueven centenares de moscas por todas las esquinas. No solo en cuestiones fronterizas. La Unión Soviética se desplomó, cuando pocos lo sospechaban. Junto a la caída del Muro, llegó para los seguidores de Fukuyama y el neoliberalismo, el fin de la historia. La victoria total. Y también la derrota del realismo comunista por la nomenclatura, del sandinismo por la corrupción, de Pol Pot por la pureza ideológica, del maoísmo por la aculturización, de los guerrilleros centroamericanos por el Napalm yanqui, de la teología de la liberación por el fundamentalismo del Papa polaco, actor y protagonista del «fin de la historia». Frenos propios y extraños.
En Europa integraron a los verdes en la socialdemocracia, derrotaron a los insurrectos brigadistas (quizás lo hicieron ellos solos), desapareció con el eurocomunismo de Berlinguer y Carrillo la posibilidad de la revuelta, se integraron en la dirección de la OTAN los socialistas de viejo cuño y el sueño de Andreas Baader se esfumó entre los muros de una enorme prisión sin respiradores. No se desvaneció, sin embargo, la utopía. Menos aún, los utópicos. Tampoco resultó el fin de la historia ¿Murió la rebelión? Se transformó.


Nos dijeron que el capitalismo había vencido. Pero la acumulación se vio superada por la especulación. Llegó la crisis, la inmobiliaria, pero también la de liquidez. En el corazón del Primer Mundo. Una crisis profunda que parece no ser una más de las cíclicas. Los marxistas aluden a la definitiva. ¿Quién sabe?
No somos los últimos mohicanos de Europa, ni siquiera como decía Koldo Izagirre, oasis lingüísticos en un medio hostil. Algo más corre por nuestras venas colectivas. Somos una sociedad superviviente, en el límite permanente entre la desaparición y la persistencia, que ha concluido una etapa de su existencia que, a lo mejor, comenzó hace tanto tiempo que el concepto resistente se ha pegado a nuestra piel modificando la secuencia ordenada de los nucleótidos. Plural y de muchos colores. Tantos que a veces nos llevan a conformarnos como banderizos.


Cayeron las referencias, se agitó el planeta con salafistas y neocons que trasladaron el conflicto a una cuestión de culturas, quizás religiosas. Pero tampoco tenemos certezas. Las impensables guerras de los Balcanes, la ocupación de Irak, los atentados del 11S y del 11M, la guerra de Afganistán, la revuelta árabe... Muchos enjambres revueltos.


Washington, ganador de aquel primer asalto histórico, ha enseñado su talón de Aquiles. Cinco años antes no lo habría imaginado. Cuidando muy mucho de ser visible en la escena internacional. Trípoli fue el ejemplo palmario: París proa y Washington popa. El deterioro de los últimos meses, en Libia y sobre todo en Siria, con la que viene al norte del Sahel, junto a la recesión de las economías mundiales apoya este desconcierto. El foco mundial se ha desplazado al Pacifico hace tiempo. Sobre todo el financiero.
Europa se debate, mientras, sobre su identidad. El modelo nacional que dio origen a la Unión Europea ya no es válido. Lo anunció Vladimir Putin hace cinco años con el reconocimiento de la independencia de Kosovo. Era como abrir la caja de Pandora, senteció. Putin recordó entonces, y si la memoria falla la hemeroteca ayuda, que Europa tenía tres puntos débiles: los flamencos, los vascos y los catalanes. Acertó de pleno, a pesar de que se olvidó de Escocia.


Los factores económicos también han logrado acumular fuerzas. Estimulan un sentimiento ya existente. Los nuevos estados independientes europeos controlarán su fiscalidad, aprovecharán sus ventajas económicas naturales, explotarán la flexibilidad ahora ahogada por maquinarias gigantescas e inoperantes... en fin, como ha dicho recientemente Alex Salmond en Chicago frente a la clase financiera dominante, lo pequeño se acomoda con rapidez. Rompiendo el axioma del éxito.


Rusia lo dijo claramente. Rotas las fronteras balcánicas, reconocido Kosovo, Moscú no tiene por qué apoyar el mapa europeo diseñado por Truman, Churchill y Stalin. Washington, lo recalcó, desplazó el eje del planeta hace tiempo. Con su vista puesta en Asia, sobre todo en China, el petróleo y la línea financiera del Pacífico, ¿qué apuesta va a hacer sobre los límites internos de Europa? Ninguna. Incluso el desequilibrio europeo puede ser beneficioso para su crisis terminal.


El futuro, como todo futuro, es incierto. Pero tengo la impresión de que nos estamos equivocando en eso de los tiempos nuevos, que efectivamente existen, pero a los que seguimos aplicando viejas recetas en escenarios vetustos. La soberanía hoy y mañana es la del grupo llamado BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y esos países serán quienes reconozcan y legitimen, precisamente, la nueva composición europea.


He citado la separación entre la República checa y Eslovaquia. Los primeros no entraron en el euro. Los segundos lo hicieron y ahora pagan la quiebra de España y de Grecia. ¿Estarán los nuevos estados europeos en la OTAN, en la UE, en el espacio Schengen? Sus ciudadanos lo decidirán, pero tanto en una u otra dirección sobrevivirán probablemente con mayor solvencia que los estados que les acogen en la actualidad. No tengo demasiadas dudas al respecto.


El freno a la asimilación en los últimos 50 años, los resultados de las elecciones del domingo pasado, los probables en Nafarroa tras el descalabro constitucionalista, los avances en la cohesión política de la comunidad vasca en territorio hoy francés, son apuntes con mayúsculas en la acumulación de fuerzas. Pero ojo, el contexto multidisciplinar nos indica que, en cualquier instante, podemos alcanzar el punto de ebullición. El momento oportuno.


Y entonces nos iremos.

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