Iñaki Egaña
Historiador

Cuando el enemigo se llama Mosadeqq o Beñat

«En la cercanía, la teoría de que todo es ETA y que en esta nueva estrategia se debía involucrar a todos los sectores sociales vascos, dejó remiendos e implicaciones generalistas que afectaron a particulares, empresas, partidos, iglesia y un etcétera de sobra conocido.»

Esta semana hemos presentado el libro titulado “La Construcción del enemigo. ETA vista desde España, 2010-2012”. Las constataciones y reflexiones de cada capítulo son obvias, las consideramos cada día, pero cuando se amontonan una tras otra y dan el peso de 300 páginas, llegamos a intuir la profundidad de la provocación. España no tiene límites.
Se trata de un trabajo de interpretación a través de las pautas que un día tras otro, a modo de jirones, nos van dejando los actores de este conflicto. Los actores, como se apunta en el título, relacionados con una de las partes. Los del Estado español que, a pesar de que en ocasiones no lo parezca, actúan con una sintonía extraordinaria. Como si un único pistón pusiera en marcha múltiples motores.


Hay épocas que resumen y evidencian la naturaleza de acontecimientos históricos, su origen, sus causas y sus perfiles. La actual del conflicto vasco-español es una de ellas. Un conflicto desarrollado en su enfoque más moderno desde hace ya 50 años, en unos parámetros definidos por los partícipes con una visión político-militar, utilizada para perseguir los objetivos respectivos: la omnisciencia de la idea de España, por una parte, y la construcción de un marco de relaciones políticas y sociales vascas, por otra.


El repaso de la historia de estos años nos sugiere claramente que cada uno de los sujetos en litigio se ha reafirmado en su estrategia. ETA, y en general la izquierda abertzale, no han tergiversado sus objetivos y sus principios. Han sido diáfanos desde los comienzos. España en cambio, con el determinante soporte de Francia, se volcó en una actuación donde sus principios de Democracia y Estado de Derecho se difuminaron para garantizar un traspaso condicionado entre la dictadura y la monarquía parlamentaria actual, reafirmándose en la idea centralizadora.


Fue precisamente en Euskal Herria donde se había refugiado la idea de la «imperiosa necesidad democrática de una ruptura con el pasado», no solo con el franquismo, sino también con la idea misma de España. Idea apenas desarrollada más allá del Ebro y que con las elecciones catalanas ha tenido cierto recorrido. El fondo dialéctico no ha sido el franquismo, la falsa transición o épocas similares, sino la idea democrática de España.
El pretexto de la lucha contra la violencia política del «terrorismo» ha servido para construir una arquitectura mediática, cultural, política, jurídica y policial donde la definición del enemigo ha sido y es precisada según parámetros inamovibles. Hoy, ese escenario de bloqueo, paradójicamente, es reconocido por ambas partes. Llama la atención la asunción gubernamental que, en esta ocasión, reconoce que no quiere reconocer, redundancia, el fin de la violencia de ETA.


Desde aquellos «rojos separatistas» hasta «los violentos y totalitarios» el camino ha estado lastrado por el olvido, el silencio (200 torturados presentaron el sábado pasado su testimonio en iniciativa de Euskal Memoria), y, sobre todo, la intoxicación y las mentiras. Una tras otra, sin respiro. Basagoiti acaba de lanzar la última perla a cuenta de ETA en Kutxabank.
No ha sido exclusiva en nuestro suelo, aunque sí más evidente que en otros. Esta estrategia, retro-alimentada desde la Segunda Guerra mundial, ha sido norma común para que las grandes potencias impusieran su mandato en escenarios internacionales. Y para construirlo han preparado un terreno cultural a través del Cuarto Poder que ha moldeado las opiniones públicas, que ha invertido la realidad con la ficción, que señala la idea de que «la forma en cómo apareces es la que permanece». Aunque sea falsa.


En cierta medida, este modelo de gestión de las ideas forma parte de un conjunto más amplio que algunos expertos han llamado «guerra sucia». Porque en los códigos bélicos, la guerra sucia se utiliza, en general, contra la población civil. Y, en esta línea, uno de los objetivos principales de ambos estados, español y francés, ha sido, y continúa siéndolo, ganar a la población civil en sus apuestas ideológicas.


Desde el golpe anglo-estadounidense contra Mohammad Mosaddeq, un persa esencialmente rico, reaccionario y de mentalidad feudal que en 1953 fue acusado de ser «comunista y aliado de la URSS», cuando en realidad iba a nacionalizar las compañías petrolíferas inglesas, hasta las inexistentes «armas de destrucción masiva» del régimen de Saddam Hussein en Irak que dio pie a la invasión, la desvirtuación del enemigo para justificar lo inadmisible ha sido el guión de esa guerra paralela.


Hoy, las claves en las que se mueven los estados español y francés, y los grupos políticos y económicos que los sustentan, son las que ETA y, en general la izquierda abertzale, guardan aún un arsenal de armas de destrucción masiva. Pero no especifican cuáles son. Porque es de dominio público que esas armas tienen que ver con la apuesta de cambio de modelo político. Y eso conlleva la destrucción del modelo actual.


Por eso, el bloqueo. Por eso la polarización y la intención, como en un conflicto armado, de implicar al grueso de la población civil (votantes) en la apuesta continuista. ETA abandonó la lucha armada, pero actuemos como si nada hubiera pasado, dicen. Porque en el enfrentamiento dialéctico, ideológico, la debilidad del sistema, a pesar del Cuarto Poder, es más evidente.


Ignacio Martín-Baró, asesinado por los escuadrones de la muerte de El Salvador, en noviembre de 1989 junto a otros cinco jesuitas, había descrito la polarización de su país después de una década de guerra, en claves que tenían mucho que ver, precisamente, con esta misma construcción que observamos ahora de cerca. Una reflexión que parecía brotar de Washington tras los ataques fundamentalistas a su territorio.


Los elementos que surgían de esa construcción tenían que ver con el estrechamiento del campo perceptivo y la apreciación desfavorable y estereotipada del «nosotros-ellos». Unos u otros. No unos y otros. Martín-Baró añadía las cargas emocionales, el involucramiento personal, la cohesión en el interior de cada grupo y, sobre todo, la implicación o el intento de que los enfrentamientos presentes en la lucha política fueran trasladados a toda la sociedad y también a sus instituciones. Que de alguna manera, los espacios sociales se involucraran en la estrategia del acoso.


Y a pesar de que el estudio de Martín-Baró fue realizado previamente a los atentados del 11S o de la Ley de Partidos de España, el acierto en su análisis fue contundente. En la cercanía, la teoría de que todo es ETA y que en esta nueva estrategia se debía involucrar a todos los sectores sociales vascos, dejó remiendos e implicaciones generalistas que afectaron a particulares, empresas, partidos, iglesia y un etcétera de sobra conocido.


Esta degradación todavía no ha concluido a pesar del proceso unilateral de paz promocionado por la izquierda abertzale a partir de 2008. Y, además, ha provocado el surgimiento de nuevas vías, producto de la alteración de la convivencia. Esas vías han sido aprovechadas, precisamente, por sectores económicos y políticos para mantener la exclusión provocada por la Ley de Partidos y, así, defender contra ese enemigo imaginario (Bildu en las instituciones) sus proyectos.


Este cambio dado por la izquierda abertzale ha puesto las cartas boca arriba. El tópico de la violencia como fin en sí misma, de la despectiva «batasunización de la política», del «proyecto totalitario de la izquierda abertzale», se ha ido disolviendo como un azucarillo en el marco de la apuesta política para centrarse en que un verdadero proceso democrático que solucione el conflicto se asienta en la confrontación de todas las opciones políticas presentes en Euskal Herria, sin injerencias, ni coacciones violentas de ningún tipo. Apuesta que asusta.
Es la madre de la continuidad y del bloqueo. De esa forma, el imaginario creado, el enemigo, se llame Mosaddeq o Beñat, seguirá teniendo vigencia no solo para mantener un estatus, sino también para intentar disgregar el grupo, romper la alianza soberanista y esa acumulación clásica de las fuerzas que quieren cambiar el mundo. Viejos métodos para nuevos escenarios.

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